100 años del nacimiento de la artista

Lola Flores no tiene edad

Lola Flores
Lola Flores.
María Villardón

Lola Flores era un acontecimiento de la naturaleza que levantaba polvaredas de tanto mover la bata de cola. Ella, que en principio quería llamarse Imperio de Jerez por Pastora Imperio y su ciudad natal, jamás tuvo intención de contarnos la edad que tenía. «Lo digo y la gente no se lo cree, así que ya no lo digo más», decía para, acto seguido, intentar confundirnos aún más: «Tuve mala suerte porque en la enciclopedia mundial, que ahí estoy como ser especial, me pusieron que había nacido en 1921 y no el 21 de enero. Qué le voy hacer, eso ya no se puede cambiar». Sobre esto, Hilario López Millán, experto en folclóricas, siempre contaba que con un bolígrafo Lola convertía el 3 de 1923 en un 8 para echarse menos años.

Lola hablaba de amor, de sexo, de drogas y de religión con una naturalidad tan innata que era imposible escandalizarse con sus palabras. Ella vivió y disfrutó del aire y la vida hasta el último momento, de ella decían sus amigos y conocidos, que jamás tenía un duro porque todo lo compartía con la gente. A ella le encantaba la gente. «Un día vi a Lola en Sevilla, llevaba unos tacones divinos, se le acercó una mujer y le dijo: ‘Lola, qué bonitos zapatos’. Ella, sin preguntar ni la talla, se los quitó y se los regaló. Se fue descalza», ha contado Falete en alguna ocasión. «Esas cosas sólo las hacía ella y Bambino. Era muy generosa e invitaba mucho a comer, pagaba lo que hiciera falta mientras que todo el mundo a su alrededor comiera bien», declaraba el productor musical Pive Amador.

Artista y valiente deben ser siempre sinónimos y Lola era las dos cosas. Ella era cante, ella era baile. Vivió sus éxitos en plena dictadura y participó de una libertad a veces inaudita para muchas de sus contemporáneas. De ahí, probablemente, de su profunda libertad emane su luz cegadora y, sobre todo, su modernidad. «Casarse es muy hermoso cuando vas verdaderamente enamorada. Después, cuando se convive seguido ya viene la flojedad en todo porque hay que compartir el baño y las facturas». No creo que nadie haya dicho una verdad más grande en la vida, ciertamente.

No obstante, ella se casó y lo hizo de madrugada, casi a hurtadillas y embarazada de Lolita –un pecado mortal que revolvía a una sociedad puritana– con Antonio González El Pescaílla, artista catalán y gitano del Barrio de Gracia, que siempre dejó brillar a su mujer para quedarse en un segundo plano. Él era un gran artista de la rumba catalana, pero ante Lola, ¿qué podía hacer? Nada, a los genios no se les puede gobernar, sólo acompañar. Es lo único que se podía hacer con un ser tan libre como ella.

«He hecho todo lo posible por ser libre, si me quieren retener, me muero»

«He hecho todo lo posible por ser libre, soy acuario y si me quieren retener, me muero. Mi marido me conoce y sabe que no me puede tener así. Si me prohíben algo, me dan más ganas de hacerlo. No soporto la imposición, tengo nobleza para recapacitar, pero que me impongan una cosa que no tiene importancia y me la quieran quitar me da mucho coraje», decía ella siempre.

De madre gitana entreverá y padre tabernero, decía tener de joven «cara de liebre corriendo”, cosa que hacía estallar de risa al personal, “pero no echo de menos los 20 años, yo quiero llegar a viejecita y dejarme mi pelo blanco, mis corales puestos y que digan: ‘Mira, por ahí va Lola, ya está vieja’. Claro, porque he vivido”. Rechazaba las operaciones estéticas porque “el brillo de los ojos no se opera, eso se lo dejo a las artistas americanas que en cuanto envejecen se echan al alcohol».

La gente sentía que ella era como de la familia, cercana, a pesar de que su nombre resonaba a nivel internacional. Ella, que había salido de lo más popular del mundo, de la calle del Sol de Jerez de la Frontera, explicaba con la sabiduría y sinceridad temas que eran –y son– aún un tabú para todos. Sobre el lesbianismo, con mucha guasa, contestó en los años 70 a los periodistas: «¿Quién no se ha dado alguna vez un pipazo con una amiga?», y sobre las drogas Lola también se confesó: «He probado la cocaína, el porro, alguna vez que he estado cansada me he dado un toque, que está muy amargo, pero, ¿y qué? Se puede hacer de todo, pero hay que cuidarse y no ponerse una morada a güisquis desde que se levanta porque eso no es salud».

«Mi hijo Antonio está atrapado por una pantera negra que era la muerte»

Ella sabía de lo que hablaba, lo sabía bien porque su hijo Antonio estuvo atrapado por «una pantera negra que era la muerte», decía Lola, «es como una ametralladora silenciosa que mata a los jóvenes». Tenía claro que ella tenía que cuidar de su hijo porque, como recordaba Pive Amador, «era bondadoso y el más débil, por eso ella lo protegía tanto, ella lo sabía».

Tico Medina, biógrafo de Lola, contaba que dormían juntos muchas veces, ella nunca lo dejaba solo y siempre estaba colgada del teléfono controlando dónde o con quién estaba para ver dónde podía terminar la noche. «¿Quieres que me pinche yo también? ¿Lo hacemos juntos?», decía Lola a su hijo Antonio cuando lo veía entrar por la puerta de ‘El Lerele’, el chalet familiar de Madrid, con la cara apagada con el color de la ceniza. «Mi hijo era una pantera negra que no vivía y que no dormía. Lo de Hacienda se queda debajo de la mesa, yo iba con esto directa al manicomio. Supe con cariño y con amor hasta que él confesó que él no quería verse así y ahí», contaba.

«Eso es la muerte», decía siempre Lola mirando directamente a la cámara, sin vergüenza y sin pudor, «porque en un momento dado se pone muy divertido, pero eso daña todo y no van a poder disfrutar de bonito de la vida, de la música o del amor. La vida es muy hermosa, aunque sea con dos sardinitas y un trozo de pan. No hay médico que les cure, son ellos mismos los que deben decir a los traficantes que se lo tomen ellos porque ellos, los que traen y llevan la droga, normalmente no la toman, sólo se llevan los dólares».

Los artistas como Lola no deberían morirse nunca porque, aunque con ellos el mundo no es mejor, sí es muchísimo más divertido.

@MaríaVillardón

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