Verdades y mentiras de la Ley Trans

Verdades y mentiras de la Ley Trans

Reconozco que no creo que el género sea un constructo social. Confieso que sería mucho más cómodo que se permitiera cambiar de sexo libremente con la mayoría de edad, tal y como ha recomendado el Consejo de Estado. Pero, claro, soy un español tipo Alfredo Landa que nunca ha tenido ninguna alteración de mi sexualidad desde niño, por lo que no alcanzo a empatizar con quien vitalmente tiene otras pulsiones y vivencias. Como creo en la tolerancia radical del ser humano y en que hay que propiciar la felicidad de cada individuo, sobre esto de la legislación trans tengo mis dudas. Es fácil pontificar desde cualquier tribuna cuando en materia de intimidades personales se trata, y como se suele ocurrir con las materias importantes de este país, en lugar de abrir un debate amplio, donde se pongan sobre la mesa las opiniones y los análisis científicos y filosóficos, hemos vuelto al hooliganismo de los partidos. Uno piensa como le dicen, y dispara con la pistola de la bancada parlamentaria lo que corresponda.

Hay aspectos en la cuestión del cambio registral de sexo, que esto es la base jurídica de la Ley, que deben de ser examinados desde la óptica de la seguridad jurídica. En los momentos líquidos de la adolescencia no parece mal poner cautela por aquellas precipitaciones posibles que ante dudas o inseguridades creen irreflexivos estados civiles. Pero nadie habla del sufrimiento privado de quien tiene precisamente esa duda, y el culmen del Registro Civil ya ha sido avalado en casi todas las comunidades autónomas por los tratamientos hormonales permitidos. A veces tomamos el rábano por las hojas, y centramos la delicada causa de la autodeterminación de género, que no pasa de ser la opción de vivir como uno quiera. Pero a la Ministra de los palabros que es Irene Montero, que se ha inventado la despatologización, se le olvida por su parte que una sociedad libre es también una sociedad armónica en sus efectos en todos los tejidos sociales. Desde el educativo al familiar, sea cual sea adjetivo de la familia, a los efectos jurídicos, económicos y directamente convivenciales.

Apostar por la ampliación de derechos de manera irreflexiva es un adanismo sin salida. Ponerse de perfil como algunos gobernantes de la oposición que en sus Comunidades Autónomas han defendido que la autodeterminación de género es capital, choca con la coherencia de muchos argumentos.

La sociedad española necesita ya pensadores, sociólogos y líderes culturales. Las ocurrencias de las palabras y los catecismos de los partidos solo tranquilizan a los que se ponen cada mañana la camiseta del próximo derby.

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