Pedro Sánchez: un sobrio entre dos borrachos

Pedro Sánchez: un sobrio entre dos borrachos

Decía Jardiel Poncela que «los hombres sólo se unen con sinceridad socialmente cuando se trata de reventar a un tercero». Quizá Pedro Sánchez nunca haya leído este aserto. Tal vez desconozca, a pesar de ser del PSOE, las claves oscuras que encierra todo maquiavelismo personal y político, que esculpe constantes instantes de cuchillos largos y sonrisas cínicas. Pero ni al más torpe del lugar se le escapa que el conciliábulo del botellín encierra como fin último la merendola de un partido que sigue sin definir si quiere ser  la rejuvenecida socialdemocracia que, a fuer de liberal, se reconoce en la bandera y los principios del libre mercado, o el trasunto caduco de una izquierda que sigue vigente entre nostálgicos de guerras paleolíticas y manifiestos de consumo capitalista.

En esa duda, en el tránsito que recorre esa reflexión sobre si volver a los orígenes o construir desde el centro el PSOE del siglo XXI, dos políticos de horma nueva y DNI pasado yantan a costa de sus votantes. Y Pedro a verlas venir. Sobrio de paciencia o condescendencia. Porque ese pacto etílico estético de Iglesias-Garzón —del que poco o nada nos han contado más allá de un abrazo molón en el sancta sanctorum de los rebelados del 15M—, se constituyó como una alianza win-win. Gana Iglesias porque suma votos y fieles a la causa del cambio. Gana Garzón porque por fin sus deseos de entrar en Podemos (ya lo intentó en las pasadas elecciones y ante la negativa del ahora aliado vendió caro su ridículo haciendo gala de su fidelidad eterna hacia IU) se hacen realidad.

Un acuerdo político como el suscrito siempre favorece al partido de más apoyo y capacidad de movilización. Mi duda está en si tanta efusividad ebria acabará convirtiéndose en un baño de realidad descarada el 26J. Porque la suma Podemos-IU está en condiciones de superar en votos al PSOE con una campaña focalizada en recuperar al genuino votante de izquierda, al que desea representar y liderar. Pero tienen muy complicado superar a los socialistas en escaños. Por falta de estructura y por imposibilidad electoral de un sistema que premia la tradición y castiga aventuras políticas de incierto recorrido y coyuntura casual.

Ya nos recordaba Cánovas en pleno turnismo prerregenerador del XIX que «no hay más alianzas que las que trazan los intereses». Ahora, en contexto y demandas diferentes, las ambiciones e intereses de la dupla pasarán por conquistar territorio Ferraz mordisco a mordisco, oferta a oferta, menosprecio a menosprecio. Con un PP observando desde la distancia, la división de un electorado que favorece a su objetivo —en el horizonte, el deseo de buena parte de la baronía socialista por dejar gobernar a la lista más votada y hacer oposición de legislatura corta—, veremos si Iglesias dejará a Garzón ser Alberto. Y si éste asumirá que ser el número 5 de la lista por Madrid conlleva asumir que ya no podrá ser lobo autónomo en rebaño ajeno. A Pablo no le tembló el pulso con Errejón. Tampoco lo hará con Garzón cuando llegue el momento. Porque ve la política como un juego de filias pasajeras y compañías necesarias. Me dicen que Unidos Podemos podría ser el eslogan de este matrimonio de conveniencia del que sólo Pablo conoce el desenlace. No olvidemos que el trono de Moncloa es su meta. Y en su estrategia de viaje no caben prisioneros.

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