La tozudez de Prohens es la debilidad de Feijóo

La tozudez de Prohens es la debilidad de Feijóo

No existe en España un partido que presuma más de autonomismo que el Partido Popular. No se trata del típico celo de los conversos sino de algo más. El pacto de Majestic, sellado por José María Aznar y Jordi Pujol, permitió al primero conquistar la Moncloa a cambio de ceder más impuestos y competencias a Cataluña, una transferencia que luego se extendió, a modo de un nuevo café para todos, al resto de autonomías que se beneficiaron de chupar rueda de los nacionalistas catalanes. La clase política del régimen del 78 nunca entendió lo que cualquier sacerdote sí entiende: el pecado del orgullo (nacionalista) consiste en querer ser más que los demás, no en tener más. No se trata de administrar todas las competencias, sólo de administrar alguna más que tus vecinos. El llamado café para todos fue un inmenso error, como reconocía Herrero de Miñón, uno de los siete padres de la Constitución del 78, en una reciente entrevista con Juan Luis Cebrián. La generalización de las prerrogativas del pacto del Majestic, también.

Gracias al pacto del Majestic, el Partido Popular se ganaba por fin la carta de nobleza necesaria para entrar a formar parte del Estado de las autonomías con todas las de la ley. El PP dejaba atrás aquella imagen de partido heredero del centralismo franquista y enemigo de la pluralidad cultural de España. «Galego coma ti», que diría después Fraga Iribarne. España sería autonómica o no sería. De un regionalismo bien entendu, claro está, aunque algunos cada vez entendamos menos tanta tontuna.

De atenernos al poder que ha disfrutado el PP como partido, los populares han tenido mucho más poder autonómico que poder central, apenas 15 años si sumamos las presidencias de José María Aznar y de Mariano Rajoy. Hasta el punto de poder afirmar que el PP es una formación con vocación netamente autonomista. Si uno no actúa como piensa, al final acaba pensando como actúa. Y esto es lo que ha pasado con el PP, que se ha vuelto extremadamente celoso de un Estado de las autonomías que considera tan suyo como de los regionalistas, socialistas, nacionalistas o separatistas periféricos. A fin de cuentas, las autonomías han sido las estructuras de poder que no sólo han salvado de más de un apuro a sus cuadros y militantes, encontrando acomodo en las administraciones autonómicas, sino que se han constituido como el trampolín desde el que han tratado de asaltar la Moncloa, aunque no siempre con los resultados deseados.

El problema de levantar la bandera autonomista de modo tan entusiasta surge cuando los barones autonómicos que necesariamente requiere una formación con ínfulas autonómicas concentran mucho más poder que el propio presidente nacional del partido, llámese Pablo Casado o Alberto Núñez Feijóo. Como siempre, el quid de la cuestión reside en quién tiene el poder. Isabel Díaz Ayuso o Carlos Mazón, sin ir más lejos, tienen mucho más poder que Feijóo, que sólo tiene al aparato de Génova bajo su control. Ayuso y Mazón, al contar con una administración autonómica entera a su servicio, pueden dedicar en cambio millones de sus presupuestos en publicidad institucional y ayudas para untar a los medios de comunicación afines, fundamentales para labrarse una imagen pública.

En un pulso entre Feijóo y Ayuso la que tiene todas las de ganar es Ayuso. Pablo Casado le duró tres días a la madrileña que, en un pustch interno y alentado por sus medios afines que teledirigieron la maniobra palaciega, supo canalizar el enfado de las bases del PP cuando se rebelaron contra el presidente nacional, al que le faltó tiempo para marcharse. En Valencia, a raíz de la catástrofe de las riadas otoñales, la decisión de Mazón de no ceder el mando de las operaciones a Pedro Sánchez ha mermado las posibilidades electorales de Núñez Feijóo, lastrado por la errática y negligente gestión del desastre por parte de su conmilitón valenciano.

Ayuso tumbó a Casado, como tumbaría a Feijóo si la valiente presidente de la comunidad de Madrid decidiera asaltar ella misma la Moncloa. Igual que Mazón ha terminado imponiendo su criterio a Feijóo, incapaz de hacerse respetar y hacer valer su autoridad. El autonomismo genera sus propios anticuerpos y corre el peligro de que los barones autonómicos antepongan su propia supervivencia o su propia agenda como barones al interés de su partido a nivel nacional. Es lo que tiene tener barones autonómicos con más poder que el presidente nacional de turno. En ocasiones no son lo leales y lo obedientes que Génova 13 desearía, máxime cuando enfrentarse a Madrid (Madrid entendido como concepto de centralismo) cotiza al alza a la hora de ensanchar la base electoral en sus propias autonomías.

Aquí en Baleares, Marga Prohens estaría también perjudicando a Núñez Feijóo por la tozudez que está mostrando en un tema tan delicado como la cuestión lingüística al defender la inmersión en los juzgados y tolerarla en las aulas, o en la cuestión relativa a la memoria histórica hasta el punto de mantener las leyes de memoria de la izquierda, llevando a su formación a una confrontación frontal con Vox con el que el PP tendrá que entenderse sí o sí si Núñez Feijóo (o ella misma) aspira algún día a ser presidente del Gobierno. No hay más. El PP balear tiene mucho que aprender de la cultura del pacto de la que presume el PSIB, muchísimo.

La trayectoria de los últimos 30 años en Baleares de los dos grandes partidos demuestra que, mientras unos han hecho de la necesidad del pacto una virtud (y así la venden siempre que pueden), los otros no han hecho otra cosa que tratar de liquidar a sus posibles aliados, llámese UM, la Lliga Regionalista, UPyD, C’s y ahora Vox. Con los resultados conocidos por todos: 16 años de poder de la izquierda, ocho de Antich y otros ocho de Armengol, dos redomados perdedores.

El clan de Campos (¿pero quién demonios asesora a los mandarines campaneros?) nos ha conducido a un «parlamento ahorcado» por no modificar la ley de Educación balear que prometió modificar hace apenas tres años y que, al ser una transposición de la LOMLOE socialista, constituye un ataque sin precedentes (esta vez, legislativo) al propósito de entender la enseñanza como transmisión de conocimientos de toda una tradición, con todo lo que ello supone para perpetuar la civilización occidental. A cambio de respetar una legislación educativa nefasta (y no sólo por sus resultados, hay que entrar en las webs de los colegios de primaria de Baleares y leer sus «señas de identidad» para hacerse una idea del panorama que se avecina) que da carta blanca a la llamada pedagogía activa o progresista que pretende convertir las escuelas en ludotecas en las que los maestros son meros «acompañantes» de unos alumnos que descubren por sí mismos los conocimientos cuando quieren y siempre que estén motivados para ello, los guardiolas de Campos han decidido mantener la ley de memoria que Feijóo prometió derogar en Madrid y, por si fuera poco, renunciar a aprobar los presupuestos de 2025. Un ou de dos vermells no, de tres vermells.

Si consideramos su peso representativo, Baleares cuenta poco, es cierto, no es Valencia ni Madrid ni Andalucía, donde sí se juegan muchos diputados nacionales. Aquí en las Islas apenas nos jugamos ocho diputados con variaciones de apenas un diputado (a lo sumo dos), unos cambios que no son determinantes para la configuración de mayorías en el Congreso de Diputados. Paradójicamente, nuestra debilidad como región resulta ser la fortaleza de Marga Prohens, que así se quita cierta presión de los cuarteles de Génova y puede ir a la suya. Con todo, la guardiola de Campos no le está haciendo ningún favor a Núñez Feijóo al contribuir a acentuar la imagen de un líder flojo, entregado al socialismo con el que no deja de pactar, corresponsable de las funestas políticas europeas compartidas e impulsadas con el socialismo y los verdes, atolondrado en su afán por asaltar la Moncloa, sin rumbo ideológico claro y sin autoridad frente a unos barones regionales que le tienen tomada la medida.

Lo último en OkBaleares

Últimas noticias