Periodista y escritora

Rosa Montero: «Me parecía que mis entrevistados quedaban como imbéciles, pero ellos me daban las gracias»

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Rosa Montero, periodista y escritora con numerosos premios a sus espaldas en ambos oficios (entre otros el Premio Nacional de las Letras Españolas), lleva más de cuarenta años escribiendo artículos agudos y directos como ella; reflexiones con las que revela su manera de entender el mundo, la vida, sus políticos, corrientes, ciudadanos, devenires, preocupaciones y ansiedades.

En 1970, con apenas diecinueve años, comenzó a colaborar con prensa escrita, narrando para el periódico Pueblo, la revista de cine Fotogramas y la revista de humor Hermano Lobo. Más tarde llegó a El País, en 1977, donde se hizo conocida por sus entrevistas irónicas e incisivas, fieles a las palabras, gestos y onomatopeyas de los entrevistados, pero con topping de ironía y humor que, en algún punto (o en muchos, la cantidad dependía del protagonista), evidenciaba al entrevistado.

Ella reconoce su entonces estupor ante las reacciones de ellos. «Cuando escribía [los textos de las entrevistas] pensaba que se iban a enfadar, porque a mí me parecía que quedaban como imbéciles, pero me sorprendía porque ellos me daban las gracias». Lo hacían porque se ceñía a la realidad, sin alterar declaraciones, quizá sólo hiperbolizando sensaciones.

En esta entrevista repasamos algunos de sus entrevistados en aquellos años como el Ayatolá Jomeini (ex líder político y espiritual de la Revolución Islámica) para la que se tuvo que cubrir todo el pelo, incluido el de las cejas, y mirar con la cabeza inclinada, con la vista por debajo de él. Subyugación en estado puro (y hubo un tiempo en que la izquierda mundial lo quería al señor, le recuerdo yo y se lo recuerda Rosa Montero en esta entrevista). Aquel diálogo fue extravagante todo él teniendo en cuenta que Jomeini era muy bajito y estaba sentado en el suelo. «Me pasé la entrevista prácticamente tumbada en el suelo», recuerda Rosa entre risas.

Otro de sus protagonistas fue Yasir Arafat, presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), presidente de la Autoridad Nacional Palestina y líder del partido político secular Fatah. Extremadamente complicado de agendar el hombre, no daba certeza de día ni hora; ni siquiera de lugar. En aquel afán suyo por sortear los intentos de asesinato que le amenazaban, cada noche dormía en un escondite diferente, guaridas imprevisibles de una vida sin vida; así que la ciudad o el país del encuentro podían terminar siendo una auténtica sorpresa. Al final fue en Túnez, a las cuatro de la mañana, de forma tan alterada como loca. Pero no valió. «Tiene dos minutos. Sólo dos». Ni hablar, dos casi no da ni para el «hola, qué tal». De nuevo al hotel y a esperar. Cuando llegó días después, aquella entrevista (o intento de) duró lo que tardó Rosa Montero en verbalizar tres preguntas. Tres únicas preguntas. Allí se quedó intentando terminar (o siquiera empezar la cuarta). Ni una mirada. «Tuve la sensación de estar ante un monstruo», confiesa.

Indira Ghandi fue impactante. De ella le impresionó la fortaleza que tenía, su conciencia de ser un personaje de la historia y la profunda tristeza que inundaba su alma ante la reciente muerte de su hijo. Margaret Thatcher fue diferente. Aunque no lo sabía, en aquel momento, comenzaba un alzhéimer que ya causaba sus estragos.

En total, Rosa Montero acumula en su haber más de 2.000 entrevistas, algunas de ellas también a grandes muy grandes de la literatura como Julio Cortázar, Arturo Pérez-Reverte, Mario Vargas Llosa, Martin Amis, Doris Lessing o Ana María Matute. Casi siempre con su toque socarrón, con ese ceñirse a la realidad con sorna y arte literario. Como ejemplo, la de Nixon y su agente del servicio secreto que se dejó olvidada la agenda secreta de agente secreto en uno de los despachos que inspeccionaba. Hasta la médula se le enrojecía al mister Bond cuando un empleado le brindó la agenda (por suerte para él, sin fotocopiar). Ya ve. Despistes hay en todas partes.

De Nixon no guarda un buen recuerdo. Frío, distante y, en cierta manera, por lo que ella nos transmitía en aquel texto (aún lo hace en esta entrevista), un tanto altivo y despectivo.

Ahora recopila crónicas y reportajes de los ochenta (siendo rigurosos, de 1978 a 1988) en los que repasa una España diferente; una España de transición en la que las ganas de que todo saliera bien, de reivindicación, de conciencia y de avances corrían por las venas de los ciudadanos. Lo hace en el libro Cuentos verdaderos (Alfaguara) trasladándonos a territorios remotos que estando tan alejados de nuestro hoy quisieran parecer relatos literarios. Repasa el 23-F, aquel intento de golpe de Estado, a España sin dormir, a ella a primera hora en la redacción, los folios que salían de la máquina de escribir y que, tal cual tecleaba, otro compañero se los arrancaba para publicar.

También repasa el asesinato de los abogados de Atocha 55 en 1977 (publicado veinte meses después) o las dificultades para mantener el legado cultural de grandes como Pérez Galdós, Ramón y Cajal, Torroja, Benavente o Echegaray.

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