José María Iglesias y Ana Montero

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Ana Botella y José María Aznar. Pablo Iglesias e Irene Montero.

Corría diciembre de 2002 cuando a Pío García-Escudero, íntimo de José María Aznar y compañero de colegio en El Pilar, se le ocurrió que Ana Botella debía ir en la lista al Ayuntamiento de Madrid de las elecciones del año venidero. El entonces presidente del PP madrileño se la puso a huevo a Alberto Ruiz-Gallardón para que rematase a puerta vacía. Dicho y hecho: la inexperta mujer del presidente del Gobierno de la mayoría absoluta fue de 3 en la lista saltándose a veteranos de postín que llevaban toda una vida dando el callo en la Plaza de la Villa, algunos de los cuales habían culminado con éxito la travesía del desierto en una época en la que parecía que el PSOE y Felipe eran eternos. Y, obviamente, salió. Y, requeteobviamente, fue teniente de alcalde. El pollo que le montaron al señor del bigote fue de los que hacen época. «Nepotismo», «enchufismo», «prácticas bananeras», fue lo más suave que se escuchó. Y eso que Ana Botella no era una persona sin currículum, tampoco una iletrada, menos aún una Cristina de Borbón de la vida que no se entera de nada. Era y es Técnico de Administración Civil (TAC), una de las oposiciones a la Administración del Estado más complicadas y prestigiadas.

Les compararon con el matrimonio Perón y recordaron que Juan Domingo situó a la celebérrima Eva Duarte como «Jefe Espiritual del Peronismo». Hubo también quien trazó un paralelismo con el segundo Juan Domingo Perón, el que se casó con Estela Martínez tras la muerte por cáncer uterino de Evita. Al dictador le sucedió su compañera tras fallecer en 1974 cuando desempeñaba su segundo mandato tras tres lustros de exilio acogido a cuerpo de rey por los más variados sátrapas. El Gobierno de María Estela fue un desastre sin paliativos con el terrorismo de extrema izquierda de los montoneros rivalizando en asesinatos con el de extrema derecha de la Triple A. Resultado: a los dos años la mandaron a Madrid y el demonio vestido de Videla elevó la orgía de sangre a la enésima potencia. 

Los que hace una década censuraron sin piedad a José María Aznar por hacer un trifásico con su esposa tenían razón. Al menos, en el fondo. Porque en las formas, para variar con este centroderecha masoquista que tenemos, las bofetadas fueron enciclopédicas. En consecuencia, uno esperaba que se montase la mundial tras contemplar a Pablo Iglesias haciendo un Ana Botella con su novia. Máxime cuando el poder de la nueva portavoz de Podemos en el Congreso de los Diputados se levanta sobre las cenizas del cadáver de un Iñigo Errejón que deambula por Madrid como alma en pena, como un boxeador sonado o como ese pobre diablo que ha perdido en el casino lo poco que le quedaba y ahora mata sus penas con un mix de melancolía y whisky de garrafón a palo seco.

Podría darse el caso de que Irene Montero fuera la persona más preparada del mundo mundial. Que fuera una suerte de Margaret Thatcher en versión perroflautista. O, para que no se me enfaden mis tronkos podemitas, una legítima heredera de la sapiencia, el talento y la maldad de Pasionaria. Pero ni siquiera eso. Irene Montero es una de los barandas morados que se piensa que Rudyard Kipling es un saltador de altura, Chomsky el campeón mundial de ajedrez y, adentrándonos en el mundo de la economía y la política, que Keynes es el delantero centro del Southampton y que el gran Josep Tarradellas no es el político sino el homónimo dueño de la empresa del tan estupendo fuet como las deliciosas pizzas.

En eso nada tiene que envidiar a su compañero sentimental, que recordó en un debate presidencial que «en Andalucía se celebró un referéndum de autodeterminación en la Transición». Un Pablo Iglesias que se hizo la flauta un lío al desarrollar las siglas PwC (Price Waterhouse Coopers) y que atribuyó la Teoría de la Relatividad a ¡¡¡Newton!!! Si Einstein levantara la cabeza le mandaba copiar mil veces «El padre de la Teoría de la Relatividad es Albert [claro, que a lo mejor él pensaría que se trata de Albert Rivera]». O a Errejón que confundió a Reagan con Nixon. «Esperanza Aguirre quiso ser Thatcher pero acabó como Reagan: dimitiendo por su corrupción». Lo más sangrante de todo es que estos sujetos son profesores de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Caracas, perdón, Madrid. A lo mejor es que les regalaron el título en una tómbola, quizá se lo dieron por ser de la banda ideológica de los profesores, chi lo sa. El caso es que manda huevos, que diría Federico Trillo.

Lo peor de todo no es que Irene Montero esté verde, verdísima, para la primera línea política. No. Lo más indignante es cómo nos toman el pelo a los españolitos de a pie. He de recordar que estos tíos son los que llegaron para acabar con la vieja política, con la mangancia, con el enchufismo, con esa «castuza» que colocaba en unos puestos de no te menees a la mujer, al marido, al amante, a la amante, a la novia, al hijo, a la hija, al sobrino y al amiguete de toda la vida. Por no hablar del machismo que rezuma la práctica pablista de ascender a los cielos a la pareja de turno. Conductas tan repugnantes como habituales en democracias de baja calidad, en pseudodemocracias y obviamente en dictaduras. El César no sólo ha de ser honrado, querido Pablo, además ha de parecerlo. Tú ni lo pareces ni lo eres.

Por cierto, Irene, ¿dónde estabas tú, autoproclamada defensora de los derechos de la mujer, cuando Pablo soltaba en un chat en el que figurabas tú que le gustaría «azotar a Mariló Montero hasta que sangre»? ¿Por qué tampoco dijiste esta boca es mía cuando tu chico intentó ridiculizar a una periodista por llevar «un bonito abrigo de piel»? ¿Y a que tampoco le leíste la cartilla cuando manifestó que «Andrea Levy se calienta con [el diputado] Miguel Vila» y ofreció a la vicesecretaria popular su despacho «para que se conozcan mejor»? Lo del macho alfa era asquerosamente normal en el franquismo pero se antoja una incoherencia letal en una formación y en un líder que vinieron para cambiar las cosas y para modernizar España y que se llenan el buche de la palabra «igualdad».

Lo de Pablo Iglesias con Irene Montero destila machismo y nepotismo a partes iguales y, tal y como recordaba genialmente Jiménez Losantos, se asemeja más a lo que hizo Nicolae Ceaucescu con su pareja de toda la vida, la mala-malísima Elena. El rumano primero convenció a las autoridades que le regalasen el título de química. Y unos años después, con un par, le nombró vicepresidenta de la terrible República. Más allá de comparaciones y valoraciones, vuelvo a lo de siempre: el doble rasero. A Aznar le llamaron de todo y por su orden y a éstos, éste más bien, le sale gratis total. Cosas de la podemización de este país. Así nos va y así nos irá.

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