Tarjeta roja al Comité de Árbitros
No hablo por boca de ganso. Jordi Horrach, presidente de la Federación Balear de Fútbol en campaña pre electoral: «Los clubs son nuestros clientes». Mateu Alemany hace doce años cuando aspiraba a presidir la Federación Española: «Los árbitros son el brazo armado de la Federación». Entre los «clientes» los hay vip, normales y prescindibles y eso lo saben perfectamente los miembros del ejército.
Cinco tarjetas rojas directas en cinco partidos me parecen muchas, pero no caeré en la trampa de victimizar al Mallorca pensando que su presencia en las alturas le resulta molesta a alguien. El problema, el drama, reside en el sistema asambleario por el que se rigen las federaciones deportivas, entes por otra parte inútiles e innecesarios en tanto en cuanto cada especialidad deportiva se rige por sus propias asociaciones, profesionales o no, del que, a su vez, depende la organización arbitral.
Marcelino García Toral dijo esto el pasado 20 de octubre: «Llega un arbitro en el VAR que está descendido y eso es porque no es muy bueno y llama al árbitro por afán de protagonismo. Estoy convencido que, si en vez de un árbitro joven hubiera sido uno más experto no le hubiera llamado». Una vez más, Figueroa Vázquez, en aquella ocasión con otro colegiado que pita su segunda temporada en Primera, García Verdura, como Hernández Maeso en Son Moix. Repetición de la jugada.
Lo de menos es si la expulsión de Muriqi era justa o no. Como diría Arrasate después del partido, la acción se produce con el árbitro muy cerca igual que el asistente y el cuarto árbitro y ninguno indicó falta. Pregunta: ¿la normativa VOR permite intervenir cuando no se ha señalado infracción alguna fuera del área? Otra cosa sería que, pitada la falta, desde la cabina se aconsejase el color de la tarjeta, si la hubiere. Por cierto, algo que si sucedió en la entrada de Van de Beek sobre Copete que no implicó amonestación alguna. Curioso, solo eso, que el mismo juez de línea que no vio lo de Muriqi, tampoco viera la mano de Miguel en una contra del Mallorca que se zanjó con un simple fuera de banda ante cuyo asombro Jagoba y Abdón resultaron «amarilleados».
Siempre he admirado y defendido a los árbitros, pero no la manera en la que se desenvuelve su Comité. Los ascensos y descensos son un misterio celosamente guardado, las triquiñuelas por las que un señor de Toledo se inscribe en La Rioja o uno de Madrid en Baleares, ¿verdad Riera Morro?, lo que le permite dirigir al Real Madrid y el Atlético, Getafe, Rayo y Leganés, su corporativismo cara a la galería contra sus guerras internas y su venganza contra aquellos que disienten -Llonch Andreu, Pérez Lasa, Estrada Fernández- y los cuantiosos emolumentos que perciben más que suficientes para su profesionalización, exigen más rigor y una mejor preparación sin convertir el vídeo arbitraje en un refugio vitalicio para los retirados o, más grave, los peores.
El VAR, conviene recordarlo, se creó para rectificar equivocaciones claras básicamente en las áreas y la línea de meta, no para rearbitrar los partidos ya no en base a las evidencias de un plano concreto, sino a su interpretación. Ya de las manos y los fueras de juego, no hablemos. Y cuando hay reiteración, no es por casualidad.
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