Parece Versalles pero está al lado de Madrid: la joya del barroco llena de fuentes que es obligatorio visitar
La Granja de San Ildefonso, a poco más de una hora de Madrid, sorprende por su espectacularidad
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A poco más de una hora de Madrid aparece un lugar con el que muchos se sorprenden: La Granja de San Ildefonso. Quien llega por primera vez a este rincón de la sierra segoviana suele llevarse la misma impresión, la de haber aterrizado en Versalles, y lo cierto es que tiene un porqué. Felipe V lo escogió en el siglo XVIII para retirarse y mandó levantar un palacio y unos jardines que le recordaran a la Francia en la que creció. Es por este motivo que tiene ese aire de palacio de aire francés, jardines perfectamente trazados y fuentes monumentales que, en cuanto uno empieza a caminar, evocan inevitablemente al imponente palacio francés.
Pero la comparación con Versalles no es gratuita. De hecho, forma parte de la identidad misma del lugar. El primer Borbón que llegó al trono español no buscaba un palacio enorme ni un protocolo rígido, sino un espacio que le recordara a Francia. Ese deseo explica la estética del palacio, los trazados de los jardines y la presencia de esculturas mitológicas que aparecen a cada paso. Para el visitante actual, La Granja tiene algo casi cinematográfico: es elegante sin ostentación, monumental sin abrumar y lo bastante íntima como para sentirse un descubrimiento personal. Quizá por eso se ha ganado el apodo de Pequeño Versalles. No porque sea una copia, sino porque transmite esa mezcla de refinamiento y naturaleza controlada que sólo se encuentra en los grandes proyectos del barroco francés. Y lo hace en un entorno inesperado, rodeado de castaños, arroyos y un aire frío que baja de la montaña. Una escapada perfecta de un día que, una vez conocida, suele repetirse.
La Granja, el «Pequeño Versalles» a una hora de Madrid
Quien llega por primera vez se encuentra con jardines, fuentes y un palacio que mira de frente hacia la sierra. Ese equilibrio entre naturaleza y monumentalidad es exactamente lo que buscaba Felipe V. Nieto de Luis XIV, el rey más asociado al esplendor francés, quiso levantar un lugar que evocara su infancia en Versalles, pero adaptado a un paraje más sereno.
El proyecto no habría sido posible sin los dos nombres franceses que dieron forma a la idea: René Carlier, arquitecto, y René Frémin, escultor. Ambos fueron los responsables de trasladar al Real Sitio la estética francesa que hoy lo define: avenidas amplias, perspectivas ordenadas y fuentes cargadas de símbolos mitológicos. Con ellos nació ese aire parisino que tanto sorprende al visitante y que explica por qué La Granja aparece continuamente en reportajes dedicados al barroco europeo.
La diferencia con el palacio francés, sin embargo, está en el marco natural. Aquí todo está contenido por la sierra, lo que aporta una intimidad difícil de reproducir en otros escenarios. Es Versalles reducido, concentrado, en un entorno que multiplica su encanto.
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Qué ver en La Granja: un recorrido imprescindible
La visita suele empezar por el Palacio Real, cuya fachada barroca y salones como la Sala de Mármoles o el Museo de Tapices permiten asomarse a la vida cortesana del siglo XVIII. Es un interior que sorprende no tanto por su tamaño como por la sensación de equilibrio. Cada sala parece diseñada para convivir con el paisaje exterior, y quizá por eso la experiencia encaja tan bien con la visita posterior a los jardines.
Los Jardines Reales son, para muchos, lo más memorable del conjunto. Con 146 hectáreas de extensión, están llenos de quiebros visuales, perspectivas largas y esculturas que cuentan historias clásicas. Las paradas más habituales son la Fuente de la Fama y la Carrera de Caballos, dos escenarios que cambian por completo cuando el agua está encendida. Si coincide la temporada de funcionamiento, el espectáculo de chorros y movimientos es de los que se recuerdan durante años.
A unos metros del palacio se encuentra uno de los edificios más singulares del Real Sitio: la Real Fábrica de Cristales. Hoy funciona como museo, pero su origen está en la producción de lámparas y cristalería de lujo que decoraba palacios de toda Europa. El edificio, enorme y de estilo industrial del siglo XVIII, contrasta con la delicadeza del vidrio que allí se fabricaba.
Y después de tanto arte y arquitectura, toca una parada más terrenal: los judiones de La Granja. El plato típico, contundente y perfecto para recuperar fuerzas, se convierte casi en un ritual para quienes recorren el pueblo después de haber paseado por sus calles empedradas.
Qué ver cerca: un desvío inevitable a Segovia
Si el viaje da para más, Segovia está a quince minutos en coche. Su Alcázar, del que se dice que inspiró el castillo de Blancanieves, es una de las visitas más fotografiadas de la ciudad, igual que la Catedral o el Palacio Episcopal. Pero la oferta no se queda ahí. En los últimos años han adquirido fama los espectáculos Candlelight, conciertos de música clásica iluminados únicamente por velas, que se celebran en distintos puntos emblemáticos de la ciudad.
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