Entrevista

Fernando Gil, actor: «‘Machos Alfa’ llegó a mi vida cuando casi tiraba la toalla»

"Al tener a mi hija me hice una revisión de mi macho alfa para ser un buen ejemplo para ella"

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De Machos Alfa va la cosa… En concreto de Pedro Aguilar, y ajustando más el diafragma de este foco: de Fernando Gil. Le diré que, si él en sí mismo fuese una película, sería Los Goonies, porque de niño ya soñaba con aventuras, pero en su caso, en vez de buscar tesoros escondidos, buscaba escenarios, cámaras y un buen personaje que meterse en la piel. Con cinco años ya tenía más claro su destino que muchos adultos con hipoteca y coche familiar. Lo suyo era la vocación –o quizás la genética–, pero desde luego no el azar. Y para ello se formó. Primero en artes escénicas en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) y, después, una vez licenciado, en Teatro del Gesto y del Movimiento (becado por la Amsterdam-Maastricht University).

Sus referentes ya entonces –y todavía ahora–: algunos grandes como los Monty Python y Paul Newman.

En Machos Alfa –la serie que disecciona la masculinidad de los hombres del siglo XXI–, Fernando Gil encarna a Pedro Aguilar, un tipo en proceso de deconstrucción. Y ahí viene lo divertido, porque, para entrar en Pedro, Fernando tiene que deshacerse primero. Asunto con su cierto qué… Para ello, se aisla. No es que haga un retiro espiritual de ermita, pero sí unos días de silencio en algún edén inspirador. En él, estudia el guión con la disciplina de un monje medieval y, allí, en su Monte Parnaso, con el eco de la soledad, con Apolo o sin él, con musas o sin ellas, escucha a su Pedro Aguilar extraviado, porque Pedro –ese directivo un día exitoso al que el mundo se le cayó y no lo termina de levantar– tiene sus conflictos, como cualquier macho alfa que empieza a sospechar que tal vez rugir menos y escuchar más es una buena estrategia de supervivencia. Ahí, en ese sendero de arenas movedizas y acantilados a lo Challenger, anda Pedro con contención, luchando entre lo que siempre ha creído y lo que le toca lidiar. La vida…

En esta entrevista, confiesa sus trucos para saberse el guión sin titubeos. Estudia con una aplicación en la que graba todas las voces menos la suya, lo que le permite escuchar réplicas y replicar a lo replicado; vamos, ensayar sin excusas. Lo hace subido a una bicicleta, para acostumbrar al cerebro a la disociación. Ya ve… Puerto empinado este de retener para el arte de actuar. Pero lo suyo no es la memorización sin alma, sino la interpretación con nervio, con verdad. Quizá por eso admira a Eduard Fernández, de quien dice que es de los pocos que no se pierden en el personaje, que no se le ven los mimbres del actor; sencillamente se funde con él.

En su día a día, sin focos ni cámaras, es humilde y cercano. La fama no le ha cambiado –eso parece–. Responde con la sencillez de quien ha visto muchas estrellas fugaces caer. Con un ligero rubor, reconoce que ayuda un poquito a la hora de ligar, pero no se preocupe usted, porque su hija ya lo puso en su sitio. Mejor dicho, fue él mismo, a causa de ella. Fue saber que iba a nacer y empezar una revisión de macho alfa con el objetivo de ser un buen referente. Y es que la nueva masculinidad pasa por aprender a escuchar a las mujeres, sobre todo si una de ellas es tu hija.

Si algo ha aprendido en el camino es que la voluntad es clave en la carrera de fondo que es la actuación; que un actor se fragua en la escena y en el rodaje, no en las fotos de Instagram ni en las fiestas de alfombra roja; que la vida del actor tiene sus propios dramas, como el terror nuclear de quedarse en blanco en escena, aunque por suerte él aún no ha tenido ese infarto en directo. Otra lección: que cuando el buen rollo con los compañeros es real, como en Machos Alfa, se nota en pantalla, incluso cuando hay que saltar a un Mediterráneo plagado de medusas o recibir un riego de vinagre. Espere usted a escucharle en la entrevista. Le garantizo unas risas.

Su papel más difícil hasta ahora fue el príncipe Mishkin de El idiota de Dostoievski –arquetipo espiritual y moral, epítome del ideal cristiano–. Pero si pudiera elegir, se pondría en la piel del talentoso y desgraciado Cyrano de Bergerac o del inigualable Paul Newman, porque Newman era grande, un tipo que empezó desde abajo, luchó, brilló y, además, tenía el problemilla del alcohol. Claroscuros, como todo buen personaje.

Y aunque Fernando Gil es un hombre sin manías ni supersticiones (porque un sabio maestro le enseñó que las costumbres están para ser revisadas y pasadas por el filtro de hábitos a guardar o de los que simplemente aprender y olvidar), sí tiene una certeza: si Machos Alfa llegara a 2025 con un manual de masculinidad actualizado, su macho ideal sería un hombre que ha superado sus miedos y sus complejos, que se relaciona con amabilidad, pero que no deja pasar una sola afrenta. Un tipo con principios, pero sin pose.

Mientras tanto, él sigue en su travesía de aventuras, soñando con dirigir cine y teatro, escribiendo historias y, sobre todo, haciendo lo que mejor se le da: vivir su pasión con la misma entrega que aquel niño de cinco años que ya sabía que quería ser actor y director. Y que, con un poco de suerte, nunca dejará de ser un Goonie.

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