El PP copia las excusas del nacionalismo

El PP copia las excusas del nacionalismo

Es común en la clase política de todos los tiempos la utilización de la sinécdoque como elemento retórico que define una situación precisa. Como parte del relato, esta figura de porte literario ha permitido, en momentos de crisis, una huida hacia adelante buscando amortiguar un impacto político determinado. La moción de censura impulsada por Pedro Sánchez, a destiempo y sin capacidad de maniobra política por sus insuficientes diputados, ha destapado el uso de estrategias comunicativas en Moncloa que parecían reservadas a los partidos separatistas periféricos. Éstos, en reiterado despropósito, expresaban que todo ataque al nacionalismo suponía de facto, un ataque a Cataluña. Hablan cada día de los catalanes como un todo único e indivisible. Un mantra convertido en eslogan electoral perpetuo desde tiempos del pujolismo repetido por todo hijo de Cambó. Ya sabíamos que el juego de cualquier nacional populista es el de proyectar en el otro los defectos propios, mediante un lenguaje feroz que intenta vincular la criminalidad de sus actos a la responsabilidad ajena por no entenderlos.

Ahora vemos que la moción imposible de Sánchez es igualmente una moción contra España, según el argumentario del PP. Más allá del abuso conceptual que supone este extremo retórico, las semejanzas discursivas no dejan de crear perplejidad. Craso error replicar la táctica del adversario cuando está más que desacreditada. De la misma forma, expresan en Génova, con la fiereza del separatista, su rechazo a las sentencias judiciales, las cuales sólo valen cuando no te afectan. Si actúan de manera independiente, se ordena en maitines desacreditarlas. Las leyes no pueden ser más importantes ni legítimas que los votos, vino a decir Rajoy, que cuando se pone maquiavélico hasta Montoro le teme. Pero recuerda el silogismo al que Puigdemont lanzó mientras consumaba su fuga. La raíz es la misma: dos partidos enterrados por la corrupción que resisten en los sondeos por la fertilidad de un suelo electoral cada vez menos fecundo.

Dos partidos unidos por la pésima gestión política y comunicativa de sus crisis, dos partidos casados con el despropósito alarmista y caótico de quienes lo dirigen. Hernando, con su verbo cáustico, viene a ser el Torra castizo: un incendiario por cuyo desagüe gotea la confianza perdida de un electorado desilusionado. España es un país de sinécdoques, una nación de tropos que designan certezas y realidades pero que también esconde adjetivaciones sibilinas. La sinécdoque es la demagogia esnob de quien pervierte el lenguaje a sabiendas de su atroz resultado. Apelar a ella en cada comparecencia pública, como destino fatal de todo argumentario, supone atacar los instintos primarios de la tribu. Maíllo y Hernando son las sinécdoques del PP.

Todo está lleno de conceptos que nublan el debate político en vez de abrir espacios que iluminen la discrepancia saludable. El lenguaje, cuando no contribuye a aclarar posiciones diferenciadas, se convierte en un obstáculo permanente. Por eso, cuando uno convierte el ataque personal o grupal en un plebiscito colectivo acaba por entender la patria como un culto mesiánico al líder de turno, se llame Pujol o Rajoy. Mientras tanto, Sánchez, del que ya sabíamos que no tenía discurso, descubrimos que tampoco tiene proyecto para el país. Superado por el tiempo y las encuestas, su desesperación por forzar su acceso a la Moncloa no evitará su retorno al ostracismo político a medio plazo. Sigue sin entender que, en política, hay que estar en los medios, pero sin estar en el medio. A menos que estés de acuerdo en tu condición de tonto útil y necesario. España es ahora una nación histórica que depende de una moción histérica.

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