Los toros, la economía y los pantalones cortos

Los toros, la economía y los pantalones cortos
Los toros, la economía y los pantalones cortos

Con la llegada del calor en mayo vienen desde tierras remotas los vencejos y las golondrinas a la Ciudad de los Periodistas donde vivo. Se dice que dan suerte. También llegan las corridas de toros, que me fascinan, y se produce al mismo tiempo el fenómeno más nocivo a que ha dado lugar la civilización grecolatina: la proliferación del pantalón corto entre los hombres, que atenta no solo contra cualquier sentido de la estética sino de la dignidad.

Todos los años coincidiendo con la Feria de San Isidro el escritor Manuel Vicent publica en El País una columna antitaurina. En la de esta temporada volvía a señalar que las corridas están en plena decadencia, y que la crueldad que entrañan provoca cada vez más rechazo civil. Como el señor Vicent cojea del lado menos aconsejable, también aseguraba que los toros han sido asumidos por la derecha como bandera y que los festejos se han convertido en algo similar a un mitin de Vox o del PP, de manera que ser de izquierdas, taurino e ir San Isidro equivale a ganarse una medalla al valor individual.

A pesar de los lugares comunes del diletante y políticamente correcto señor Vicent, lo cierto es que la fiesta goza de muy buena salud, como se ha comprobado en Sevilla y se está viendo en Madrid; que el público abarrota los cosos y que entre los aficionados hay muchísimos jóvenes a los que alumbra una gran virtud: que van duchados y no llevan pantalón corto. Muchos de ellos asisten con traje y corbata, algo que me parece la apoteosis del buen gusto.

Y van porque en una plaza de toros, si hay suerte, se puede contemplar uno de los espectáculos más bellos del mundo, en el que la emoción puede dispararse a la menor oportunidad a lo largo de la lidia litúrgica y cabal que puede consolidar un matador si entra en comunión con un toro bravo, noble y con casta.

Se dice que la gente llora cuando está conmovida bien por la tristeza, bien por la alegría. A mí se me han saltado las lágrimas varias veces en la plaza porque he tenido la suerte de ver alguna faena memorable de Curro Romero, unas verónicas insondables de Rafael de Paula o los cites majestuosos desde los medios de Cesar Rincón o de Curro Vázquez. Ahora, puedo sollozar con los arrebatos artísticos de Morante o con la sobriedad elocuente de José María Manzanares. Es una pena que los prejuicios ideológicos del señor Vicent le impidan gozar de tal clase de emociones, que son más intensas que las de ir en tranvía a la Malvarrosa, playa que adoro y frecuento. Todo lo que él ve de crueldad y de agonía de un animal indefenso, en la lidia puede transformarse en apenas veinte minutos en un momento de explosión estética y sublime que a veces llega a la transposición espiritual.

Caminando hacia lugar más prosaico, pero igualmente importante, los toros tienen una relevancia económica muy notable. Generan una recaudación fiscal sustanciosa, crean más de 150.000 puestos de trabajo al año, entre directos e indirectos, y contribuyen a la conservación del medio ambiente sosteniendo un territorio de dehesas que tiene una extensión mayor que la de la provincia de Vizcaya, un santuario ecológico libre de pesticidas con aguas limpias a cargo exclusivamente del propietario, salvo las ayudas de la PAC europea que se conceden a cualquier ganadero de vacuno. Por eso, el nivel de subvenciones que recibe el criador del toro feroz es incomparablemente menor del que se dedica a otras actividades artísticas pero quizá menos entrañables que una faena en plenitud.

Igual que Vicent escribe todos los años una columna antitaurina, me he propuesto modestamente algo parecido a cuenta de la plaga del pantalón corto en hombres que asuela nuestras calles y que seduce a las personas de cualquier condición, no solo a los horteras de costumbre sino también a los ancianos a los que algún hijo desaprensivo o mujer fuera de cacho ha convencido de que así irán más sueltos y cómodos, y de igual forma más frescos. Como siempre he creído que la comodidad es enemiga del progreso, refuto por completo la supuesta confortabilidad que proporciona el pantalón corto. Más suelto se va, de eso no hay duda, sobre todo si el pantalón es de deporte, de recreo y hecho de tejido acrílico, pero a cambio de compartir con los demás obligatoriamente el bulto del paquete, la imagen impúdica de esas piernas frecuentemente mal formadas, esas pantorrillas como patas de conejo y de airear al medio ambiente los hedores que se transpiran cuando los cabos no están bien atados, un claro obstáculo en la lucha contra el cambio climático de condición sanchista.

Antes, cuando uno iba a una oficina bancaria o de Hacienda, los empleados iban todos con su traje, ya fuera el más barato posible, y estaban perfectamente afeitados y en estado de revista. Ahora también se ven algunos funcionarios con pantalón corto, sin afeitar, con mal aspecto, y creo modestamente que esto afecta a la dignidad propia y que es una falta de respeto hacia los contribuyentes o los clientes. Algunos, quizá inducidos por aquello de que todo vale, tienen además la mala costumbre de no mirarte a la cara cuando te hablan. Esta es una gran diferencia con el mundo taurino, porque perderle la cara a un toro puede desembocar en una cogida, que es un hecho gravísimo que apaga momentáneamente el esplendor de la fiesta, siendo uno de los riesgos que entraña y que sin duda hay que afrontar.

Tampoco es verdad que con el pantalón corto se vaya más fresco. Los moros, que padecen temperaturas hostiles, toman té caliente y se visten con chilabas blancas que expulsan el sol radiante. Una vez me invitaron a una boda en Marraquech a la que era imprescindible asistir con esmoquin. Nunca he pasado tanto calor más a gusto que recorriendo el zoco camino del riad. Me sentí como James Bond a punto de resolver un asunto crucial. Después del festejo volví al hotel, completamente célebre, en un carro tirado por un burro. La experiencia me pareció tan auténtica como una corrida de toros bendecida por la suerte.

Los vencejos y las golondrinas vienen y se van, nos visitan cada año para darnos suerte. También las corridas de toros duran unos pocos meses, pero la plaga del pantalón corto en hombres se expande con independencia de la temperatura, en cualquier estación del año, a nada que asome un poco el calor. ¡Qué mala suerte! El socialismo, que es una ideología depredadora por antonomasia, está también dispuesto a acabar con las reglas de la urbanidad y de la pulcritud indumentaria.

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