Más de 6,4 millones de toneladas de plástico son arrojadas al mar cada año
Si la superficie fuera el diferencial para denominar a nuestro planeta, claramente su nombre debería ser Agua y no Tierra. La cuestión es simple, más del 70% de nuestro hogar está ocupado por agua, que para su estudio dividimos en cinco océanos: el Atlántico, el Pacífico, el Índico, el Ártico y el Antártico.
El 8 de junio se celebra desde 2009 el Día Mundial de los Océanos, fecha impulsada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) como forma de recordar lo esencial de su existencia para la continuidad de la vida.
El lema de este año es ‘Unos océanos sanos, un planeta sano’. La consigna es clave. Si no hacemos algo contra la contaminación de los
mares, la proliferación de desechos, el calentamiento de sus aguas, la
acidificación y la sobrepesca, este escenario transformará al célebre poema de Jorge Luis Borges en una verdadera entelequia. Ya nadie podrá ver al mar por vez primera, al menos, como lo describe el gran escritor argentino.
La contaminación con plástico representa una grave amenaza porque degrada los océanos muy lentamente y sus efectos perduran en el tiempo, igual que otras actividades humanas, como la pesca ilegal, la contaminación marina y la destrucción del hábitat.
«La situación actual de los océanos del mundo es gravísima» según advirtió la Fundación ‘Ocean Futures Society by Jean Michel Cousteau’ y en este sentido, su director para América latina, Rubén Arvizu, aseguró que «el cambio climático existe y se está acelerando», al tiempo que alertó sobre la futura desaparición de corales «porque los mares se hacen cada vez más ácidos».
El 100% de las muestras de arena de playas de todo el mundo contienen
contaminación por microplásticos, partículas tóxicas diminutas mezcladas con la arena. Esto incluye lugares tan remotos como la Antártida. Hay casos donde las partículas de plástico compiten con la arena natural, por ejemplo la playa Kamilo Beach en el sur de Hawaii.
Otros estudios confirman que la cadena alimentaria marina, de la cual depende el hombre, está contaminada. Seres microscópicos que componen el plancton marino ingieren microplásticos, al igual que especies filtrantes como los mejillones. También los peces se están alimentando con fragmentos de plástico.
Además de la toxicidad propia de este elemento, sus partículas en el mar, tienen la propiedad química de atraer y acumular contaminantes hidrofóbicos (aceitosos), es decir, que los plásticos son «esponjas» químicas para contaminantes peligrosos que llegan a los océanos procedentes de la agricultura y la industria y son puerta de acceso a la cadena alimentaria.
Un ejemplo de la proliferación del plástico en el mar, es la denominada Isla de plástico, Isla de basura o Isla Tóxica en el Océano Pacífico Norte con un tamaño aproximado de 1.400.000 kilómetros cuadrados.
Gran parte de los desechos marinos provienen de residuos arrastrados desde basureros por el viento, y la que vierten los desagües urbanos. Otras fuentes de desechos marinos son la pesca y el transporte de mercancías por los mares.
Más de 6,4 millones de toneladas de plástico llegan cada año a las
profundidades de los océanos, alrededor del 60 por ciento del total de la
basura. Ya en el año 2005 el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), puntualizaba que por kilómetro cuadrado se encontraban unas 13.000 partículas plásticas, flotando, o bien en el fondo del mar.
Según publicaciones ambientalistas, las zonas cercanas a las costas de
Francia, España e Italia son de las más contaminadas del Planeta y describen áreas críticas en Indonesia, el Mar Caribe, el Mar Celta, el Mar del Norte, el Golfo de Vizcaya y el Golfo de León; en tanto un estudio de Greenpeace, ya en 2007 mencionaba al Mar Mediterráneo como el de mayor concentración de hidrocarburos y plástico.
El plástico puede provocar multitud de daños a la biodiversidad marina, por ejemplo, una de las especies más emblemáticas de los océanos, la tortuga boba, se encuentra en peligro de extinción y nada menos que el 75% de las muertes de éstos ejemplares están provocadas por la ingestión de plásticos.
Las emisiones del dióxido de carbono (CO2) no sólo contaminan el aire que respiramos sino también ocasionan la acidificación de los océanos, un proceso que no solo destruye corales y moluscos, sino que podría afectar a otras especies marinas e incluso acelerar el cambio climático.
Se ha comprobado que el pH del agua de la superficie del mar ha disminuido casi un 25% desde el inicio de la industrialización, lo que amenaza la supervivencia de muchas especies marinas.
Así también, en los últimos treinta años, el consumo de pescado se ha
duplicado, entre otras causas, como producto del incremento de la población mundial, la utilización de tecnología en la pesca industrial y una mayor de demanda de consumo, lo que ha puesto en peligro el equilibrio natural de los ecosistemas marinos.
El problema de la sobrepesca surge del hecho de que más allá de las primeras 200 millas náuticas que trascurren a lo largo del litoral de un país (zona de exclusividad económica), el acceso a los recursos no está reglamentado. Las consecuencias sobre la biodiversidad marina son evidentes.
El poeta decía: «El mar, el siempre mar, ya estaba y era»; para que los océanos sigan siendo como los conocimos y no verdaderas cloacas a cielo abierto, debemos hacer algo en forma urgente.