Ayuso y la izquierda insana

Ayuso y la izquierda insana

El socialismo es una ciencia exacta. Y más que por la constante histórica de su fracaso, político y económico, por la capacidad infinita de huir de responsabilidades que nunca son suyas, sino producto del negacionismo, deslealtad, machismo o falta de patriotismo del adversario. La izquierda es un perfecto laboratorio de pruebas donde la hegemonía cultural, al modo en el que Gramsci y Adorno la concibieron, se impone a cada cuestión que se debate en la España tontorrona, donde hay tantos tertulianos como tuiteros enganchados a su dosis diaria de odio.

La izquierda, decíamos. Su relación de chivos expiatorios es tan larga como eficiente: Franco, la derecha, Putin, Aznar, el capitalismo, el neoliberalismo, la ultraderecha, la casta, los castos, la Iglesia, la COPE, Losantos, Ana Rosa, Trump, Vargas Llosa y Díaz Ayuso. Ah, Isabel, la presidenta que sofoca el humo de Moncloa con la misma tranquilidad con la que sopapea a la izquierda de Indalecio y Largo, o sea, la de Sánchez e Iglesias. Cautivo y desarmado, el ejército sanchista saca desde hace semanas a su cada vez más famélica legión para agitar las calles, que es la vacuna vírica que encuentra siempre el zurderío cuando no puede agitar las urnas. Las que vinieron y las que vendrán.

Ayuso es ahora el cajón de sastre soñado por el politiqués marxista. Sirve para expurgar las deformaciones propias de un gobierno en la cara ajena, a modo de exorcismo barato, método que suele gustar a quien está acostumbrado a proyectar en los demás los defectos propios, como hace este PSOE del 34, o sea, de 2022. España es ese país en el que si haces las cosas bien cuando gobiernas, (¿quién decide lo que está bien?) enseguida eres sospechoso de ilegalidad, jurídica o ética. Le espera el cadalso al honrado y el aplauso y la defensa al vil. Antes que a Ayuso le pasó a Rivera, que no gobernó, y antes de todos, a Aznar, que fue quien mejor gobernó. El sanchismo ha alterado tanto las normas del bien y del mal que acabaremos por aceptar que el delito es un concepto discutido y discutible cuando se aplica a un socialista. Y aquí no rechista nadie. Aún menos los conmilitones, hambrientos de repetir escaño, huérfanos sin ese asidero de moral cambiante llamado sueldo público. Sabemos que la bancada sanchista, dentro y fuera de las Cortes, está llena de aprietabotones. Jovellanos les llamaría culiparlantes. Como en la sanidad, también aquí hay una larga lista de espera.

Lo que pasó en las calles de Madrid estos días es el reflejo de una forma de concebir lo público, el Estado y la gestión de lo común. La izquierda insana es esa que se manifiesta en Madrid exigiendo mejoras en la misma sanidad pública que se cae a pedazos en Aragón o Extremadura, predios en los que el socialismo primero arruina, y luego extiende la desgracia en el rival político, que bastante tiene con hacer oposición al caudillismo cortijero. A esa izquierda le importa la sanidad pública tanto como sacar de la pobreza a los pobres. En ambos casos, debe su existencia a su presencia. De la Sanidad pública les mueve la pervivencia del apellido para que médicas y madres sigan mamando del nombre. Cuando la tienen en sus manos, la desprecian.

Miren, si no, a Andalucía. Nunca hubo, en la historia de España, más recortes sanitarios que cuando gobernaron al alimón PSOE e Izquierda Unida entre 2012 y 2015. Los tejemanejes y apaños presupuestarios empezaron ya en el último año de mandato de Chaves y llegaron hasta Susana Díaz. Los andaluces eran los españoles que peor valoraban su servicio de Urgencias. Se asistían a lamentables esperpentos como la del fallecimiento de un hombre de 72 años que tuvo que esperar en el hospital más de doce horas a que le dieran una cama. Murió sin que pudieran atenderle. Esta era y es la sanidad bajo gestión socialista. Pero la percepción siempre acaba por vencer a la realidad y la verdad es aquello que los ciudadanos creen que es verdad. En España se ha instalado desde hace mucho tiempo la falaz idea de que los enterradores de lo público son sus salvadores y que los enemigos del obrero, sus protectores. Y que la incapacidad de gobernar y gestionar de forma decente no se debe a la propia incompetencia, sino a contextos ajenos, a los que nombrar y etiquetar para así alimentar la siempre subvencionada trinchera. Ayuso es otro nombre más que la idiocia e ignorancia de la izquierda insana gestiona a golpe de barricada y lamento. Y no será el último.

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