Un circo llamado España

Carolina-Bescansa
13 de enero: se constituye el Congreso de los Diputados, con Diego, el bebé de Carolina Bescansa, como protagonista. (Foto: EFE)

La primera semana de la XI Legislatura deja tras de sí una inquietante sensación de irrealidad que se prolonga en España más de lo deseable. Parece como si, en nuestro país, el folclore político se hubiera impuesto por goleada a la Política ante el circo que hay instaurado en el Congreso y el manicomio que, como consecuencia, se hace fuerte en la Generalitat. Este mismo fin de semana, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ha advertido de la importancia de conseguir un Gobierno estable lo antes posible para que la evidente mejora económica que vivimos no se diluya entre el fuego fatuo que lanzan los herederos del populismo bolivariano y los independentistas catalanes que, bajo la connivencia de Pedro Sánchez, no se cansan de despreciar tanto al Rey como a la Constitución, desgastando así la exigua estabilidad del Estado.

Gran parte de las posibilidades de apuntalar ese crecimiento, que se sitúa al 3,2%, viene de la imagen que logremos proyectar a los inversores internacionales. Al igual que señala Juncker, necesitamos que nuestros políticos «se muestren a la altura» para seguir en la senda que nos sitúa ahora mismo a la vanguardia económica de Europa. No obstante, y dado el contexto de ingobernabilidad que vive España, el mayor peligro para la economía nacional se llama incertidumbre. Por ese motivo, espectáculos como el vivido el pasado miércoles en la sesión constitutiva del Congreso son lo último que necesitamos. Sobre todo, si queremos parecernos a democracias de primera como Inglaterra o Estados Unidos más que a repúblicas bananeras como Venezuela o Cuba.

Sería un anacronismo pensar que una madre no tiene derecho a conciliar su vida familiar y laboral de la misma manera que nadie puede negarse al uso de la bicicleta en las grandes ciudades o, incluso, a la compañía musical para según qué actos. Sin embargo, el problema viene cuando, como sucedió el pasado 13 de enero, se equivoca el contexto y además el hecho en sí adquiere categoría de acontecimiento y el nivel de la propaganda política más pueril. Entonces, cuando lo de menos es la constitución de la Mesa del Congreso y la elección de su presidente, los políticos que propician este tipo de show se convierten en el problema al tomarse su actividad como una suerte de espectáculo circense donde, como si estuvieran en ‘Gran Hermano’, los actos ante las cámaras cobran más importancia que el fondo de las acciones.

Nunca es buen momento para la improvisación en política pero, quizás, este lo es menos que ninguno. Tras siete años consecutivos de dura crisis, y ahora que comenzamos a levantar la cabeza, un gran consenso entre las fuerzas constitucionalistas otorgaría soluciones y disiparía las dudas. El problema es que, a la verbena del otro día en el Congreso, hay que añadir a un Pedro Sánchez que está decidido a convertirse en el pirómano mayor del Reino, incluso en contra de las figuras territoriales más representativas de su partido. El ombliguismo del secretario general del PSOE puede ser la ruina de España. Empeñado como sigue en acercase a Puigdemont y sus secuaces, intenta cimentar sus opciones de Gobierno en ganarse la simpatía de quienes quieren destrozar la unidad nacional. Mientras los ciudadanos asisten perplejos desde sus casas al espectáculo, España sigue instalada en la duda y los inversores toman nota más allá de nuestras fronteras. Si hay algún estadista en la sala, que levante la mano. Los españoles necesitan que su país deje de tener nombre de circo.

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