Hablemos Rápido.

José María Michavila: «El socialismo ha demostrado que reparte sin generar y eso nos lleva a la miseria»

José María Michavila
José María Michavila, ex ministro de Justicia. @Cortesía
María Villardón

Abogado y ex ministro de Justicia. José María Michavila (Madrid, 1960) ha publicado La edad democrática (Espasa), un libro donde relata su visión sobre el mundo y sus problemas entrelazando lo real e histórico con lo anecdótico y lo personal. Contesta sin impulsos, responde a las preguntas más emocionales expuestas con educación sin pudor y con mucha naturalidad.

Desde muy joven se relacionó con la política, cree en el liberalismo y en las personas que se meten en política para aportar y no por dinero o poder. Defiende, y lo hace con vehemencia, que «el poder es efímero. El problema de hoy son los políticos con ambiciones personales y sin proyecto. Desgraciadamente, en este momento la hoja de ruta en España está en manos de un político así, sin proyectos de bienestar».

Es amigo de Carmen Thyssen, pocos sabemos que ha sido abogado de la baronesa durante las negociaciones con el Estado para que su colección de arte se quede en España. Cuando charlo con él ha estado en el cumpleaños de Luis Figo, comparte con Alejandro Sanz su pasión por los vinilos y es puro admirador de Juan Pablo II. «Acompañé al Papa en su última visita en nuestro país; ya estaba mayor y enfermo, pero mostró fuerza y dignificó la ancianidad. Creo que el desprecio a la edad es uno de los males contemporáneos», apunta.

¿Abogado, ex ministro o padre? ¿A qué te ha dado más tiempo?

Sobre todo, soy un padre de familia. En este libro, además, hablo mucho sobre ello. Cuando nace mi quinto hijo, Juan, y su madre Irene se va al cielo, la vida hace que me convierta en padre y madre a la vez. En ese momento, en el que el resto de mis hijos no eran demasiado mayores, comencé a entrar en todos los grupos de Whatsapp de madres de los colegios de todos y eso, de verdad, me enseñó muchísimo porque las mujeres tienen una sensibilidad muy especial para ver la vida. Están mucho más sumergidas en la realidad que nosotros, sin duda.

Pero, ¿en plena vorágine de la política tenía el tiempo necesario para el día a día de tus hijos?

Es que mis hijos siempre han sido mi mayor hobby. He tenido la suerte de criarme en una familia muy grande, con seis hermanos, y de formar una propia con Irene. Me casé con una mujer extraordinaria que, al igual que yo, tenía la gran ilusión de tener hijos y siempre hemos disfrutado mucho con los niños. Traen cosas geniales, ahora mismo gran parte de mis amistades son los padres de los amigos de mis hijos, y esto me parece muy bonito.

Si le cito el nombre de los Cines Astoria, ¿qué le evoca?

Muy buenos recuerdos. Vivíamos en la rivera del Manzanares, cerca del Vicente Calderón –aunque siempre he sido del Real Madrid–, en una casa muy pequeña, de apenas 64 metros cuadrados para ocho personas. Pero éramos súper felices; hoy mis hijos se sorprenden de que pudiéramos caber todos en un espacio tan pequeño, pero lo cierto es que éramos muy austeros y para nosotros ir a esos cines, que estaban en el Paseo de Extremadura, era un gran disfrute porque era algo extraordinario. Era como el gran evento, tener dinero para el cine no era tan fácil.

Hay una frase al principio del libro que dice: «Caminé por las avenidas del poder, pero observé también ridículas vanidades». ¿De qué vanidades habla?

He visto comportamientos, y los sigo viendo, de personas que se creen que por tener una posición de representación de otros, tienen un poder que no se termina. Y el poder, como muchas cosas, es efímero. Hace poco iba por la calle con un político, íbamos a comer, y recorriendo la calle con él muchas personas lo reconocían, se hacían una foto con él, los camareros del restaurante y cocineros salieron a saludarle, etc. Al sentarnos a la mesa, le comenté: ‘Sabes que esto es efímero, ¿verdad?’. Me contestó que sí, que eso lo había aprendido de sus mayores y me agradeció que se lo dijera. Bien, esa persona tiene muchas más posibilidades de hacer las cosas bien en el ejercicio de su alto cargo que una persona que va por ahí como un pistolero dando bofetones al personal.

Mucho pistolero conlleva también mucha traición, y eso en política es una máxima.

Es que en la política existen las mismas pasiones que en la vida personal y laboral. Hay traición, lealtad, pasión, encuentros y desencuentros, la diferencia es que la vida política se relata de manera pública. Yo siempre he dicho que la relación con mis amigos no se relata en las portadas de los periódicos, imagina la de amistades que habría perdido.

¿Siente que los políticos actuales sienten desprecio por los grandes acuerdos de los años 70?

Las democracias insatisfechas generan tensiones por los extremos, de ahí el resurgimiento de los populismos. Entonces, los partidos no buscan el centro, sólo buscan que no les quiten los votos, y eso hace que no trabajen por el consenso. También debemos diferenciar entre políticos con proyecto y políticos con ambiciones. En el primer caso, hay hueco para el diálogo; pero cuando hay ambición lo quieres todo para ti, dan igual los demás. Y, desgraciadamente, en este momento la hoja de ruta en España está en manos de un político con ambiciones y sin proyecto de bienestar para los ciudadanos.

Con varios amigos, de bastante joven, funda una asociación liberal que se llama 1812, como el año de la primera Constitución, ¿había más compromiso social o más político en aquella organización?

Aquella asociación surge porque bajando por la cuesta de Moyano con mi hermano compramos un libro de Joaquín Garrigues. Lo leímos, nos gustó mucho y, además, aprendimos sobre liberalismo, que entonces no estaba de moda. Ahí se hablaba de mérito, emprendimiento, generar riqueza para poder repartirla, etc. Y dirán que el socialismo también reparte, pero es que reparte sin generar nada y eso es algo que nos lleva a la miseria, como ya ha quedado acreditado.

Aquello que leímos nos gustó tanto que nos afiliamos a las Juventudes Liberales y, ya en la universidad, creamos esta asociación 1812 a la que se refiere con un emblema que era la estatua de la libertad con una llave de cambio en la mano. Felipe González había arrasado con 200 diputados en las elecciones y su lema era Por el cambio. Nosotros lo modificamos y pusimos Por el recambio, ya que nosotros queríamos rehacer esa sociedad estatalista, intervencionista y paternalista. No nos gustaba, y me sigue sin gustar, porque creo en la capacidad de innovación y la iniciativa.

Más tarde es cuando trabaja con José María Aznar en el programa que ganaría las elecciones, primera vez que el PP llega al Palacio de la Moncloa.

Sí, así es. Pero antes de eso, yo hice antes una cosa que creo que es importante. En la vida hay etapas, en la primera tienes que estudiar a lo bestia, luego trabajar con alguien a quien admires y, más tarde, en una tercera etapa, que es en la que estoy yo, hacer algo que te divierta.

Lo que he hecho yo en mi vida es seguir esas etapas. Tres carreras, dos oposiciones y ya, tras todo ello, entré en política. Eso sí, me dije a mí mismo que no entraría en política si no tenía una casa sin hipoteca. Esperé ocho años, las oposiciones, mi despacho, compré mi casa y en el año 1993, cuando estaba pagada, me metí en política. Ahí es que cuando consideré que tenía algo que aportar, no entré en política para ganar un sueldo, sino para aportar.

La mayor parte de los políticos son sólo eso, políticos. No han trabajado en ningún sitio más que en política.

Ese es uno de los grandes problemas de las democracias europeas, la inmensa mayoría de los políticos han entrado –y entran en política– sin haber creado antes ni un solo puesto de trabajo. Y no nos engañemos, al final, quien crea y mantiene puestos de trabajo es el que realmente mantiene a la sociedad. Todo lo demás, desconecta al político de la vida real.

Si analizas, y yo lo he pensado, la mayoría de los políticos de este Gobierno han ganado –y ganan– su mejor sueldo siendo parte del Ejecutivo. Es decir, cuando el mejor sueldo de tu vida te lo da la política, jamás tienes la presión de tener un sueldo mejor en otro lugar. Y eso no es sano para ningún país. Es que, claro, no hay mejor plan que meterte en el Gobierno.

¿Qué sensación había en su entorno durante la campaña electoral de las primeras elecciones generales?

No voté porque, aunque no lo crea, no tenía la mayoría de edad aún (ríe). Pero sí viví un gran ambiente en la universidad porque sentíamos que estábamos construyendo la democracia. Recuerdo bien que en ese momento, que estaba en tercero de carrera, entré en la escuela de Eduardo García de Enterría y allí todo nuestro plan era la lucha contra las inmunidades del poder.

En democracia, el poder está otorgado como un ejercicio de convivencia entre los ciudadanos y creo que la clave del poder es que quien lo detenta debe saber que es transitorio y que es un poder delegado por el ciudadano. Y que, además, está limitado y tiene que responder de sus actos. El problema surge cuando quien recibe el poder se cree con derecho a insultar y se cree con derecho a utilizar malas artes para mantenerlo. Ese es el problema de la democracia; pero también tiene remedio.

¿Y cuál es?

Creo que ahora hay una regeneración de la democracia. Ésta funciona cuando el político conecta con el sentido común y los problemas de la inmensa mayoría, de todo el arco político; no cuando conectas con minorías que te dan la razón para sumar un puzle que te mantengan en el ejercicio del poder y mantener sus ambiciones personales. No voy a poner nombres y apellidos; pero ahí, en ese puzle, falta proyecto.

Piensa que caer de poca altura al fango es digerible; pero cuando estás muy alto en política la caída es peliaguda.

Ya, bueno. En mi caso, lo bueno que he tenido es que pude entrar y salir de la política cuando quise, y eso es una suerte. No quería entrar hasta tener recursos económicos y me fui cuando sentí que había cumplido con mi servicio. Tardé un poco más en irme de lo que había pensado.

¿Once años?

Once años de dedicación exclusiva a la política.

¿Está satisfecho?

Estoy muy agradecido a la oportunidad. En los primeros años tuve la suerte de construir un partido de centroderecha en España e hicimos una gran alternativa que fue sana para la democracia española, que estaba ya demasiado acostumbrada por tantos años de gobierno socialista. Más tarde, tuve la suerte de estar en un Gobierno –el de José María Aznar– que necesitaba votos y negociar con todo el mundo para mantener la estabilidad del Ejecutivo.

Hicimos muchas leyes e impulsamos la modernización de España, un proyecto estable. También pudimos trabajan en un nervio ético de nuestra democracia para que el terror no nos dominara y no venciera a los valores democráticos. Hicimos leyes para que dejaran de matarnos, los que nos mataban vivían de nuestros impuestos instalados en los parlamentos locales y autonómico, etc. Hicimos, que recuerde, 21 leyes pactadas con todos los grupos parlamentarios y me enorgullezco de ello.

¿Una prueba de que uno se puede sentar con sus enemigos ideológicos y llegar a acuerdos reales?

El gran drama de este momento en la política es, insisto, la falta de proyecto y esa ambición de algunas personas que están en el Gobierno. Eso les impide dialogar con sus adversarios y convierten la diferencia ideológica en discrepancia personal. Cuando en una familia, una empresa o una nación, que es lo que somos nosotros, alguien se pone a mirar al pasado y a decir devuélveme el rosario de mi madre, en lugar de mirar al futuro y apostar por la convivencia, todo se fragiliza. Y España, en este sentido, es lo que está haciendo, debilitándose.

¿Cómo nace su relación de amistad con Carmen Thyssen?

Viene de lejos. He sido el abogado de Carmen en las negociaciones con el Estado para que la colección de arte se quede aquí en España. Creo que hemos conseguido un acuerdo importante y sin precedentes que, además, le viene muy bien al país.

O sea que es una relación profesional que termina en amistad.

Sí, así es. Yo tengo la suerte de que me encanta la gente, soy un apasionado de las personas y procuro tener una relación de amistad con todas las personas con las que trabajo. Te daré un detalle, dos veces al año me reúno a comer y charlar con todos los que hace 18 años eran mi equipo como Rafa Catalá o José García Morato, etc, y me encanta hacerlo. Claro, procuro que la relación esté cuidada para prolongarla en el tiempo.

Hay una parte del libro en la que dices que Aznar quería tener reuniones con gente muy diversa de la sociedad y relatas el encuentro con Alejandro Sanz. ¿Cómo fue aquello? Es que, perdona, pero no me lo imagino.

(Reímos) Pues, bueno, aunque no lo creas esos encuentros se dieron varias veces, pero no fueron los únicos. Organicé charlas con personas muy diversas, también con el gran poeta José Hierro que, fíjate, era comunista. Aznar es un gran conversador y Alejandro Sanz también lo es, así que todo fue bien, aunque en algunas cosas no coincidieran. Tengo amigos muy diversos y eso creo que enriquece. ¿Sabes que el retrato de ex ministro me lo hizo José María Cano?

¿El ex componente de Mecano? No, no lo sabía.

Sí, cuando dejó el grupo se puso a pintar y le pedí que hiciera mi retrato, y creo que es uno de los más singulares que hay porque es muy distendido, relajado. Está en blanco y negro, de formato apaisado. Llama la atención.

Admira a Juan Pablo II, tuvo la oportunidad de ir a una misa privada con él en el Vaticano. ¿Cómo fue aquello?

Impresionante. Recuerdo, además, que estaba con Irene y en la misa había una monja que estaba con un embarazo muy avanzado. Fue una imagen que nos extrañó, ver a una señora de color con hábito y tan embarazada. Cuando salimos, monseñor Estanislao nos contó que esa monja había sido violada, ahora ese niño o niña tendrá alrededor de 27 o 28 años y algunas veces me viene a la mente, me preguntó qué será de esa persona hoy en día.

Yo a Juan Pablo II lo admiro, creo que tiene una gran vida interior. He podido acompañarlo en algunas ocasiones, una de ellas en su última visita a España que yo era ministro de Justicia y me quedé asombrado de su fuerza, a pesar de estar ya muy enfermo quería, de alguna manera, demostrar la dignidad de la ancianidad.

¿Puede que ese sea otro de los males contemporáneos?

¿El desprecio de la edad? Sí, sin duda alguna. Uno de los grandes males de esta edad contemporánea es el culto al cuerpo, el culto a la apariencia y el desprecio a la profundidad que te dan las canas y los años. Una de las cosas que más valoro de mis hijos es su magnífica relación con sus abuelos. Mi padre estuvo varios años con alzhéimer y me enternecía ver cómo mis hijos lo querían, besaban, cambiaban el pañal. Creo que esa es una de las mejores lecciones que han tenido en su vida. Los jóvenes deben ser conscientes del valor de los ancianos, esa es una asignatura pendiente que tenemos que resolver.

@MaríaVillardón

Lo último en España

Últimas noticias