Esta sociedad es una m…a

Esta sociedad es una m…a

El miércoles ocurrió en Madrid una convocatoria multitudinaria; se trataba de la presentación de la novela de Esteban González Pons: “El escaño de Satanás”, un prodigio de ingeniosidad que en la pura ficción parece retratar sin embargo con realismo la vida política actual, también nuestra sociedad, la que soporta unos políticos de los que un personaje de la novela asegura: “Francamente no nos los merecemos”. Ahi estamos. Momentos antes de que Mariano Rajoy realizara una exhibición de sarcasmos y prodigios dialécticos como fantástico telonero del autor, el cronista conversó quince minutos con un fiscal de los importantes del pais, que se ha dejado las cejas en el Supremo combatiendo la corrupción y que tiene la seguridad de que su Tribunal no le va a sacar del apuro al felón Sánchez Castejón a cuenta de los destrozos de la Ley del Sí es Sí. Su pronóstico es que la Sala correspondiente va a juzgar los casos partido a partido -fue su lenguaje- y que el resultado de todos ellos es que va a haber mogollón -fueron nuestras palabras- de los peores delincuentes del país que se van a beneficiar de penas rebajadas o, peor aún, de excarcelaciones a la carta. Al final de nuestro improvisado parlamento terminó el fiscal con ese aserto: “Los jueces no podrán hacer otra que aplicar el instrumento jurídico que se les impone, además -añadió con énfasis- no se les pida mucho más de lo que esta sociedad no quiere hacer” “¿Qué es?” preguntó el cronista con una cierta provocación. “Pues movilizarse de una vez”.

¡Qué gran razón la del fiscal! porque ¿qué más se le puede hacer a una sociedad para que reaccione? ¿Cuantas fechorías indignas pueden perpetrar Sánchez y sus corifeos para que la gente se harte y diga basta? ¿Es que no hay nadie ahí fuera para parar a este sujeto? Mira el cronista alrededor y no se topa con nadie, nada que mueva a la protesta encendida, sin partidos de por medio, desde luego. Todo parece impune para este individuo que se ha ciscado en todos los valores de la simpar Transición. La sociedad aparece como narcotizada, tanto que empieza a cundir en el país, sobre todo en sus sectores más diletantes, una suerte de fatalismo que conduce al “no hay nada que hacer”, incluso aparece la penosa impresión de que el interfecto a que nos referimos puede volver a ganar por sí sólo o en comandita con lo más abyecto del arco político nacional. Ahora mismo los más prudentes dicen, con temor indisimulado, cosas como ésta: “No tengo claro que vaya a perder”. Y es curioso, cuando suavemente se increpa a estos pesimistas átonos y se les reprocha que ellos no hagan nada para impedir que España emule el comunismo en Iberoamerica, los aludidos reconocen su inepcia resignada, y replican: “Y yo -se preguntan- ¿qué puedo hacer?”.

Son los protagonistas de una sociedad que asiste impávida al desastre de todos los dias porque, como dice un colega especialmente avispado: “Te levantas a las ocho de la mañana y a las nueve te enteras de que “éstos” ya han cometido un dislate, han atacado a alguien o le han pagado los vicios a los independentistas y a los filoterras”. Fíjense en los dos últimos incidentes de los que ha sido actriz la ministra de Igualdad, Irene Montero. En el primero, tras recibir el sopapo de un diputada que le recordaba su culpabilidad en la aminoración de las penas de los agresores sexuales, se puso a gimotear como una colegiala antigua, lo que dió lugar a que una pléyade de periodistas del pais, tambien de politicos hasta de la oposición, se apiadaran de ella como si hubiera sido atacada en su carótida más querida. El segundo ha ocurrido esta semana cuando, después de que la señorita Irene acusara al PP de promover las violaciones, la mayoría de los medios españoles, sobre todo los de papel, aherrojaron la bestalidad a sus páginas más interiores. Así son las cosas

¿Qué tiene que ocurrir en España para que esta sociedad abandone la queja lastimosa y censure con todas sus armas posibles al gobernante más fatuo, mas embustero, más miserable de nuestra moderna historia? Quédense con lo que me dispongo a contar: he preguntado estos días a dignos representantes del Derecho si existe alguna posibilidad de aplicar el Artículo 102 de la vigente Constitución al presidente del Gobierno, un articulo -recuerden- que admite la “responsabilidad criminal del Presidente” y que añade que “Si la acusación fuera por traición o por cualquier delito contra la seguridad del Estado en el ejercicio de sus funciones…” y la respuesta unánime es que con esta norma en la mano no hay nada que hacer: Pedro Sánchez Castejón es tan inmune como impune. Entonces pregunta este cronista: “¿Para que se incluyó este artículo en nuestra Norma Suprema? ¿Es o no un delito contra la seguridad del Estado pactar con los que de forma chulesca se jactan de atentar contra el propio Estado? Este día 6 de diciembre sin ir más lejos, los filoetarras -etarras al fin- de Bildu han convocado una manifestación para exigir la voladura de nuestra Constitución. ¿Ha criticado el Gobierno de Sánchez esta convocatoria? ¡Qué va! ¿Ha existido alguna asociación civil que haya anunciado una contestación contundente a la provocación de los tipejos de Otegui y de Merche Aizpurúa? De ninguna forma. Nada de nada. Ahora mismo esta sociedad española está instalada en el pan y fútbol que tanto se le afeaba a Franco. Aquella sociedad era mucho mejor, más noble, más atrevida; ésta es a la que corresponde al sustantivo incompleto que se incluye en el título de esta crónica. Hace tiempo, el cronista se expresió así en la “España canalla”: “Nos han  derrotado los tópicos y han ganado los estereotipos del español eternamente enfadado, cobarde en una patria acosada, en el que proliferan las comadres y predican los pregoneros del nuevo Soviet Supremo. ¿Por qué me tengo que contener y esconder que es ésta la España que odio? Estos españoles que no se sublevan no han mejorado nada respecto a aquellos demolidos que describió la Generación del 98. Espero que, al final, nos salga la hipercloridia salvaje que llevamos dentro y reaccionemos”. Mientras, eso: una M….a pinchada en un palo.

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