Iglesias quiere otro 34, otro 36 y espero que no otro Calvo-Sotelo
—Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprende las lecciones que nos da la historia—.
Cualquiera diría que esta frase del escritor británico Aldous Huxley ha visto la luz aquí y ahora, en esta España convulsa, fracturada, dividida en dos bloques irreconciliables enfrentados a cara de perro 80 años después por culpa del frívolo José Luis Rodríguez Zapatero, que incineró el Pacto de la Concordia de 1978. Esa España que el genial sordo aragonés, Francisco de Goya y Lucientes, pintó hace dos siglos en su celebérrima Pelea a garrotazos bien la podría haber retratado nuestro contemporáneo Miquel Barceló anteayer. O Sicilia. O Antonio López. O Pedro Sandoval. O Uslé. O Genovés. O Gordillo. O mi querido, añorado y eterno Eduardo Arroyo.
Pablo Iglesias no sólo es uno de los políticos más sobrevalorados de una escena, la actual, que permite concluir que cualquier tiempo fue mejor. Es, además, el más desahogado y, sobra decirlo, el más reaccionario. El más estalinista. El más fascista. El más jeta. El más embustero. El más feo por dentro y, permítanme la licencia, el más feo por fuera con esos piños color carbón cuya limpieza cuesta una diezmilésima parte que su casoplón. He de admitir que el domingo me acongojé al escuchar su arrebato de niño malcriado tras certificar que no sólo se pegaba un bofetón de campeonato sino que buena parte de ese bofetón era culpa de una formación, Vox, que le sacó la sangre a Podemos birlándole no menos de 100.000 votos. Mejor dicho, da mucho miedo. Terror. Pánico. Fue toda una declaración de guerra. Obviamente, no alcanzó el nivel dios del “¡es la última vez que este hombre habla en el Parlamento!” de Pasionaria cuando sentenció a José Calvo-Sotelo 72 horas antes de que fuera mortalmente balaceado pero tampoco se quedó corto.
La alerta antifascista ostenta el macabro honor de sumar ya una decena de heridos
“Decreto la alerta antifascista y llamo a la movilización contra los postfranquistas de Vox”, fue el exabrupto que vomitó la fiera bien entrada la noche del domingo con esa pose de hijo único que no admite un “no” por respuesta, ni un desencanto por nimio que sea. Fue toda una oda al matonismo. Y se salió con la suya. Marchas con mayor o menor violencia, pero violencia al fin y al cabo (la violencia también puede ser psicológica), en Cádiz, Sevilla y Granada. O esa de Gerona contra una manifestación de Vox que si no la llegan a ubicar temporalmente hubiéramos deducido que eran disturbios provocados por esos gilets jaunes (chalecos amarillos) que rememoran mayo del 68 a adoquinazos por la brutal subida del 30% del diésel decretado por esta suerte de Rey Sol posmoderno que es Emmanuel Macron. La alerta antifascista ostenta el macabro honor de sumar ya una decena de heridos, entre otros, un muchacho al que 15 encapuchados enviaron al hospital por llevar una bandera española en el campus vitoriano de la Universidad del País Vasco. Si bien es cierto que a este chico de 19 años le rompieron la nariz y el pómulo el viernes, no lo es menos que Iglesias lanzó proclamas incendiarias contra los que él denomina “fascistas” durante la campaña de las andaluzas y cada vez que ha abierto el pico desde que Soraya lo prefabricó allá por 2013. De estos polvos vienen estos lodos. Por no olvidar algunas consignas más salvajes aún, como las que esputó hace cuatro años en una conferencia con una propuesta que define perfectamente al sujeto: “¡Dejémonos de mariconadas y salgamos a cazar fachas!”. Pues eso: homófobo y extremadamente violento.
Nada nuevo bajo el sol. Hace un año exacto un vecino de Zaragoza, Víctor Laínez, fue asesinado por un “antifascista” chileno llamado Rodrigo Lanza que 11 años antes había dejado tetrapléjico a un policía local de Barcelona y que tenía en Podemos en general y a Iglesias en particular como sus grandes valedores. El delito del bueno de Laínez fue portar unos tirantes con la bandera de España. El hijo de puta que lo mató no fue repudiado por la izquierda y los medios podemitas e independentistas. El repugnante doble rasero de siempre: muchos políticos y no pocos periódicos relativizaron el crimen dando cuartelillo a la versión de los facinerosos que lo patearon moribundo. Todo ello cuando la autopsia dejaba bien claro que fue una agresión por la espalda, a traición, como sólo ellos saben hacer. La gentuza es así y no hay que darle más vueltas.
Pablo Iglesias que es unidimensional, sólo sabe de comunismo y chavismo, quiere rehacer la historia. Mejor dicho, reescribirla con idéntico guión pero distinto desenlace. No sólo ganar la guerra que perdieron sus abuelos, algo física y metafísicamente imposible salvo que se embarque en una nave de ésas de El Planeta de los Simios, sino también llevar a la práctica las estalinistas costumbres de esa izquierda que se cargó con su totalitarismo la primera democracia española. La izquierda se negó a aceptar la victoria de la CEDA de Gil Robles en las elecciones de 1933. Algo parecido al “hay que parar a la ultraderecha” del general secretario de Podemos. Cómo sería la cosa que no pudo formar Gobierno teniendo que ceder ese grandísimo honor a ese brillante corrupto llamado Alejandro Lerroux, que se las ingenió como pudo para salir de un infierno en el que todo eran trampas. El Partido Comunista del abuelo Turrión, un PSOE echado al monte que nada tiene que ver con el socialdemócrata de Felipe González, los anarquistas y una ERC con similares modos y maneras a la de nuestros días dijeron “hasta ahí podíamos llegar” e impidieron que la derecha gobernase España.
El golpe del 34 también tuvo su 1-0 cuando el criminal psicópata Lluís Companys declaró el Estado Catalán
“Si llegan los reaccionarios, abriremos la vía revolucionaria”, exclamó El Lenin español, Largo Caballero, con la oposición de socialistas honorables como Besteiro. Dicho y hecho: la entrada en el Gobierno de tres ministros del partido que había ganado las elecciones, la CEDA, fue la excusa de mal pagador del PSOE y la izquierda comunista para poner patas arriba el país. El 4 de octubre de 1934 guarda demasiadas concomitancias con esa fascista alerta antifascista ordenada 84 años después por Pablo Iglesias. La Revolución de Octubre se saldó con 2.000 muertos, muchos de ellos religiosos pasados a cuchillo por estas bestias pardas. Aquel golpe de Estado también tuvo su 1-0 cuando el criminal psicópata que da nombre al Estadio Olímpico de Barcelona, Lluís Companys, declaró el Estado Catalán. Este individuo fue encarcelado y luego indultado (¿les suena?) en 1936 dando rienda suelta a su venganza con el asesinato o la ejecución sumaria de 9.000 personas más: curas, monjas, seglares, monárquicos y cedistas.
Pablo Iglesias, su amigo el terrorista Otegi y los golpistas catalanes lo tienen claro: su concepto de democracia es que sólo pueden gobernar ellos. “Porque es lo que quiere la gente y porque nuestros rivales son los enemigos del pueblo”, como suele repetir el plomazo del Stalincillo podemita. Y, si vence el adversario, hay que impedirlo por la fuerza o robando las elecciones como sucedió en febrero de 1936 con una victoria del Frente Popular más falsa que Judas, tal y como probaron Álvarez Tardío y Villa. Cuidadín porque así empezó esa contienda de malos contra malos que fue la Guerra Civil. Con un golpe de Estado de un lado y un virulento contragolpe de otro. Así es nuestra España pendular. La Fiscalía debería tomarse en serio este nuevo reto del hijo putativo de Hugo Chávez y Mahmud Ahmadineyad. Esto de mandar a la gente a la calle a impedir la democrática irrupción de un partido que es infinitamente menos de derechas que Podemos de izquierdas es delictuoso amén de fascistoide. Y el fascioestalinismo sólo puede terminar de dos maneras: mal o peor. Aquí saltará todo por los aires el día en que golpistas o comunistas propinen un golpe, una puñalada o un disparo mortal de necesidad a quien no piensa como ellos. La jornada, que Dios no lo quiera, porque el diablo lo está deseando, en la que estos salvajes pongan un muerto encima de la mesa. Un segundo cadáver, mejor dicho, porque lo del hombre de los tirantes rojigualdas se blanqueó tanto en la opinión publicada que pudo llegar a calar la sensación de que había sido un reyerta entre delincuentes. Por cierto, ahí va una inocente pregunta: ¿no debería actuar la Fiscalía de oficio contra el coletudo líder podemita?
El guerracivilismo y el asesinato civil del Pacto de la Transición es un boutade zapateril que nos costará muy cara. Nada me gustaría más que columpiarme. Lo único que nos salva de las sacas, los paseíllos y las checas es que estamos en la Unión Europea. Aunque visto como está de pachucha la UE, que va camino de una irrelevancia modelo ONU, me temo lo peor. O los demócratas acabamos legalmente con los que quieren devolvernos al 34 y al 36 o los que quieren devolvernos al 34 y al 36 acabarán con los demócratas, con el Estado de Derecho y con el mejor periodo de nuestra historia que es la España constitucional. Está en su ADN e incluso en sus programas. La paz, la prosperidad, la alternancia, la convivencia y la tolerancia fenecerán el día en que haya un muerto. Reaccionemos antes de que sea demasiado tarde. No nos podemos permitir otro 34 ni otro 36. Tampoco otra sanjurjada. Reeditar nuestros más escabrosos periodos históricos es del género tonto. Olvidar nuestra peor historia nos llevará inexorablemente a resucitarla. Un suicidio que nos haría retroceder 80 años. Nunca más. Hagamos caso a Huxley.
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