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La esperanza de vida ha sido uno de los indicadores más estudiados por la ciencia demográfica en el último siglo. Su evolución está ligada a múltiples factores: cambios en la salud pública, disminución de la mortalidad infantil y avances médicos que prolongaron la supervivencia. Durante décadas, las proyecciones mantuvieron un tono optimista gracias a las tendencias.
En la actualidad, este panorama se ha vuelto más incierto. Investigadores de instituciones internacionales han empleado diferentes metodologías estadísticas para analizar cohortes nacidas entre 1939 y 2000. Su objetivo ha sido verificar si la esperanza de vida mantiene el mismo ritmo de crecimiento o si, por el contrario, se está produciendo una desaceleración.
La evolución histórica de la esperanza de vida y por qué dejó de crecer
A comienzos del siglo XX, la diferencia entre generaciones era notable. Un individuo nacido en 1900 tenía una media de 62 años de vida, mientras que quienes llegaron al mundo en 1938 podían alcanzar los 80. Este salto se explica en gran parte por el fuerte descenso de la mortalidad en edades tempranas, derivado de vacunas, antibióticos y mejoras en la alimentación.
El nuevo estudio, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), plantea que este ritmo de incremento ya no se mantiene. Entre los nacidos en las décadas posteriores, los avances en longevidad no han sido tan pronunciados.
El análisis abarca a 23 países de ingresos altos, caracterizados por tasas de mortalidad bajas y sistemas de salud consolidados.
Para reforzar la solidez de los cálculos, los investigadores recurrieron a seis técnicas distintas de predicción de mortalidad. Algunas son tradicionales y empleadas en organismos internacionales, como las United Nations World Population Prospects. Otras se apoyan en enfoques más recientes, como el modelo Cohort Segmented Transformation of Age-at-death Distributions.
Las estrategias se dividieron en dos grupos:
- Métodos basados en periodos, entre ellos Lee-Carter, Smooth Constrained Mortality y Compositional Data Analysis.
- Métodos basados en cohortes, como Linear Lee-Carter y la transformación segmentada por cohortes.
Pese a sus diferencias técnicas, todos ofrecieron un diagnóstico semejante: la esperanza de vida de los nacidos entre 1939 y 2000 crece más despacio que en generaciones anteriores.
Una desaceleración de la esperanza de vida: lo que se vio en las cohortes analizadas
Los resultados revelan que el aumento se ha reducido entre un 37% y un 52% respecto al observado en la primera mitad del siglo XX. Esto significa que quienes nacieron en 1980, por ejemplo, no alcanzarán de media los 100 años, un hito que parecía plausible si se mantenía la tendencia del pasado.
Los expertos señalan que esta ralentización está vinculada a un factor estructural: la gran mejora en la supervivencia infantil ya se produjo y difícilmente podrá repetirse con la misma magnitud.
En la primera mitad del siglo XX, el descenso de la mortalidad en menores de cinco años fue decisivo para elevar la esperanza de vida. En la actualidad, con niveles tan bajos de mortalidad infantil, apenas queda margen de mejora.
Según explicó José Andrade, investigador del Max Planck Institute for Demographic Research, incluso si la supervivencia en adultos y mayores mejorase al doble del ritmo previsto, el incremento no alcanzaría las cifras registradas en las primeras décadas del siglo pasado.
Implicaciones y límites de las proyecciones de estos estudios
Los científicos advierten de que las previsiones no son certezas. Eventos inesperados, como pandemias, avances médicos disruptivos o cambios sociales profundos, pueden alterar las trayectorias proyectadas. La esperanza de vida, además, es un indicador poblacional y no individual, lo que significa que no describe destinos particulares sino tendencias generales.
El interés en este tipo de investigaciones radica en sus consecuencias sociales y económicas. Una variación en la esperanza de vida repercute en los sistemas de pensiones, la planificación de la atención sanitaria y la organización de políticas sociales. También afecta a decisiones personales relacionadas con el ahorro, la jubilación y la proyección vital a largo plazo.
La ralentización detectada en los cálculos no implica un estancamiento absoluto, pero sí marca un cambio respecto al dinamismo que caracterizó al siglo XX. Los autores subrayan que los países deberán adaptarse a esta nueva realidad, en la que los incrementos en longevidad ya no serán tan pronunciados como en las generaciones pasadas.
Dicho todo esto, el análisis de Andrade, Carlo Giovanni Camarda y Héctor Pifarré Arolas concluye que la esperanza de vida muestra claros signos de desaceleración en las cohortes nacidas entre 1939 y 2000. Aun con variaciones en las técnicas empleadas, los seis métodos coincidieron en proyectar un ritmo menor de aumento.
Aunque las predicciones nunca están exentas de incertidumbre, el estudio establece un escenario que invita a reconsiderar la manera en que sociedades y gobiernos planifican el futuro.
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