CHAMPIONS / JORNADA 3

Babacan y la batalla de Glasgow

Celtic y Atlético reeditan el miércoles el choque mítico de semifinales de 1974

El árbitro turco Babacan expulsó a tres jugadores rojiblancos, pero el equipo aguantó el 0-0

Españoles y escoceses se habían vuelto a encontrar, pero nunca en Champions

El Atlético homenajeará aquel partido repitiendo equipación

Atlético
El turco Babacan, en el centro, capitaneando la salida de los equipos al terreno de juego
Tomeu Maura
  • Tomeu Maura
  • Redactor jefe de Deportes en OKBaleares, 40 años en la profesión cumplidos en 2023 tras más de media vida en El Mundo

En el extenso catálogo de desencuentros entre los árbitros y el Atlético existe un capítulo muy especial: Babacan y la batalla de Glasgow, un episodio marcado a fuego en la memoria rojiblanca no sólo por lo que pasó en el Celtic Park la noche del 10 de abril de 1974, sino por la herida que abrió entre los dos clubes, y que aún no se ha cerrado casi medio siglo más tarde. El miércoles vuelven a verse las caras. No será la primera vez desde entonces, porque ya han coincidido españoles y escoceses en Recopa y Europa League, pero nunca se habían vuelto a cruzar en la máxima competición continental reeditando aquella histórica semifinal que conservan fresca en su retina los aficionados colchoneros más veteranos porque resulta imposible olvidarla.

Tras eliminar en cuartos de final a Basilea y Estrella Roja, respectivamente, Celtic y Atlético quedaron emparejados en las semifinales de la Copa de Europa de 1974. A un paso de la final de Bruselas, el partido de ida se disputó ante  73.500 enfervorizados aficionados escoceses, ansiosos de llevar a su equipo a por su segundo título tras el conseguido en 1967 ante el Inter de Milán en Lisboa. Plantilla para ello no les faltaba: desde el capitán Billy McNeill hasta el espectacular extremo izquierdo Jimmy Johnstone, pasando por un joven delantero de sólo 23 años llamado Kenny Dalglish. Con Jock Stein cumpliendo su novena temporada en el banquillo católico tras haberse convertido en el primer entrenador escocés campeón de Europa, sin duda eran los favoritos.

Consciente del enorme potencial ofensivo del rival, el técnico del Atlético, el argentino Juan Carlos Lorenzo, seleccionador de su país en los Mundiales de 1962 y 1966, llegado al club español esa misma temporada tras dos excelentes temporadas en la Lazio y reforzado por la experiencia adquirida en la Liga al frente del Mallorca, con quien debutó como entrenador-jugador en 1958 en Tercera División, decidió priorizar la zona defensiva a fin de proteger la integridad de su portería. La maniobra le había salido bien en cuartos de final en Belgrado, donde logró un valioso empate a cero, y no dudó en repetirla. El equipo apareció en el campo con Melo, Heredia, Eusebio, Ovejero y Panadero Díaz por delante del portero cordobés Miguel Reina.

La UEFA, que se olía que estaba ante un partido de alto voltaje, envió a Glasgow a uno de sus árbitros más veteranos, el turco Dogan Babacan, a quien sólo le quedaban algunos meses para retirarse, y que ese mismo año pasaría a la historia del fútbol al mostrar la primera tarjeta roja de la historia de los Mundiales al chileno Carlos Caszely (ex-delantero del Espanyol). Babacan pasaba por ser firme y autoritario y, sobre todo, por no dejarse influir por el ambiente. O eso creía la UEFA.

La realidad, sin embargo, fue muy diferente. Superado por la presión de la grada, sometió al Atlético a una implacable persecución, intimidándole a base de tarjetas. La primera la vio Ayala a los siete minutos y la segunda Panadero Díaz a los 13 Igualó las tablas en la recta final de la primera parte amonestando a Bragan y Deans, pero se olvidó la imparcialidad en el vestuario durante el descanso y la segunda parte se convirtió en una verdadero festival, con hasta tres expulsados en el bando rojiblanco y cuatro cartulinas más para Reina, Melo, Irureta y Benegas.

Tras aguantar las embestidas de Johnstone y Deans en un primer tiempo en el que el equipo apenas tuvo presencia ofensiva, el Atlético afrontó la segunda parte con el objetivo de marcar un gol que le allanara el pase a la final, pero Babacan se encargó de cortarle muy pronto las alas expulsando en sólo un minuto a Panadero Díaz y a Ayala, en ambos casos por doble amonestación. Con 27 minutos por delante el partido quedó absolutamente condicionado.

Juan Carlos Lorenzo reaccionó retirando a Gárate y a Irureta y dando entrada a Alberto y Quique, pero quedaban aún muchos escollos por superar porque a los 81 minutos el árbitro turco se echó la mano al bolsillo y enarboló la tercera cartulina roja de la noche ante la euforia de un estadio enardecido. Ahora el damnificado fue el central vallisoletano Quique, que en sólo nueve minutos vio dos amonestaciones.

Con siete jugadores de campo y nueve minutos por delante el Atlético se blindó como pudo. Eusebio, Heredia y Ovejero, que sorprendentemente seguían a esas alturas sin haber visto tarjeta, se vieron obligados a multiplicarse mientras el entrenador le pedía más prudencia al lateral Melo, que sí estaba amonestado. El Celtic se tiró con todo arriba y rondó el gol varias veces, pero Reina se mantuvo firme y se llegó al final con un empate a cero que redefinió el significado de la palabra épica.

Para el Atlético el costo del empate fue enorme: seis bajas por sanción para el partido de vuelta y una multa de 12.000 euros que le impuso la UEFA por protestas vehementes contra la actuación arbitral. Dos semanas más tarde, en un Vicente Calderón convertido en una olla a presión, derrotó 2-0 al Celtic y se clasificó para la primera final de Copa de Europa de su historia que perdería ante el Bayern en un partido de desempate.

Privado de una final que daba por hecha, el Celtic nunca olvidó lo sucedido en el Miércoles Santo de 1974. «El Atlético de Madrid es escoria», dijo Billy McNeill, el capitán de los católicos aquella noche, cuando los españoles volvieron a Glasgow para jugar una eliminatoria de la Europa League de 2011. «Su entrenador eligió a un equipo específico para destruirnos, asesinos que sabían que no iban a disputar la vuelta en España, y cuyo único objetivo era darnos patadas». En las palabras de McNeill se destila el rencor por las consecuencias que tuvo aquella eliminatoria: el Celtic desapareció de la aristocracia europea, a la que sólo volvió de manera accidental para perder la final de la Copa de la UEFA de 2003 ante el Oporto. Sigue arrollando en Escocia, en la Liga de la Old Firm, pero su papel continental es irrelevante. Justo lo contrario que el Atlético, que llega al partido con dos finales más a sus espaldas.

 

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