Cambiador de opinión o salvador de la Constitución

Cambiador de opinión o salvador de la Constitución

Pedro Sánchez dixit:

—El independentismo pide la amnistía, algo que este Gobierno no va a aceptar y que, desde luego, no entra en la Constitución—.

Cuando se miente tanto y se intenta tanto hacer ver que no se miente tanto, y perdón por el lío semántico, uno corre el riesgo de volverse tarumba y, sobre todo, de que el personal te tome por un zumbado o por un mentiroso compulsivo o ambas cosas a la vez, lo cual es sustancialmente peor. Esta frase salió de la boca del presidente del Gobierno en funciones no hace 10 años, cuando pasaba por ser un respetable socialdemócrata de manual, sino el 20 de julio de 2023. Esto es, 3 días antes de las elecciones generales. No admite discusión posible. No hay matices. Y, ateniéndonos a sus palabras, la perogrullesca moraleja es que si su amigo Cándido Conde-Pumpido y los otros seis magistrados digitados por el PSOE y Podemos dan luz verde a la Ley de Amnistía perpetrarán una prevaricación de tomo y lomo.

Por una vez, y sin que sirva de precedente, el marido de la filoalauita Begoña Gómez no mintió. Aquel jueves de precierre de campaña dijo la verdad y tenía más razón que un santo. Lo he subrayado no menos de una decena de veces y lo repetiré cuantas sea necesario: la amnistía no cabe en la Carta Magna, esencialmente porque el artículo 62 proscribe esos indultos generales que extinguen la pena pero no el delito. Y una amnistía elimina tanto el delito como la pena. El silogismo es de cajón: si prohíbe lo menor, ¿cómo carajo va a consentir lo mayor? Pues eso.

Es sencillamente una desvergüenza esa teoría, que propalan a machamartillo los periodistas de cámara de Pedro Sánchez, que sostiene que la amnistía es legal porque no está expresamente vetada en la ley de leyes. Lo cual no deja de ser una imbecilidad malvada como otra cualquiera porque por esa regla de tres encajarían en el perímetro de la constitucionalidad la esclavitud, la trata de blancas o la ablación de clítoris porque no vienen explícitamente recogidas en el texto del 78. Lo que hacen los medios gubernamentales, que dicho sea de paso, son la mayoría, es preparar el terreno. Me da que ése va a ser uno de los argumentos principales tanto de la Ley de Amnistía como de los razonamientos del sector sanchista del Tribunal Constitucional cuando prevarique para favorecer al presidente del Gobierno que los aupó al cargo.

La amnistía no cabe en la Constitución, sobre todo porque el artículo 62 proscribe esos indultos generales que extinguen la pena pero no el delito

A este sanchista Partido Socialista se le debe echar permanentemente en cara su amoralidad y su apego a la ilegalidad pero no se le puede negar su tan altísimo como eficaz nivel de maquiavelismo. Para la maldad son unos auténticos número 1. La performance del martes, con la aparición del desaliñado Óscar Puente como antagonista de un boquiabierto Alberto Núñez Feijóo, ratificó dos realidades: para empezar, que ese autócrata con ínfulas madurescas que es Pedro Sánchez desprecia a las instituciones al negarse a replicar al candidato a la investidura mandando a un diputado raso, y para terminar, que no quiere mojarse sobre la amnistía. Y no porque tenga miedo al Constitucional, sabe perfectamente que satisfará sus deseos, sino más bien porque desconoce qué dirección tomará el pulgar del imprevisible Carles Puigdemont, el hombre que se ha convertido en el presidente del Gobierno de facto. No es ninguna hipérbole: si Sánchez es su subordinado, sobra precisar quién ejerce la jefatura.

Ayer mismo, en ese mitin sevillano en el que sacaron a empujones a unos ciudadanos con banderas de España, no dijo ni mu sobre la palabra más rastreada en redes sociales de un mes a esta parte. Con permiso del término «Rubiales», naturalmente. El concepto amnistía no figura en su vocabulario. De momento. Todo lo más que ha salido de su boca es una suerte de eufemismos que permiten inferir por dónde irán los tiros: «Ahora la sociedad catalana ha dicho ‘sí’ a la política del reencuentro, después de haber tomado [el Gobierno] decisiones arriesgadas e incomprendidas que nos han llevado a una situación de estabilización». Vamos, que la derogación de la sedición, o lo que es lo mismo, la legalización del golpismo, la práctica despenalización de la malversación y los indultos son maravillosos y tres cuartos de lo mismo va a suceder cuando se dé carta de naturaleza a la Ley de Amnistía.

A Sánchez no le importa que le llamen mentiroso, lo que no quiere es mojarse a favor de la amnistía y que luego Puigdemont lo deje en ridículo

Y aunque ya sabemos todos que Sánchez no miente sino que «cambia de opinión», ahora ha optado por no pillarse los dedos en un asunto tan heavy como el gratis total a los 4.000 tejeritos catalanes encausados o en busca y captura. Le importa un pepino que le llamen mentiroso, así de desahogado es el personaje, lo que no quiere es mojarse a favor de la amnistía y que luego su presidente Puigdemont lo deje en ridículo. El no muy listo pero sí muy peleón secretario general socialista se ha aplicado ese infalible aserto español que advierte que «uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios».

Tal y como nos contó Luis Balcarce en estas mismas páginas, el aparato gubernamental trabaja a destajo y ya ha entregado a sus nuevos jefes de Junts la importantísima exposición de motivos de la Ley de Amnistía. El articulado llegará más pronto que tarde. Cuestión de días si no de horas. El inconveniente para los ilegales y golpistas planes de Sánchez es que, en contra de lo que sostenían sus voceros y confirmando lo que siempre mantuvo OKDIARIO, a Puigdemont no le vale sólo con la Ley de Amnistía. Exige que en el transcurso de esta legislatura se garantice «el derecho de autodeterminación», un concepto que la ONU alumbró para desarrollar los procesos de descolonización y que Junts y ERC emplean erróneamente para aludir a los plebiscitos de secesión.

Dando por requetehecha la Ley de Amnistía, ahí no hay vuelta atrás, el indisimulado objetivo del caudillo socialista es conseguir que los independentistas traguen con una fórmula light. A saber: crear una comisión bilateral para analizar fórmulas para satisfacer los deseos golpistas, lo que toda la vida de Dios se ha llamado marear la perdiz, o convocar un referéndum consultivo en aplicación de ese artículo 92 que permite hacerlo «entre todos los ciudadanos». Éste sería el obstáculo a salvar. Un trámite de pitiminí teniendo en cuenta que el actual Tribunal Constitucional está en primera posición de saludo con Pedro Sánchez. Reformar la Carta Magna para permitir referenda de independencia resulta física y metafísicamente imposible: al menos 172 diputados dirían «no» y hacen falta 210 en el mejor de los escenarios (tres quintos de la Cámara) para los secesionistas y 233 en el peor (dos tercios).

Lo de ir de constitucionalista ya no cuela, Sánchez es, será y se morirá siendo el presidente que pactó con ETA y con los golpistas catalanes

El modelo mudito de Pedro Sánchez tiene, en consecuencia, su porqué. Este individuo no hace nada a beneficio de inventario. Si los golpistas dicen amén a la Ley de Amnistía y a un referéndum descafeinado, Sánchez se presentará como el estadista que trajo la paz a Cataluña, como el Mandela patrio, como una suerte de Gandhi en versión patria. Que luego ya llegarán las tropas sanchistas del Tribunal de Garantías para decir que muy bien, que la norma es impecablemente constitucional. Manda huevos. Y al golpe duro del 1-O se le añadirá este golpe blando. Insistirá en que no mintió ese nada lejano 20 de julio en el que apuntó que «la amnistía no entra en la Constitución» ni ahora. Volverá a tomarnos el pelo afirmando que simplemente ha cambiado de opinión.

El silencio sanchista cobra tanto más sentido en el segundo escenario: el de un corte de mangas de Puigdemont. Ahí veremos a nuestro protagonista irse a una cabina de teléfonos para cambiar su traje filoetarra y progolpista por el de Superman del constitucionalismo. «Yo soy el que ha salvado la España del 78 y la democracia, en política no vale todo», apostillará. Y que nadie descarte que en el discurso le dé por llamar «golpistas» a Puigdemont, Junqueras, Nogueras, Rufián y cía. Irá a elecciones confiando en que el electorado le premie por no ceder al chantaje golpista y etarra. El drama para este truhán es que ese rol se lo robó para siempre Alberto Núñez Feijóo con su descomunal, decente y democrática alocución del martes y el miércoles. Lo de ir de constitucionalista, ya no cuela, Pedrito. Eres, serás y te morirás siendo el presidente que pactó con ETA y con los golpistas catalanes. Como lo peor de lo peor.

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