Cien pesadillas

Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

Cuando echamos la vista atrás y nos ponemos a analizar un mandato político no necesitamos ser Einstein para divisar la verdad, tampoco politólogos (de los de verdad, no de los de Somosaguas), ni desde luego Dios Todopoderoso. A un ciudadano del montón le basta con autoplantearse una sencillita pregunta, un cuasisilogismo que hasta Abundio acertaría a desentrañar: ¿Estamos mejor, peor o igual? Cuando se cumplen 100 días y 100 noches de la legal que no legítima llegada de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno es menester formularse la pregunta del millón de euros.

Más allá de simplismos, subjetivismos, eslóganes o lugares comunes, hay que colegir que obviamente no estamos mejor. Que, desgraciadamente, la situación no es igual ni por el forro. Y que ni tan siquiera es peor. ¿Entonces?, se preguntarán intrigados todos ustedes. La respuesta al enigma es durísima sin necesidad de echar mano de hipérboles: estamos peor que peor. Ni en la peor de mis pesadillas imaginé que se sobrepasasen todos los límites institucionales habidos y por haber. Jamás sospeché que se pudiera destruir tanto empleo y tanto crecimiento en tan poco tiempo. Y si me cuentan que un presidente constitucionalista español accede al poder con los votos de proetarras, independentistas y golpistas directamente hubiera pensado que mi interlocutor se había vuelto tarumba y lo hubiera llevado en mi propio coche al frenopático más cercano.

La gallina fue en este caso peor que el huevo porque el mayor sacrilegio en términos constitucionales fue la propia articulación de la moción de censura, preparada con sumo mimo y total desvergüenza e impunidad por ese ¡¡¡magistrado!!! que da mítines con proetarras y que responde al nombre de José Ricardo de Prada. Este sujeto preparó desde la Audiencia Nacional el caldo de cultivo que propició la defenestración mariana. Obviamente, en un sublime tikitaka con socialistas y comunistas que el dream team guardiolesco de las mejores épocas no hubiera superado.

La irrupción de Sánchez en Moncloa es el mayor golpe moral a nuestro régimen de libertades en 40 años. No por el qué, el marido de Begoña Gómez tiene todo el derecho del mundo a ser presidente, sino más bien por el cómo. En política en particular y en la vida en general no vale todo. Porque cuando vale todo, nada, absolutamente nada, vale. Trincarle la poltrona a Rajoy con los síes de quienes hace un año declarararon la independencia de Cataluña, con los colegas de quienes asesinaron a 850 compatriotas y con los comunistas financiados por una dictadura que mata conciudadanos en tiempo real supone la mayor deslegitimación de la democracia constitucional que nos regalamos en 1978.

Sensu contrario, el cómo de la moción de censura supone normalizar lo anormal, avalar a quienes delinquen, a quienes perpetran golpes de Estado, a aquéllos que asesinaban hasta hace bien poco y a los que pretenden instaurar en Europa una tiranía similar a la de sus jefes venezolanos e iraníes. Nada que ver con ese Felipe González que abandonó el marxismo en 1979, remitió a la marginalidad al PCE, combatió a ETA con uñas y dientes y jamás permitió la más mínima tentación secesionista en Cataluña. Bueno era el de Heliópolis para que le tomasen el pelo.

El 1 de junio de 2018 se recordará dentro de muchos años en los libros de historia como una jornada luctuosa. Como uno de esos días que cambiaron España a peor. Como ese de enero de 711 en el que los musulmanes iniciaron la conquista de la Península Ibérica, como ese 10 de diciembre de 1898, cuando nos quedamos sin Cuba y Filipinas en París, como ese 16 de febrero de 1936 que supuso la llegada por las malas de ese Frente Popular que tantas analogías tiene con el que estamos padeciendo o como ese 18 de julio de 1936 en el que la liamos definitivamente.

Lo peor de estos 100 días es que se ha normalizado la inmoralidad, la contradicción, la patraña y la demagogia. Cualquiera de los episodios de este Gobierno, escojan el más light, hubiera sido un escándalo de marca mayor hace 30 años. Ahora pasan casi desapercibidos porque la realidad se mueve a velocidad supersónica y lo que en este instante es noticia 24 horas después es la prehistoria. ¡Ah! Y porque la mayor parte de los medios está podemizada hasta la náusea.

Lo peor de todo es el balance económico. Cuando ese economista de pitiminí que es Pedro Sánchez fue investido, el PIB patrio crecía al 3%-3,1%. Ahora al 2,7%, con tendencia al 2,6%, y gracias. Cuatro décimas en tres meses que se dice pronto. Sólo en junio se las piraron de España 11.000 millones de euros, es decir, un punto del PIB. Las cifras del paro son acongojantes. Las desveladas el jueves lo dicen todo: en agosto se destruyeron 203.000 empleos, guarismos homologables a los que experimentábamos en los inicios de la mayor crisis de nuestra historia (2007 y 2008). El turismo ya no es lo que era y el Ibex está en 9.100 puntos cuando en enero marcaba un maravilloso 10.600. Esto no son los cuentos que nos intenta colar el eternamente  gubernamental diario El País sino más bien las cuentas de un país que va directito y cuesta abajo a una nueva recesión.

Los sablazos fiscales con los que Pedro Sánchez y el copresidente Iglesias nos van a deleitar en los próximos meses provocarán un crecimiento exponencial del desempleo, de la recaudación y de la fuga de capitales. Tiempo al tiempo. Los impuestos “a los ricos” se traducirán, por ejemplo, en una subida del 31% del diésel, combustible que no sólo lo emplean los Ortega, Del Pino, Villar Mir y demás multimillonarios patrios en sus barcazos sino también más de 10 millones de españoles en sus humildes vehículos. Por no hablar del atraco a mano armada que representará el incremento de la tributación a las rentas del capital, que pasará del 21% a un máximo del 35% si Dios y el Parlamento no lo remedia. Avisados quedan: invertir en bolsa, en fondos o en planes de pensiones será un ejercicio de masoquismo. Y más tal y como están nuestros mercados.

¿El problema catalán está como estaba, peor o ha mejorado con el amiguete de los indepes? Perogrullo respondería lo mismo que cualquiera de nosotros: “Está desbocado”. La mierda de 155 que Rajoy aprobó a instancias de Sánchez y Rivera y el tocomocho que le hizo el PNV para que lo levantara dieron rienda suelta a unos golpistas que tienen cogido de la entrepierna a un presidente que les prometió el oro y el moro. Tampoco pensé nunca que un Gobierno de España defendiera sistemáticamente a los golpistas de las lógicas críticas de populares y ciudadanos.

Lo de la inmigración es también para llevarse las manos a la cabeza. La altisonante demagogia del presidente con el Aquarius el 10 de junio, que no fue solidaridad sino repugnante electoralismo, ha provocado que los inmigrantes ilegales (yo no practico la modita prisaica de escribir migrantes) se olviden de Italia y Grecia y entren en Europa por España. Por Andalucía, para más señas, en una suerte de regalo envenenado del presidente a su íntima enemiga. Sólo en junio desembarcaron en las costas andaluzas 6.700 subsaharianos, los mismos que en los cinco meses anteriores, arrebatando a italianos y griegos el dudoso honor de ser los primeros del ránking comunitario.

Peor aún que todo lo anterior (lo coyuntural tiene remedio, lo estructural normalmente no) es el asesinato del Pacto del 78, lo mejor de toda nuestra historia, y la resurrección de ese guerracivilismo que nos devuelve al cruento 36. El revanchismo, el resentimiento y el enfrentamiento civil están servidos. Ojalá me equivoque pero me temo que la mecha que ha prendido el indocumentado que nos preside acabará llevándose por delante todo lo que hemos conseguido en estos benditos 40 años. Esta hégira se antoja similar a la que vivió España en los albores de la Segunda República o a la que padecimos tras el golpe de Estado mal llamado revolución de 1934. Parafraseando a Ortega, no caeré en la benevolencia afirmando que el error de lo que está ocurriendo es de Sánchez. Más bien hay que concluir que el error es Pedro Sánchez, una suerte de Berenguer en versión posmoderna y democrática. Que Dios o el diablo nos pille confesados.

PD: por respeto a todos ustedes he omitido la palabra “Franco” y el término “exhumación”. Salvo que me obliguen, no voy a contribuir a establecer como categoría lo que no es sino una anédota electoralista. Éste no es el gran problema nacional. El dictador murió hace 43 años.

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