Harta de estar harta

Harta de estar harta

Ya es inevitable acudir a las urnas el próximo 26 de junio. Para muchos de nosotros —los votantes— no ha sido una sorpresa. Creo no errar ni aventurarme si escribo que para ningún político tampoco. Han pasado cuatro meses desde que metimos la papeleta en la urna. Durante los días que han transcurrido hemos podido observar una representación teatral de la que algunos ya avisamos pocos días después del 20 de diciembre. Intentarían, los mal llamados líderes políticos, interpretar el papel del que hace lo posible y lo imposible por llegar a acuerdos mientras le echa la culpa al resto de actores del bloqueo ocasionado. Nosotros metimos la papeleta y ellos metieron la pata. Conclusiones podemos sacar muchas. En general, la ineptitud de la clase política para algo tan «sencillo» como priorizar y preocuparse por los asuntos urgentes del pueblo español. Ha quedado claro que lo importante para las distintas formaciones políticas ha sido su propio rédito.

Lo peor es que han buscado las excusas más peregrinas para demostrar que nos consideran idiotas. Nadie ha dado su brazo a torcer. Nadie ha hecho el más mínimo esfuerzo de generosidad. Sin embargo, todos han pretendido que creyésemos que «nosotros» éramos su máxima para alcanzar acuerdos. Los dirigentes políticos llegan a estas elecciones desgastados. Sin caretas ni discurso que vendernos. Nos hablan totalmente desarrapados. Llenos de magulladuras. Piensan que atusándose el pelo y limpiándose el polvo de los hombros nos van a convencer de que debemos seguir confiando en ellos. Por ejemplo, Sánchez y Rajoy no han tenido la decencia de plantearse su dimisión tras sus nefastos resultados. Su afán por agarrarse a la silla está teniendo como consecuencia una implosión en sus partidos. Las cabezas visibles del PSOE y del PP deben intentar salvarse de los puñales que les llueven desde sus propias filas. Y no olvidarse de sonreír mientras tanto. Es imposible atender a todo, a no ser que estén cubiertos de una capa impermeable que hace que todo les resbale.

Iglesias y Rivera obtuvieron buenos resultados si tenemos en cuenta que partían de cero. Los abanderados de la regeneración, de la nueva política —pasando por encima de conceptos como izquierda o derecha— han desesperado a la vieja guardia, han desbaratado las maneras tradicionales de hacer política, pero no han conseguido sacar el conejo de la chistera. En cierta medida, han contribuido muy activamente a bloquear las posibles alternativas. El uno no quería saber nada del otro. Al final, han terminado por cansar. No sólo al bipartidismo, sino a quienes les esperábamos con expectativas. El gran mesías Iglesias también ha sufrido un serio desgaste -no sólo en el plano público, sino en su propia formación-.  No tenemos las mismas constancias sobre Rivera. En ese sentido, es justo decir que los medios parecen haber querido poner el foco en el partido morado y pasar olímpicamente del naranja. No sabemos por qué —aunque puede intuirse— pero a pesar de haber habido denuncias de la propia militancia sobre financiación «extraña», casi todo ha sido ruido de fondo, silenciado por el tremendo estruendo contra Podemos.

Todo ha contribuido indudablemente al hartazgo de gran parte de la población, sobre todo la progresista o de izquierdas. Creíamos haber dejado claro que no queríamos que la derecha siguiera desgobernándonos; creíamos haber dado el mensaje de que queríamos diálogo y unidad entre «las izquierdas»; creíamos que serían capaces de entenderlo. Cada uno ha ido a lo suyo. Y ahora nos piden que se lo repitamos, como si esto hubiese sido finalmente culpa nuestra. El riesgo está en que este hastío se pueda convertir en abstención o, lo que es lo mismo, tirar por la ventana innumerables votos de quienes están hartos de las injusticias que estamos sufriendo. Si estas voces se agotan, seguirán votando aquéllos que salen beneficiados de alguna manera por la corrupción y los atropellos a la democracia y al Estado de Derecho. En definitiva, han llegado a conseguir que la gente esté harta de estar harta. Dicho de otro modo: nuestra democracia no funciona.

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