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Muerto Franco, nada que celebrar

Muerto Franco, nada que celebrar

Esta es una historia real. En 1971, el Tribunal de Orden Público, el TOP, que existió en España durante el franquismo, entre diciembre de 1963 y enero de 1977, para reprimir y juzgar los considerados delitos políticos, instruyó el sumario 369/71 para juzgar un delito de propaganda subversiva, el cual, una vez procesado y dictada la sentencia, acarreó una pena de seis meses y un día al reo. La fiscalía, ejercida por el magistrado José Mariscal de Gante, solicitaba seis años y la sentencia, dictada bajo la presidencia de José Francisco Mateu, que fue asesinado por ETA, concluyó con una pena de seis meses con la agravante de imposibilidad de abandonar el territorio nacional.

Alertada entonces la izquierda antifranquista de la instrucción de este sumario, el abogado Josep Matas ofreció, para llevar a cabo la defensa, un nombre: Gregorio Peces-Barba. Pero entonces no la llevó a cabo porque ser defendido por Peces-Barba ante el TOP presuponía una condena segura. Finalmente, la defensa fue desempañada por un abogado independiente. Cumplida la sentencia y cinco años después, cancelados los antecedentes penales por mediación del político y abogado Josep Meliá, el protagonista de esta historia recobró la plena libertad.

Por aquel entonces y sin militar en ninguna asociación supuestamente ilegal o clandestina, el protagonista era antifranquista y hasta la derrota de Felipe González, socialdemócrata. Pero la ideología liberal fue la que en adelante ocupó su pensamiento político. Franco, derrotado sólo por una flebitis, murió en noviembre del año 75. Un año después, el 18 de noviembre de 1976, fue aprobada por las Cortes franquistas la ley fundamental de reforma política y, tras un referéndum celebrado el 6 de diciembre de 1978, la Constitución entraría en vigor el 29 de diciembre del mismo año. A la muerte de Franco, pues, sin haber llevado a cabo todavía el franquismo la reforma del 76 y sin la posterior aprobación de la Constitución el año 78, antes de todo aquello, ni habíamos recobrado todavía nuestras libertades ni por supuesto había nada que celebrar.

De una historia, en resumen, como tantas otras, de un represaliado político en tiempos de dictadura, no hacía falta presumir de antifranquismo ni menos aún querer aprovechar la circunstancia para aventuras políticas. Lo único necesario era el mantenimiento del espíritu crítico y la independencia de criterio. El protagonista de esta historia era yo mismo, el autor de este relato. Cabe advertir que de los cuatro medios informativos en que he llevado a cabo mis trabajos periodísticos y, modestia aparte, los más de 6.000 artículos realizados desde entonces, exceptuando mis propias equivocaciones, que podrían haber sido muchas, no han recibido sin embargo la más mínima objeción.

Resumiendo, a la muerte de Franco, oportunismos aparte, no hubo ni entonces ni tampoco ahora nada que celebrar. Si recobramos plenamente las libertades fue cuando se aprobó y entró en vigor la Constitución. Alardear como ahora muchos alardean de antifranquistas pero a toro pasado o querer celebrar la derrota de una dictadura de cuando unos, quienes ahora lo celebran, todavía ensuciaban sus pañales, es un ejercicio de oportunismo propio de una izquierda –hay otra muy distinta, por supuesto- revanchista y guerracivilista. Es decir, la izquierda que sustituye la concordia política por el odio de clase y el resentimiento histórico.

Mi historia personal, sacada ahora a la luz indignado, amén de otras historias quizás semblantes, es la de quien fue en su momento un antifranquista como tantos otros, aunque entonces resultó represaliado y condenado. Por tanto, sin olvidar ni por supuesto dejar de recordar, entonces sólo nos devolvió las libertades y nos salvó la Constitución. Como ahora, amenazada por unos irresponsables cainitas. Y sólo nos salvará su mantenimiento y vigencia en el futuro. Espero por tanto que quienes ahora lo pretendan no puedan contra ella. Por tanto, dicho queda.

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