Vox: el gran culpable

Vox: el gran culpable

Ya es sabido. La noche del 23-J saltó la sorpresa. El centroderecha no consiguió la mayoría absoluta necesaria. Y ello fue así, no obstante los más de tres millones de votos que el PP logró crecer. «Lo demás está por ver cómo acaba» (Marc González). La situación ahora es aún más endiablada que en la pasada legislatura. En cualquier caso, ahora un probable Gobierno presidido por Sánchez estaría más cautivo que nunca. Eso sí, como antes, apoyado por los mismos separatistas del anterior, a la espera de si el prófugo Puigdemont decide sumarse (no basta con su abstención) a quienes desean destruir España. Sin duda, estamos metidos en una profunda crisis de Estado sin parangón posible.

Un primer factor evidente de lo ocurrido señala con el dedo acusador a Vox. Desde que Vox y Cs decidieron separarse del PP, tal efecto es inexorable. Como dice Gabriel Albiac, «el sistema electoral español suma un plus en el coeficiente voto/escaño a favor de las candidaturas únicas y en perjuicio de las múltiples». Dicho en román paladino, los votos sumados de PP y Vox habrían otorgado al centroderecha una mayoría absoluta. Al concurrir a las elecciones de modo separado, «su posibilidad de sumar mayoría es cero. O casi. Y decidirán siempre los independentistas» (Ibidem). No hay que darle más vueltas.

A decir verdad, este plan diabólico ya fue ensayado en los años ochenta del siglo pasado, y además con éxito, en la Francia de Mitterrand. Dada su debilidad, éste se percató de que sólo podría salir victorioso a partir de la fragmentación del centroderecha. Pierre Bérégovoy, su ministro de finanzas, nos cuenta Gabriel Albiac, ante la inquietud de unos periodistas de la causa por el trato favorable que se otorgaba en la televisión francesa a Jean-Marie Le Pen, los calmó con este comentario: «Veréis, es una idea genial del presidente. Si logramos que Le Pen suba por encima del 9% en las generales, la derecha clásica será inelegible. De modo permanente. Haced cuentas». Lo intentó y el éxito le acompañó. «El todopoderoso gaullismo quedaba excluido del poder, no por un ascenso en flecha de la izquierda. Eso vendría luego. Quedaba inhabilitado por el pequeño –pero suficiente– porcentaje de clientela que iba a perder por el lado de la extrema derecha del Frente Nacional. Y esa pérdida –y esa inhabilitación– perduraría. Con ella estaría garantizada la continuidad de Mitterrand, en lo que para él fue más un trono que una presidencia» (Ibidem).

Abascal y su corte de sabios, «ungidos para la misión de salvar a la patria» (Marc González), no podían ignorar el riesgo que corrían al propiciar la fragmentación del centroderecha y al aceptar el maridaje con Sánchez en la pasada legislatura. Al igual que Rivera, Abascal se debió ver con capacidad para minar el techo electoral del PP y, con el tiempo, sus 52 diputados de 2019 y las buenas expectativas de futuro (64 escaños: 2023), se lo creyó, se le subió la sangre a la cabeza y mandó al demonio al PP. A tal efecto, «… construyó, como dice la canción de Alberto Cortez, castillos en el aire/ A pleno sol, con nubes de algodón/ En un lugar, adonde nunca nadie/Pudo llegar usando la razón».

Ahí le duele y mucho. ¿Qué sentido tenía la escisión del tronco común del PP? ¿Atarse a la pesebrera pública? ¿Acabar con el estado de las autonomías? ¿Salvar a la patria? ¡Algo vale a que se fijaron objetivos de altos vuelos! ¡La insensatez, la irracionalidad y la contradicción como banderas! Son como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer. Es una evidencia. Con Vox robando voto al PP, éste no tiene posibilidad alguna de formar gobierno. No hay que ser un genio para hacerse cargo de ello. ¿Cuándo querrán comprender, quienes apoyan a Vox con su voto, que la única alternativa a Sánchez, en las actuales circunstancias legales, sólo es posible sumando y no restando al PP? ¿Qué necesitan para verlo claro?

Un segundo factor a tener muy en cuenta, ya observado y contado en 2021 por Gonzalo Bareño, constituiría una verdadera trampa tendida por Sánchez. En ella picaría Abascal, ansioso por debilitar al PP. Se podría llamar polarización extrema, situar a Franco en el centro del debate, impugnar la Transición, cuestionar la Ley de amnistía, pactar con el independentismo catalán y los herederos de ETA, aprobar la Ley de memoria democrática, servir de altavoz al discurso antiinmigración, etc. Abascal y su partido fueron los ingenuos útiles para impulsar el voto del miedo a favor del PSOE.

Tan irracional fue el planteamiento de Vox, que no percibió ni percibe lo más elemental: no se pueden construir castillos en las nubes. ¿Cómo tanta sabiduría asociada ignoró que en política «… no cuenta lo que uno es, sino la imagen que de uno puede construir la apisonadora mediática. La de Sánchez es extraordinaria y el esperpento alzado se llama Vox = fascismo = verdadero PP. Todo el mundo lo pudo comprobar el 23-J. En el momento supremo, Sánchez actuó la imagen que le interesaba, la que llevaba años confeccionando con la insensata e irracional colaboración de Abascal. Y le funcionó muy bien. ¿Acaso lo dudan?

Señores de Vox, señor Abascal y sabios que le rodean, pregúntense para qué han servido. No para salvar España, su supuesta razón de ser. Han servido, gracias a su incompetencia, altanería e ingenuidad, para la destrucción de una verdadera alternativa a Sánchez. Solo han servido para hacer «inelegible a la derecha española» (Albiac). Les guste o no, lo cierto es que sólo han servido para dar continuidad a Sánchez.

Como les ha dicho Miguel Segura, «quizá ahora se haya dado cuenta de que el ciudadano sensato teme más a Vox que a ETA». Y por cierto, Sr. Abascal, ante el estropicio perpetrado por usted, ante el flagrante fracaso :19 diputados menos de los que tenía, ¿por qué no se va a casa, con todos los suyos, y nos deja en paz?

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