Cuando uno se cree el «puto amo»

puto amo

Óscar Puente, ministro de todo menos de Transportes, es un tipo ingenioso, aguerrido de sí mismo, provocador donde los haya y convencido a la talibana de que nada que no pase por sus filtros y los de su inmarcesible caudillo tienen un lugar en el paraíso.

Sinceramente, me cae simpático. Lamento que su talento para dar titulares (no exentos de exabruptos) lo dedique a cosas vacuas y no se centre en resolver los problemas de los ciudadanos que le pagan su sueldo, su coche y residencia oficial, sus comidas y un largo etcétera.

Habla poco de las carreteras, del funcionamiento de los ferrocarriles, Correos, Puertos y de todo aquello que tiene que ver con la responsabilidad institucional encomendada por su amigo Sánchez, quizá el más firme ultradefensor del lagarto de los cinco días.

Cuando falsamente estaba meditando el presidente del Gobierno su abandono (ja, ja, ja) su principal edecán se largó aquello tristemente histórico y viral de el jefe «debe quedarse porque el puto amo… habla inglés». La boutade del ex alcalde vallisoletano fue recogida por alguna prensa extranjera que acostumbra a hacer chacota con las cosas que pasan en la vida política española. ¡No me digas que no es gracioso y talentudo! Óscar, el simpático, cada día se supera así mismo. No es el «puto amo» pero es un crack.

Vayamos a lo mollar del «puto amo». Hablar inglés lo hablan legiones de españoles, incluso muchísimo mejor que el primer ministro. Y no viven a costa del contribuyente en palacios públicos. Sí, Óscar, podríamos ponernos de acuerdo en que Sánchez es el sentido literal del término el puto y el amo en la capacidad para decir lo contrario de lo que piensa con intención de engañar. Le daría carta de naturaleza en ese campo de amos en la utilización de los bienes públicos a su capricho y antojo y, al mismo tiempo, ser un artista de la pista a la hora de no dar explicaciones del sobrecoste brutal para el contribuyente, como también en ocasiones le han sus pares en la Unión Europea, el ex premier holandés, Marc Rutte o la finlandesa Sanna Marin.

Vamos juntos de la mano a la hora de calificar al presidente de «puto amo» en la desbocada carrera de «cambiar de opinión» (sic); un día a Puigdemont hay que enjuiciarle y encarcelarle; otro manda emisarios en busca de sus siete votos para continuar en el machito. Otro día se declara socialdemócrata y abraza las políticas populistas de extrema izquierda e intenta ser una versión redimida de Maduro. Unos días más tarde propone un plan de «regeneración democrática», cuando le queda tiempo libre en su empeño por levantar muros entre españoles, y media hora después no distingue el Estado de derecho de una dictadura tratando de controlar a los jueces y amordazar a la prensa libre.

Podría continuar… En efecto, Puente y el que suscribe coinciden: Sánchez pasará a la pequeña historia de una gran nación como aquel jefe de gobierno que siempre se creyó el «puto amo» y ejerció el poder como tal.

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