Opinión

Yolanda Díaz, «yo no te creo, hermana»

El Código Ético de Sumar es, como es lógico, contundente contra quienes ejerzan la violencia machista, pero va más allá, pues se afirma textualmente que «las personas que ocupen un cargo público u orgánico se comprometen a denunciar o a iniciar los correspondientes protocolos en relación a las irregularidades e ilegalidades de que tuvieran conocimiento en el ejercicio de sus funciones». Parece evidente que la dirección de Sumar conocía desde hace tiempo las denuncias en las redes sociales contra Íñigo Errejón y, sin embargo, miró para otro lado, seguramente pensando que la polémica bajaría de intensidad.

La dirección del partido y la propia Díaz conocían varias denuncias -al menos cinco- desde hace más de un año. Ello no fue óbice para Díaz nombrara a Errejón  portavoz parlamentario y le confiara incluso la secretaría de Discurso de su proyecto.

La pregunta a la que no ha respondido la ministra de Trabajo es por qué ha dejado pasar tanto tiempo desde que se tuvo conocimiento de la primera acusación. Luego vinieron más, pero la dirección de Sumar puso mucho más empeño en tratar de ocultar los hechos que de preocuparse por saber cuánto había de verdad en las denuncias.

Sólo cuando la situación se les fue de las manos decidió intervenir. Más de un año después. Que Errejón incumplió el Código Ético de Sumar es palmario, pues su renuncia lleva implícita una asunción de culpa, pero ¿y Yolanda Díaz? Si su obligación era la de intervenir en cuanto hubiera tenido conocimiento de los hechos, parece obvio que hizo todo lo contrario, pues encubrió a Errejón negándose a pedirle explicaciones hasta que el escándalo estalló. Díaz no practicó el lema feminista «Yo sí te creo, hermana», sino que invirtió los términos para ponerse del lado del hermano Íñigo. Su papel en este asunto ha triturado su imagen, porque todo su discurso se ha venido abajo y su figura se tambalea con estrépito.