Amnistías animadas de ayer y hoy

amnistía
  • Pedro Corral
  • Escritor, investigador de la Guerra Civil y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

Los fontaneros de La Moncloa saben que estas cosas no se improvisan, que no se preparan de la noche a la mañana. Hay que cuidar mucho los detalles. Debe tenerse en cuenta incluso la hora del encuentro, por la orientación y la altura en que el sol se estará desplazando, para situar a los cámaras y los fotógrafos a la llegada de los invitados. ¿Foto de los dos grupos juntos o separados? ¿Quizás mejor a la salida, con el presidente, si las cosas han ido bien?

El asesor al que se le había ocurrido la idea estaba dando en su despacho los últimos retoques a su proyecto, como a sus uñas devastadas, antes de proponerlo en la reunión con el jefe. Se le vino a la mente así por casualidad, en la máquina del café, en el edificio de «Semillas Selectas», que anda que no ha dado juego el dichoso nombre.

Se lo soltó primero, a bocajarro, a uno de los funcionarios, al que todos apodan Pereira, no sabe por qué. Un tipo amable, algo retraído, al que los trienios le han ido encorvando y haciendo pesados los andares. Por un momento se pareció a una escena de aquella desternillante serie Camera Café.

-El tema de la amnistía es jorobado, pero le estoy dando una vuelta… -había dicho el asesor.
-Me lo vas a contar a mí, que por más vueltas que le doy no veo el asunto por ningún lado -le contestó Pereira.
-¿Cómo se llamaba la plaza esa de Barcelona? ¿Urquiniuna, Urcainiona…?- preguntó el más joven.
-Urquinaona.
-Eso, Urquinaona.
-¿Es qué estás pensando, en cambiarle el nombre por Amnistía, como la calle que hay en Madrid, junto al Teatro Real? Que sepas que se puso por la amnistía de 1832. Fue cuando Fernando VII, el «Rey Felón», ya había caído enfermo, y su mujer, María Cristina, iba buscando apoyos para agarrarse al poder… Vamos, como tu jefe ahora -dijo el viejo Pereira a la vez que pulsaba el botón del té.

El ronquido de la máquina ahogó en parte su comentario, pero no del todo, por lo que la conversación estuvo a punto de deshacerse más rápido que dos peces de hielo en un… ya saben.

-¿Qué pasa con Urquinaona? -volvió a preguntar Pereira para recomponerse después del mudo e intimidante reproche del joven, mientras se inclinaba a recoger el vaso de té.
-Que se me ha ocurrido que el jefe podía juntar a los policías que defendían la comisaría de Vía Layetana de los disturbios de después de la sentencia del 1-O, y a los manifestantes que los apedreaban, y vender así la amnistía para beneficiar a todos los del procés como una solución política al conflicto -respondió el asesor.

Fue entonces cuando a Pereira le vino el espasmo y se le fueron algunos dedos artríticos sin querer al vaso rebosante del té hirviendo que sostenían, lo que le hizo proferir un lamento con sordina.

-Así, en plan buen rollo, como de colegueo, para poner a todos en el mismo plano, y borrón y cuenta nueva, un «si te he visto no me acuerdo», o un «tú a lo tuyo y yo a lo mío»… Bueno, qué sé yo, de lo que se trata es de vender la foto con el jefe como el retrato de la nueva normalidad -explicó el joven asesor, aún más entusiasmado al formular verbalmente su idea.
-¿Y qué hará entonces Marlaska? -le preguntó el funcionario.
-¿Cómo que Marlaska? Es Puigdemont el que nos va a apoyar en la investidura si aprobamos la amnistía -replicó el asesor, confuso.
-Ya, pero fue Marlaska el que condecoró a más de trescientos policías por su actuación en Cataluña en defensa del orden contra los que reventaron las calles para protestar por la condena a los golpistas de la que ahora se les quiere amnistiar -dijo Pereira.
-¿Y qué quieres decir con eso? -insistió el joven, aún más confuso.
-Pues que si a los que apedreaban a los policías y a los que jaleaban a los que les apedreaban se les borra su delito, habrá que borrarles también las medallas a los policías por jugarse la vida contra los que estaban violentando la ley y el orden constitucionales. Si tú quieres juntarlos a todos, a los violentos que tiraban piedras y a los agentes que las recibían para escenificar las bondades de la amnistía, el buen rollo, como dices, pues tendrás que explicarlo muy bien, porque si ves las fotos de los policías heridos, de los compañeros protegiéndolos y evacuándolos bajo aquel diluvio de piedras, te das cuenta de que no hay por dónde coger la amnistía, porque le va a dar la vuelta a todo, que es el objetivo de los golpistas: que defender el orden constitucional tenga reproche y violentarlo tenga recompensa y además doble, política y judicial. Y hablo de los policías o los guardias civiles, como podía hablar de los jueces o los fiscales, y de todos los funcionarios y todos los ciudadanos que cumplieron sus deberes constitucionales, con el Rey Felipe VI a la cabeza, para defender nuestra libertad y nuestra democracia.

El joven dejó a Pereira con la palabra en la boca, girándose hacia la puerta con una mueca de desdén. Su idea les pareció a todos brillante en la reunión, sobre todo al jefe. Cuando éste le preguntó si se lo había contado a alguien, le respondió que sí, a un viejo funcionario llamado Pereira, que sostiene lo mismo que Felipe y Guerra. Alguien dijo entonces algo de momias fachas y todos rieron a mandíbula batiente.

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