Las Esparteras: el mejor bar de carretera de toda España

El mundo del restaurante de carreteras ha pasado a mejor vida salvo gloriosas excepciones. La velocidad de los transportes ferroviarios, las autovías, con peaje o sin él según los trileros monclovitas, invitan a que los viajes sean directos y de poca parada. En la era del 600 que muchos hemos vivido, cada desplazamiento incluía el sitio donde siempre comíamos, se probaba el producto local, y todo cobraba un sentido gastronómicamente diferente. Entre esas encrucijadas únicas que deben mantenerse con todas los plácemes y reconocimientos, se encuentra Las Esparteras. Este asador de renombre, a la vera de una gasolinera y una ITV en el km.47 de la carretera de Extremadura en dirección al sur de España, tiene tal nivel de excelencias que daría para una serie de documentales gastro, mejor que muchas casposas producciones de cocineros en busca de bostezo. Aunque probablemente la mejor serie sería la de algún guión de Netflix, por las historias y personajes que allí paran.
Tiene tres cuerpos ese dispensario de carretera. Prologado por una barra tan larga, que uno tiene la tentación de cancelar viaje y quedarse a vivir en ella. Al final no es tan importante lo que uno va a hacer, máxime si se trata de vacaciones de postureo, o para aguantar a la familia, bien gracias. En ese mostrador de auténtica categoría, se sucede un torrezno que nos evita viajar a Soria, las racioncillas de mucha variedad y precisión, los bocatas con los que pasar una hambruna, conservas de nivel, y un pepito de ternera que es imposible de superar en estos tiempos de ciclistas llevando las comidas a las casas. El enjambre de camareros que atiende Las Esparteras, parece un tercio romano, pues no deja de haber un miembro de esa escuadra, que atiende solícito y casi sin necesidad de hacer la petición.
Hay una leyenda según la cual en los sitios donde paran los camioneros, se come de lujo. No estamos tan de acuerdo, ya que en lugar de los profesionales del transporte, habría que observar si hay coches de buena cilindrada y jurdós. En Las Esparteras hay de todos eso, como si fuera una ciudad del automóvil y de los camiones. Así, el menú del día es de impacto. La variedad de platos, la honestidad y respeto al producto, es difícilmente superable. Aquí no está la trampita de preparar grandes pucheros, pescado y carnes de tropel, para que quien quiera comer la consabida alineación del primero segundo y postre, y sólo llene la alforja. Hay calidad como todo lo que se factura en esa academia de buena vida de la Ruta hacia la plata.
Pero si quiere disfrutar de la mejor joyeria nautica, de la angula en temporada, de la anchoa 00, del tomatazo, legumbres y guisos de moje, o estupendas carnes de vacuno, un cochinillo de alcurnia para no viajar a Segovia, únicamente hay que llevar ganas y tiempo de disfrute. ¡Y chofer!. Porque a Raúl y Carlos, los dueños, no les viene en gana poner poner ese hotelito tan demandado por algunos, que permitiría descansar en una siesta a lo Camilo José Cela, o incluso un doblete que ni El Atleti.
De los vinos, ni hablamos. Es tan apabullante la bodega que se han ido inventando estos locos aventureros de la gastro, que en su inventario mercería otra película de ladrones internacionales que asaltan famosos depósitos del vino. Toda Francia, todas nuestras etiquetas internacionales, vinos de Jerez a mansalva, champús en centenas de etiquetas casi por castigo, y sorpresa una tras otra… Antes, más vermús que en cualquier garito de Madrid. Y si de estilados se trata, tan pronto te pueden ofrecer un ron añejo de la Martinica, como un whisky tan selecto que ni en un club londinense lo conocen.
¿A qué esperan? Cojan cualquier vehículo y plántense en Las Esparteras.
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