España: República Independentista del Pillaje

España: República Independentista del Pillaje

Por si quedaban algunas dudas entre esos diletantes que aún viven y perviven en el régimen, España es ya, de forma oficial, una república cocotera. Ha dejado de configurarse en un Estado social y democrático de derecho para conformar una democracia orgánica bajo la forma de Estado autocrático y personal, sometido a las órdenes y designios de un señor con el mismo apego a la libertad que el que tenían Ceaucescu o Mussolini. La panda mediática de Sánchez, activistas recogemonedas del poder que defienden en sus desparrames analíticos la penúltima felonía del autócrata y su Rasputín de Hacendado, justifica la deriva en virtud de una concordia que con el independentismo nunca se producirá si no es bajo palio presupuestario, es decir, previo saqueo del dinero de todos los españoles.

Lo acontecido ayer en el Senado determina que las Cortes empiezan a ser un estorbo en el proceder caciquil del PSOE. Sánchez ha abusado tanto del decreto ley que no tardará en fusionar sus funciones con las del Ejecutivo con la excusa de evitar escándalos de ultras peligrosos para la democracia occidental. Hemos llegado al punto de que, si el Parlamento aprueba sus decretos, hay que respetar al Legislativo, como fruto de la voluntad popular. Pero si no lo hace, impone una orden ejecutiva y echa la culpa a la oposición democrática de frenar los avances. Tal proceder es propio de las dictaduras de manual, sin resistencia ni cartón, con el miedo como estado de ánimo a exaltar, la mentira como elemento retórico principal, y la manipulación como propaganda principal de todo altavoz de gobierno. La dictadura de los votos es hoy es la dictadura perfecta. Todo se justifica en aras a un resultado legítimo de las urnas que permite al caudillo mandibular imponer su voluntad en virtud de una mayoría social que no tiene, pero sí controla. Y en base a ello, conceder todo tipo de prebendas y privilegios a las minorías parlamentarias, radicales y extremistas, incompetentes con demasiadas competencias, que sostienen su cada vez menos exiguo poder.

Justo en la misma semana en la que el Gobierno despedía a informáticos independientes en las Cortes para poner a profesionales de cuerda al mando del control tecnológico de las cámaras, se producía un fallo en el sistema de votación que obligaba a parar el pleno, otorgando al Gobierno media hora más para convencer a Junts, que se había negado a aprobar los decretos leyes, a que cambie de opinión. Fue arreglarse el fallo y, ¡oh casualidad! Junts cambió su posición ante lo que treinta minutos antes dijo que no iba a aprobar. Entremedias, el PSOE, fiel a su filosofía trilera, culpaba al PP de no querer aprobar «medidas anticrisis para ayudar a la gente». Es costumbre en el proceder socialista meter en su gazpacho jurídico toda suerte de material de escombro. Igual te piden que apruebes ayudas económicas por el Covid en el mismo decreto que le da a Pablo Iglesias el control del CNI, que te exigen el plácet a la amnistía de los golpistas y entregarles la independencia a trozos mientras te lo envuelven en rebajas de IVA y subvenciones al transporte público. Todo un compendio de buenas prácticas bananeras.

El esperpento deleznable que España está sufriendo y que tiene a millones de ciudadanos conformes a ese destrozo no tiene vueltas atrás. Se ha aceptado que el Gobierno se constituya, de manera oficial, en la banda del chantaje y el pillaje. Lo mismo te saquea a impuestos, que te da y quita ayudas en función de si apoyas su estado confederal o amenaza con coartar la libertad de expresión de medios que no les ríen sus gracias traidoras. Durante meses, las terminales mediáticas de Moncloa han querido convencernos de que todas las cesiones gratuitas a la extrema derecha separatista se hacían por mejorar una convivencia que hace años se rompió en la Cataluña sin ley ni Estado, desde que Zapatero hundió su rodilla ante el secesionismo redentor, donde siempre se ha sentido cómodo el socialismo catalán. A la primera oportunidad, han visto como los independentistas xenófobos ejercen de independentistas xenófobos, quienes seguirán exigiendo aquello que nunca tendrán mientras puedan seguir explotando el grifo que les da de comer y tengan en Madrid al autócrata sin moral con el que siempre soñaron.

Hemos pasado de «Torra no es más que el Le Pen de la política española» a regalarle las competencias de inmigración a la extrema derecha separatista en aras del progreso. Ya nada queda sujeto a constitucionalidad en un texto que sólo sirve de figura decorativa en un Estado cada vez con menos derecho. Si la orden encaja en el articulado, bien; si no, mala suerte, pero se dirá que es constitucional y los ganapanes, votantes no pensantes y ovejas serviles aplaudirán al grito de ¡viva la concordia! Y así hasta las siguientes elecciones, con todo atado y bien atado.

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