Opinión

Las 5 razones por las que debe gobernar el PP

No habrá terceras elecciones. No debe haberlas. No puede haberlas. A pesar de que la aritmética es caprichosamente coherente con quienes pretenden hacer de España su juego de tronos particular, el futuro del país no admite más quinielas que la que estipula un gobierno en minoría, de acuerdos precisos y puntuales, encargado de gestionar una deriva complicada en los próximos años. Estamos en un contexto especialmente delicado, con políticos lejos de la mejor estirpe parlamentaria española, aquella que dejaba atrás diferencias para, desde una pasional dialéctica, comentar y analizar el ruedo ibérico con tacto de cirujano. Escaños orgullosos de sus ocupantes que ahora sienten vergüenza de recibir periódicamente las posaderas de tan indignos representantes.

No describo desde la generalización, sino desde la real constatación de que la falta de acuerdo proviene de la falta de nivel político, no de la peculiar y momentánea disensión negociadora. No obstante lo dicho, el Partido Popular debería gobernar la presente legislatura por varias razones:

1) Una España cansada de negaciones debe construir desde la suma. Y en ello están los que avanzan hacia el pacto y no el desafecto. Rajoy y Rivera ya se entienden. Junto al diputado de Coalición Canaria rozan la mayoría en la Cámara Baja (170). No es suficiente, pero debería bastar, a pesar del desencuentro de los últimos días por la intención de los populares de permitir que los nacionalistas catalanes tengan grupo propio en el Congreso. No es esta cualquier línea roja. Es la que acredita la coherencia de una formación (Ciudadanos) construida y crecida a base de combatir la sinrazón sentimental y mitológica ideológica del partido de los Pujol. Los convergentes (ahora autodenominados demócratas, ¡qué oxímoron!) no pueden ser de nuevo los guardianes de la gobernabilidad en España, a pesar de que su alma siempre ha estado en venta, da igual pesetas que euros.

2) Se genera un país próspero desde la estabilidad de sus instituciones y la confianza de un gobierno seguro, sea con mayoría absoluta o con acuerdos varios, fruto de su minoría parlamentaria. La incertidumbre es enemiga de la inversión y esta, como recordó recientemente el servicio de estudios del BBVA, ha provocado ya en España una reducción del crecimiento (del 2.7% al 1,4%). Traducido: más de 5.000 millones de euros. Y subiendo. Nuevos comicios aumentarían la probabilidad de huida de inversores, colapso económico y fuga de capitales. Muchos lo celebrarían. El país no lo soportaría.

3) Nadie dice que los votantes de los otros partidos deseen una alternativa que pase por un mosaico de perdedores. Preguntemos a quienes confiaron en Ciudadanos y PSOE si su alternativa pasa por hacer un gobierno anti PP que cuente con nacionalistas y Podemos. La respuesta sorprendería a los propios dirigentes de esos partidos. Entender entre bambalinas lo que ha pasado mediante lecturas correctas es el prólogo del futuro acuerdo y supervivencia, sobre todo en el caso de Ciudadanos. Les vendría bien a algunos leer el Breviario para políticos del Cardenal Mazarino, una obra sobre el poder personal de un político. Quizá les ayude a entender lo que ha pasado.

4) Por incomparecencia de las alternativas. El pacto del abrazo de Sánchez y Rivera no funcionó. Muchos ciudadanos vieron en él la escenificación de una pantomima, pues nunca llegaría a ser real mientras el bloqueo viniera de las dos formaciones que mejor se han entendido en el jaleo de la elecciones. Podemos es mucho en campaña y nada después de ella. Ciudadanos es un estado de ánimo permanente con posibilidades de ser todo y peligro de acabar volviendo a la Galia catalana. Y el PSOE vive de ese suelo de votante vinculados únicamente al partido por tradición y orgullo emocional. Pocas razones para superar lo que hay, para ofrecer una visión diferente de lo que España reclama.

5) Un líder político debe escuchar antes que gestionar equipos, debe tolerar discrepancias antes que fabricar concordias. Es un repartidor de esperanzas, como resumiera el gran corso Bonaparte. Desde la disonancia al acuerdo, del desacorde a la melodía correcta. Pero hasta aquí. La negociación que se edifica sobre la negación no es negociación, es la muestra de debilidad política y personal. Sánchez lo ha sufrido. Iglesias lo ha anunciado. Gatillazos de un producto de marketing sin fondo y de un orador sin bisagras. Rajoy sí ha sabido, desde la prudente ausencia, desde la lejanía de esos focos que le atemorizan, esperar su momento para erigirse en el candidato que no toda España quiere, pero que ahora sí la mayoría desea que gobierne. No es cuestión de fortalezas propias, sino de debilidades ajenas. Sea como fuere, el problema de España no es la falta de acuerdo, sino la escasez de liderazgo y formación política.