El bicho nos llegó de China después de todo
Hay documentos nuevos que refuerzan la teoría de que no sólo el SARS-CoV-2 se escapó de un laboratorio sino que fue desarrollado en uno. El de Wuhan. Pero cualquiera que insinuase, en el 2020 y posteriormente, que quizá no había salido de uno de los insanos mercados «húmedos» que aún persisten en distintos lugares del mundo -notoriamente en China- era tratado poco más o menos como un paria, un racista y un conspiranoico.
Como decía en febrero de este año el Wall Street Journal, en los cuatro años transcurridos desde que el virus se desató en el mundo se han acumulado datos que apoyan la hipótesis de que el virus es producto de una síntesis de laboratorio, no de la naturaleza. Ya en junio del 2023 un científico chino de alto rango, George Gao, ex director del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de China, admitió que el coronavirus pudo haberse filtrado desde el laboratorio de Wuhan. El origen más probable del Covid fueron las investigaciones de guerra biológica financiadas por EEUU y llevadas a cabo en China. De ahí el interés tanto de los EEUU como de China en disuadir a los ciudadanos de hacer preguntas comprometidas. A pesar de que el patógeno se originó en una ciudad de su país las autoridades chinas mantuvieron oficialmente una postura vaga, destinada en gran medida a desviar las críticas. Sin embargo, esto ya ha saltado, tenemos las pruebas, murieron millones de personas y se causó un gran prejuicio social y económico. No se trata de represalias, se trata de saber cómo pudo pasar y que se puede hacer para que algo así no siga sucediendo.
Si han leído las noticias de las que me hago eco, sabrán que los informes admiten que los confinamientos y restricciones causaron un «daño inconmensurable» a la economía y a la salud mental y física de los ciudadanos, especialmente de jóvenes y niñas adolescentes. Además plantean dudas sobre si la obligatoriedad del uso de mascarillas se basó en alguna evidencia científica o de que la vacuna del Covid detuviese la propagación y la transmisión del virus. Toda aquella historia del pasaporte sanitario, sobre el que tanto se protestó en su momento por cierto, tampoco estaba respaldado por evidencia alguna. Cuestiones todas de las que nos daban fe desde unas instituciones que censuraban la información, científica o no, que contradecía su relato. Han sido muy remisos. «A menos que China comparta sus datos, los orígenes del covid-19 continuarán siendo totalmente desconocidos», señaló en una rueda de prensa este mismo septiembre pasado el director general de la OMS ,Tedros Adhanom Ghebreyesus, cuando ya se acumulaban los documentos. La OMS tampoco ha hecho un gran papel que digamos.
Dejando aparte cuestiones médicas más técnicas sobre la idoneidad
de la vacuna experimental, de si se actuó correctamente descalificando la eficacia de otros fármacos o de si se ignoró la inmunidad natural, lo que sí acertaremos es en dudar de que los más de 250.000 millones de dólares que gastaron los gobiernos lo hicieran bajo criterios tan científicos como aseguraban. Con el tiempo sabremos también cuán importante fue la corrupción en el uso de fondos públicos. Y, siendo esto inquietante, lo peor de todo fue la politización de la controversia. La tribalización caníbal del debate público. En todos tiempos y lugares existen los conspiranoicos, esos cuñados a distintos niveles que se inventan problemas sólo por polarizar. Pero no han sido de recibo las acusaciones de difundir bulos o las etiquetas de negacionistas que han sufrido tantos por parte de políticos, periodistas de renombre, fact-checkers ideologizados e, incluso, compañeros de trabajo o amigos. No demasiado distinto, por otra parte, a otras cruzadas que resultarán tener los pies de barro como el alarmismo climático (no el cambio climático, ¿eh?), por ejemplo.
Y lo más extraordinario es que, a pesar de la acumulación de evidencias a favor de la fuga del laboratorio y que periódicos como El Mundo hayan puesto ya las cartas sobre la mesa, no sea este un asunto de debate urgente en todos los medios de comunicación. ¿A qué esperamos?