Apuntes Incorrectos

La crisis que nutre a los fascistas

La crisis que nutre a los fascistas

El domingo pasado fue un día grande en Madrid. Hubo un colapso total. Pero no importa. Somos una ciudad acogedora. Y estamos tan acostumbrados a los abusos perpetrados por los sindicatos de clase al servicio de la izquierda que los riega con el dinero de los demás que cuando se acerca a la capital  una multitud autónoma y educada por un gran motivo como protestar contra el presidente que dirige de manera infausta el destino de la nación la saludamos con una paciencia infinita.

Si la delegación del Gobierno cifró en cien mil los agricultores, ganaderos, transportistas, cazadores y demás ciudadanos de bien que se congregaron en Madrid, hubo seguro más del doble. Es delicioso ver una acumulación tan notoria de fascistas y de aliados de Putin. Para celebrarlo, decidí ir con los hijos a comer a un japonés cerca del Bernabéu. Deberíamos haber elegido algo racial, dadas las circunstancias. Un cocido en el renovado Lhardy, por ejemplo. Pero en esta ocasión lo cambiamos por Chow Chow, un asiático muy respetable.

Tanto el taxista que nos llevó como el que nos recogió después estaban alborozados. Llevaban sin parar de trabajar desde las seis de la mañana que recalaron en el aeropuerto. La ciudad estaba atestada de autobuses llegados de todas partes, los restaurantes desbordados por la confluencia amical y festiva. Aunque la climatología no acompañaba y después el Barça se encargó de romper el embrujo, fue una jornada perfecta. Desde que Manuel Fraga como ministro de Franco dijo aquello de que la calle es mía, y luego la izquierda la ha venido monopolizando en cuanto murió el dictador, hace un tiempo que venimos comprobando la capacidad progresiva de movilización que tienen los demás. El nivel de cabreo general es intenso, y sólo puede ir a más. Es muy probable que la invasión de Ucrania se extienda en el tiempo. Aunque no fuera así, los precios de la energía y de los carburantes que tienen soliviantados a la mayor parte del tejido productivo van a seguir siendo elevados.

El Gobierno podría descontar la inflación de los impuestos, rebajar temporalmente algunos de ellos -como los que pesan sobre la gasolina y el gasóleo- o extender la vida de las centrales nucleares, o reducir la retribución fija que perciben las energías renovables, o recortar la factura por los derechos de emisión de CO 2 -que nos ha situado a la cabeza del ecologismo planetario mermando la competitividad de las empresas-, una decisión realmente estúpida producto de la soberbia de quien quiere -y no puede- dar lecciones al mundo.

Pero parece que su única y vana esperanza es topar el precio del gas o eliminar esta fuente de energía del ‘pool’ con el que se calcula el coste de la electricidad. Me temo que no lo va a poder hacer sin el concurso de la Unión Europea y Alemania ya ha dicho repetidamente que se opone. Esta medida sería finalmente perniciosa porque los precios no pueden ocultarse. El gas que continuaremos ineludiblemente necesitando va a seguir subiendo y obviar la realidad es lo más parecido a hacerse trampas en el solitario. Equivaldría a reactivar el déficit de tarifa, la diferencia entre los ingresos a que tienen derecho las compañías suministradoras y los que realmente iban a percibir temporalmente, obligando al Estado a resarcirlas pasado el tiempo a cuenta de los consumidores a través de más impuestos.

Hasta ahora, la mayoría de las televisiones privadas, entregadas por Rajoy a la izquierda, vienen ocultando con eficacia el malestar progresivo entre cada vez más capas de la población por la pérdida de poder adquisitivo, y en lo que respecta a los pequeños empresarios, por el aumento imparable de los costes. Pero por mucho empeño que se ponga en la causa no se pueden despreciar los hechos durante demasiado tiempo. El ambiente está muy enrarecido a pesar de la propaganda oficial. Es verdad que quedan todavía algunos socialistas recalcitrantes. Uno de ellos, con el que coincido desayunando en el bar, me decía este lunes, a cuenta de la enorme manifestación en Madrid: «pero de qué se quejan». Me pareció una pérdida de tiempo responder; primero porque era una pregunta retórica y después porque estos acólitos, sobre todo si son pensionistas como es el caso, son como un frontón, están encantados de conocerse, a imagen y semejanza del mandarín que nos gobierna, y de rendirle la debida pleitesía.

El clima, sin embargo, se deteriora a zarpazos por más que pese a estos incorregibles. El declive económico va a ser muy doloroso en los próximos meses, el problema presupuestario que afronta el Gobierno a cuenta de la irresponsable revalorización de las pensiones -pueden ser 12.000 millones del ala- va a destrozar las cuentas públicas, aumentando el enfado y la desconfianza de Bruselas sobre el manejo fiscal de nuestro país; la desconfianza general sobre la marcha de la coyuntura va a crecer y el ambiente de la nación se va a enturbiar hasta convertirse en una olla a presión. Lo del domingo pasado en Madrid puede ser un ensayo de un 15-M, pero a la inversa, en este caso gobernado por los fascistas que han salido de los armarios de todos los rincones de España y que tienen la sana costumbre de ducharse a diario y visitar regularmente la peluquería.

Mi gran amiga Pilar Marcos, diputada del PP y periodista de raza, ha recordado cómo fue la defensa que hizo el Partido Socialista hace un año de la labor censurable de los piquetes, eliminando el artículo del Código Penal en el que castigaba su eventual acción delictiva con pena de hasta cárcel. De aquella defensa merece la pena destacar una frase antológica: «Cada vez que se calla un sindicato muere la democracia». ¿No es brutal? Dado que los sindicatos españoles corruptos están callados como putas con la que está cayendo, hace tiempo que la democracia debería estar muerta. Pero no es verdad. La democracia está más viva que nunca desde que ya no es patrimonio de los de siempre. Abusando de la exageración, resucitó el pasado domingo en Madrid. ¡Siempre Madrid! Y esto es solo el principio de lo que se avecina.

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