Opinión

Un equipo no hace un club

Ocho años después de su aterrizaje, todavía seguimos sin saber cuál es el proyecto del Mallorca pergeñado por los americanos que un día condujo Robert Sarver y ahora preside Andy Kolhberg. O si: especular con un equipo, no estabilizar un club.

Maheta Molango explicó la filosofía, la mallorquinidad, no el mallorquinismo, como coartada. Su excesiva ambición le perdió ante los ojos de sus compañeros de oficina y desató la desconfianza de sus jefes que no le conocían más que por la recomendación de Javier Tebas, presidente de la Liga de Fútbol Profesional. ¡Quién lo iba a decir!. En cambio Alfonso Díaz, su delator, no aspira a más que conservar su puesto y su salario, que no es manco, satisfecho con la generosidad de los dueños, que él constriñe a medida que decrece la estructura de la pirámide. Pregunten a Aduriz, testigo de la baja de Ruiz de Galarreta o los últimos flecos del contrato de Arrasate, entre otros testimonios y protagonistas.

Las redes sociales han relevado a los titulares de los periódicos, pero en la era de la comunicación y la información, la humanidad está más desinformada y se comunica peor. Los accionistas del Mallorca pusieron el dinero necesario para sacar de un grave apuro a Utz Claassen, que salvó el pellejo y su bolsillo. Desde entonces hay que reconocerles la seriedad con la que cumplen sus compromisos con empleados y acreedores, pero no sin la importante ayuda institucional negada entre mallorquines y a cuenta de la hipoteca suscrita con el fondo británico CVC acordada por la Liga y que compromete pagos durante 50 años cuando, quizás, Son Moix precise nuevas reformas respecto a las ejecutadas ahora con este dinero.

Sí. Conscientes de que su cuenta corriente solamente se vería amenazada por una debacle deportiva del primer equipo, todo esfuerzo económico, dentro del orden establecido por la exigencia de la Ley de de Transparencia y los límites salariales, por cierto reducidos en dos millones de euros este verano, se centran y concentran en la seguridad del barco a coste de soslayar el funcionamiento de su sala de máquinas, Son Bibiloni, y el contenido de la bodega, donde viaja el equipaje.

De Gustavo Siviero hasta el último de los infantiles no tienen ni carbón para alimentar las calderas. El Mallorca B, desprovisto de sus mejores jugadores, pasea como alma en pena sin ganar ni un partido en esta tercera división disfrazada de Segunda Federación y el desmoronamiento del juvenil que lo ganó todo la temporada pasada, demuestran que en la Ciudad Deportiva, ajena a las preocupaciones del director de fútbol Pablo Ortells, se trabaja cual caladero de pesca para que lancen sus cañas los agentes y/o representantes de otros o interesados en llenar su propio catálogo.

La culpa, por supuesto es nuestra. Si llevamos años vendiendo la Isla, cómo no vamos a vender un club de fútbol.