La España ausente del Barça y Sánchez
No es extraño que el aún presidente del Gobierno se confiese fanático del Barcelona. «Tal para cual», dicen los clásicos del lugar. Reparen, por lo menos, en estas tres características o, mejor dicho, en estas tres fechorías de Laporta y Sánchez: ambos deploran la palabra dada, mienten bárbaramente entre otras cosas porque ya no conocen la verdad; ambos practican la estrategia de la tierra quemada que puede resumirse en este adagio castizo: «El que venga detrás que arree»; ambos, finalmente, tienen un ego desmedido que no se corresponde con su esquelética arquitectura intelectual.
El tal Laporta azulgrana se comporta como le dicta su nula conciencia porque detrás tiene un cuerpo social que sorprendentemente le apoya si cesar, perpetre lo que perpetre. El tal Sánchez, que ya suma siete seis años maltratándonos, posee un suelo político y electoral que no baja del 30% y sobre ese suelo camina su populismo comunista. El tal Laporta se merienda a sus colaboradores, compra voluntades, o sea, árbitros, despedaza la magra economía de su club y sufre de un antimadridismo patológico que seguro no le deja dormir, aunque esto último no está claro porque el sujeto puede roncar a pierna suelta ya que carece de principios y fundamentos.
El tal Sánchez se ha cepillado a los cargadores de muelles que le auparon donde está, ha llevado nuestra deuda a un nivel que no la van a poder pagar ni siquiera nuestros biznietos, nos ha asfixiado fiscalmente y le correen el estómago las que él tipo denomina «las derechas», a las que hay que abatir como si se tratara del Destripador.
Todos estos pormenores de los infrascritos, eso es lo curioso, están en la orden del día; los culés lo saben pero no les importa, es más, justifican que el sujeto, su señorito, pícnico y arrebatado de color, se ponga ciego de sushi y bogavantes a cuenta del club porque, piensa la tribu: «En algo tiene que distraerse este hombre que se está dejando la vida por nosotros».
Todo parecido a lo que sucede con Sánchez: se ha subido al Falcon del Estado, como si fuera su avión particular, para asistir a conciertos horteras, y tiene a su señora, Maribego, forrándose el riñón a base de conceder diezmos y primicias a sus amigos del alma, desde un rector, el de la Complutense, que se ha convertido en su costalero, a un melenudo de línea aérea que quebró la obra de su padre y que luego, gracias a la Maribego del gran poder, recogió los millones que generosamente le hemos regalado los españoles.
El tal Laporta gana partidos a la desesperada y el tal Sánchez pierde casi todas las elecciones pero resiste gracias a lo suplentes, esa escoria separatista y leninista que le hace el boca a boca cada vez que se encuentra agonizando, la última este jueves aprobando le ominosa Ley de la Amnistía que perdona a los delincuentes más repugnantes de nuestro país.
Pero lo peor es que ambos siguen ahí. Rememoro el cuento que me narraba un compañero talludito de facultad: «Llego a casa y está ella, mi suegra, a la que sólo se le ocurren maldades». Puede suceder, como sucede, que esta sociedad nuestra no es que esté postrada, es que está «ausente», inerme ante la iniquidad.
Escribía el historiador Javier Tusell en un opúsculo brillante sobre el franquismo, que este duró 40 años no porque impusiera su fuerza todo el tiempo a tiros. No, fue porque el país se lo consistió, es más se llegó a metabolizar que nunca podría deshacerse de él. Algo similar ocurre en la actualidad: existen dos bandos a un lado y otro del muro bochornoso que ha edificado el sujeto mencionado: el de los propios, los hooligan, sus hijos y sus nietos que han transformado la derrota del 39 en un triunfo vengativo a cien años vistos, y el de los ajenos que son mucho menos activos, que han perdido la esperanza de que esta pesadilla se termine alguna vez y que por ello, suspiran quedándose en casa profiriendo, como todo ataque a la dictadura sanchista, un «¡Por Dios, por Dios!» tan baboso y pueril como inútil.
El Barça, con los Negreira de turno en el trullo, pudo bajar a Segunda División como sucedió en la vecina Italia, y por menores delitos, con dos históricos de toda la vida, el Milan y la Juventus. Sánchez, por su lado, cobraría de cajero de las saunas homo de su suegro, Sabiniano, si no hubiera sido porque lo separatistas del cóctel Molotov, aprovechados peneuvistas y los sucesores de las bombas de ETA, le echaron una mano cambio de recibir las más asquerosas prebendas que haya entregado en la trayectoria de España gobernante alguno, ni siquiera el felón Fernando VII.
El gentío está harto, «hasta los co…s», dicen los más irritados, pero a la vez transmiten la impresión de que no vale la pena movilizarse (lo de Madrid ha sido muy modesto) que de este tío, el psicópata, no hacemos cuentas, porque a la final de la escapada el simio siempre encuentra un árbol, por podridas que estén sus ramas, al que agarrarse.
El Barça en la ruina sigue vendiendo mercancías averiadas, promesas falsas, jugadores de pitiminí… es igual, los periódicos comprados de Cataluña le ríen las gracias y le compran las persistentes especies maloientes que publictan los medios afectos, que son todos. En la España ausente que describimos la vida sigue igual; repetimos, mientras el 30% del paisanaje se sube al carro del traidor sin contrición alguna, otro 40%, pongámoslo por lo alto, se queja amargamente porque «esto no hay quien lo mueva» y en consecuencia engrosa esa gran mole de la España ausente que sólo tiene como objetivo el atasco del próximo fin de semana, o el puente que le permite hacinarse en la playa recubierto de Nivea, como cualquier Borja Sémper redivivo. ¿Verdad que el paradigma de la España de ahora mismo no es un Real Madrid con las cuentas arregladas y los trofeos siempre a punto? No, es la Cataluña barcelonista y sediciosa de Laporta que devora a sus hijos y luego se va de discoteca a celebrarlo. ¿Verdad que sí?