Despertar de la pesadilla

Sánchez elecciones

Ya estaban los plumillas incondicionales apostillando que no se debían extrapolar los resultados y que, si se hacía, se tendría que contar con un descalabro de Vox que alejaría a la derecha de la posibilidad de gobernar. ¡Y zas! Llega el anuncio de la disolución de las cámaras y la convocatoria de elecciones generales; por lo que ya es oficial que, en el plebiscito de Pentecostés, Pedro Sánchez, en su advocación de presidente del Gobierno y no sólo de líder del partido, ha sido vituperado por los españoles.

Y así estamos ahora todos los que vamos de exégetas del fenómeno: ansiosos por entender la tercera derivada de su decisión, ya que, aunque tiene demostrado ser más bravo y audaz que un eral de Victorino, seguro que tiene que haber un inconfesable plan C detrás de su plan B anunciado ayer. ¿Será volver a ponerse al frente del proyecto progresista? ¿Será buscarse un puesto institucional en alguna organización supranacional? ¿O qué será?

En cualquier caso, tiene una inmejorable oportunidad para poner a prueba su autopregonada resiliencia. Sabiendo, además, que hace las piruetas sin red: en España no se olvidará tan rápido el «que te vote Txapote», y fuera de la política tiene poco recorrido; no podrá volver donde estaba, porque antes de aquí no estaba en ningún sitio.

Pero no nos fijemos sólo en Sánchez, ya que vencerle en las elecciones no es la única premisa para terminar con la pesadilla del régimen sanchista. De hecho, el PSOE es solamente una parte del sanchismo, y ni siquiera es, como se encargan de evidenciar populistas o bilduetarras, el que más manda o el que marca las estrategias. Así que, para eliminarlo se precisa de mucha voluntad y de aún más decisión; mayores que las que ha demostrado habitualmente el PP que siempre ha permitido que la izquierda deje atrás una tierra quemada por la que no se podía retornar.

Esta vez debería ser diferente. La posible victoria tendría que ofrecer legitimidad para deshacer sin complejos el experimento sociopolítico; ése que la inmensa mayoría de los españoles ni reclamó ni aprobó. Algunos efectos serán ya inevitables, como los excarcelados por la ley del sólo el sí es sí, pero hay que parar lo antes posible todo lo que nos está trayendo ese conjunto de disparates normativos (la Ley Trans, el Pacto contra la Violencia de Género, la Ley de Bienestar Animal, la propuesta de ley de familias…) que regulan con aspiraciones creacionistas a personas, animales y cosas.

También habría que revisar las sectarias y populistas disposiciones económicas y laborales que ahogan a la pequeña y mediana empresa, desincentivan la inversión y condicionan el crecimiento sostenible y la creación de empleo: impuestos confiscatorios, Ley de Vivienda, ruinosa reforma de pensiones o la tramposa reforma laboral con ese oxímoron del fijo discontinuo.

Otra imprescindible línea de actuación sería la que retroceda todas las intervenciones realizadas en el Código Penal para satisfacer a los socios golpistas. Igualmente, en algunos casos el daño es ya irreversible, pero lo antes posible habrá que proteger al Estado y a la integridad de España recuperando, entre otras cosas, los delitos de sedición y la consideración más agravada de la malversación.

Y, por supuesto, habría que borrar de un plumazo ese absurdo de la memoria democrática, inspirada en el revisionismo revanchista, construida sobre una aberración jurídica y extendida, en su aplicación temporal, en beneficio del terrorismo etarra.

También es obligado capítulo el esfuerzo, limpio y transparente, para recuperar todas las instituciones prostituidas por el régimen. Desde la Abogacía del Estado al Tribunal de Cuentas, desde el CIS a RTVE, o desde la Fiscalía al Tribunal Constitucional. Con generosidad y altura de miras hay que ponerse a reconstruir los pilares institucionales que ha derribado la autocracia sanchista.

No bastaría, por tanto, con ganar unas elecciones. Se trata de evitar que los agentes tóxicos se acantonen en un ecosistema corrompido y putrefacto, esperando la próxima oportunidad de saltar sobre nuestro orden constitucional, nuestro Estado de derecho y nuestro régimen de libertades. Conformarnos con quedar en un duermevela no retira la posibilidad de que vuelva a aparecer el monstruo. Como le acontecía a Mary Shelley, solamente despertando completamente de la pesadilla se puede acabar con el Frankenstein.

Lo último en Opinión

Últimas noticias