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La costumbre de Carlos Alcaraz cada vez que vuelve de un torneo que trae de cabeza a su madre

El tenista se ha convertido en un referente dentro y fuera de España

A pesar de ser una estrella, Carlos Alcaraz no se olvida de sus orígenes

Alcaraz colecciona zapatillas y después de cada torneo se compra un par

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Cada vez que regresa a Murcia después de un torneo, Carlos Alcaraz revive un ritual que se ha convertido en una mezcla de celebración personal y motivo de desesperación para su madre: comprar un nuevo par de zapatillas deportivas. El propio tenista reconoce entre risas que esta costumbre, que empezó como un pequeño capricho para recordar cada competición, ha ido adquiriendo dimensiones inesperadas a medida que su carrera ha despegado.

Su habitación en la casa familiar de El Palmar se ha ido llenando con decenas de cajas que acumulan modelos de distintas marcas, colores y ediciones especiales, muchas de ellas vinculadas a torneos concretos o a momentos que para él tienen un significado especial. «Vuelvo de cada torneo con más y más», admite, describiendo esa mezcla de entusiasmo y pequeño caos que acompaña su regreso a casa después de cada viaje.

La costumbre de Carlos Alcaraz

A pesar de la fama internacional, de los títulos de Grand Slam, de los entrenamientos constantes en academias de alto nivel y de una agenda que lo lleva de continente en continente, Alcaraz sigue manteniendo una relación muy estrecha con la vida que tenía antes de convertirse en una estrella del tenis. Continúa viviendo en casa de sus padres, algo que él mismo ha contado con naturalidad en entrevistas recientes.

«No por mucho más tiempo, pero de momento sigo viviendo en casa de mis padres», explicaba entre risas, dejando claro que el hogar familiar sigue siendo su espacio emocional de referencia. Para él, volver a esa casa es regresar a la base desde la que empezó a entrenar de niño, un lugar donde no es el número 1 del mundo ni un ídolo deportivo, sino el mismo chico de El Palmar que empezó a golpear bolas en pistas municipales mientras disfrutaba del deporte sin pensar aún en la presión del alto rendimiento.

Alcaraz sonriendo en un acto. (Foto: Gtres)

En ese hogar de Murcia, que también ha servido como archivo natural de toda su carrera, se encuentran desde trofeos de torneos internacionales hasta raquetas con las que disputó partidos decisivos en circuitos juveniles. Sin embargo, nada ocupa más espacio que su creciente colección de zapatillas, una afición que él describe como su «debilidad» y que se manifiesta con una intensidad casi tan constante como sus entrenamientos.

Su madre, Virginia Garfia, es la primera en recordarle que la casa no es ampliable y que mantener cierto orden ayudaría a que cada par se conserve en mejores condiciones. La acumulación, según él mismo reconoce, empieza a ser un desafío logístico: «Ya no tengo más espacio en casa», comenta entre risas, consciente de que la pasión se le ha ido de las manos incluso más rápido que algunos partidos que ha ganado en sets cortos.

Alcaraz se apoya en sus padres

El apoyo de sus padres, Carlos Alcaraz padre y Virginia Garfia, ha sido una pieza fundamental en el camino del jugador, no solo en lo deportivo, sino también en lo emocional. Ambos acompañan a su hijo a los torneos siempre que pueden, viviendo en la grada momentos de enorme tensión, rabia contenida, nervios, lágrimas y alegría, dependiendo del desarrollo de cada partido. Son ellos quienes han tratado de mantener su equilibrio personal para que el éxito no lo desestabilice, recordándole constantemente la importancia de tener los pies en la tierra y de conservar su esencia, como ya ocurrió con figuras como Rafa Nadal durante sus primeros años de fama.

Virginia Garfia, en particular, ha expresado en varias ocasiones sus inquietudes respecto a las expectativas desmesuradas que algunos proyectan sobre su hijo, especialmente tras su irrupción fulgurante en el circuito profesional. En el documental de Netflix A mi manera, confesó que una de sus mayores preocupaciones es que la gente quiera convertirlo en «el nuevo Rafa», depositando sobre él una carga emocional y deportiva difícil de gestionar. Su consejo a Carlos es claro: no permitir que nadie entre en esa parcela íntima que define su forma de vivir y entender el tenis, porque su objetivo principal como madre es protegerle para evitar que termine convertido en lo que ella llama «un juguete roto».

Este retrato familiar, recogido también en el documental, muestra la otra cara del campeón: la de un joven que, más allá de los trofeos y las estadísticas, sigue encontrando en su familia el mejor refugio ante un mundo que lo observa con todos los focos encendidos. Muy pocos lo saben, pero cuando se apagan los focos Carlitos, como le llaman sus amigos, vuelve a ser el chico de siempre, de ahí que no quiera renunciar a ninguna de sus costumbres.