PRIMERA LÍNEA

Un ‘sí es sí’ bastante sarasa

Un ‘sí es sí’ bastante sarasa
Un ‘sí es sí’ bastante sarasa

La ironía de esta malvada, y digo malvada, ley del sí es sí es que el Código Penal ya venía reconociendo este respeto a la dignidad de la mujer desde el año 1822. En definitiva, nada nuevo bajo el sol, salvo que ahora la prioridad descansa exclusivamente en el testimonio incontestable de la mujer, sin la menor posibilidad de defensa de la parte contraria, condenándola de inicio y priorizando el testimonio único de la mujer. En definitiva, esta innecesaria ley contribuirá a las denuncias falsas interesadas, y si no, tiempo al tiempo. Porque malvada refiere, «transgredir principios morales elementales” como los ya reconocidos desde 1822. Otra brutalidad más del pensamiento woke.

Me preguntaba si la recientemente aprobada Ley del sí es sí afectará a los besos también, hasta el punto de que besar (por supuesto, un hombre a una mujer) será a partir de ahora un delito según cómo se proceda en esta tarea, que si no me equivoco llevaba vigente un porrón de años, incluso tal vez de siglos, hasta que el feminismo radical decidió que el género está licuado, es decir, hacer por ley líquida una situación hasta entonces sólida. ¡En pleno siglo XXI! Un siglo, al parecer woke, donde un beso de hombre a hombre o de mujer a mujer, incluso de elle a elle, queda sacralizado, y en cambio la posibilidad de juntar labios heterosexuales acabaría bajo la lupa judicial.

Esto es así, desde el momento en que Irene Montero califica la ley como «una conquista del feminismo», supongo el que entendemos tradicional y en consecuencia obviando los besos homosexuales y los neutros también.

Están demonizando la heterosexualidad y elevando a rango superior toda la actividad contraria: la biología importa un carajo y los chiringuitos mandan en manos de una izquierda desnortada. Entiéndase por actividad contraria, el enaltecimiento de la Agenda 2030, es decir que prevalezca un paraíso de contradicciones aunque eso sí con credencial woke.

Es lo que tiene meter a una cajera, señalada por su macho alfa progre, para la alta función de ministra de Igualdad en el Gobierno de España, lo que en definitiva lleva a concluir que una vez la extrema izquierda sea desalojada del poder, este departamento ministerial debe desaparecer sí o sí, por poner en entredicho el ejercicio de la política como una dedicación honorable.

En realidad, la Ley del sí es sí lo que persigue es un acta notarial según la cual la hembra, hembro o hembre dé consentimiento explícito a explorar el misterio de las cavidades o prolongaciones como fuente de placer sin faltar a la dignidad de una de las partes, y solamente una, que la otra ni se verá.

No acabo de adivinar cómo se aplicará esta norma entre los feriantes de las variantes recogidas en la pancarta LGTBIQ+ y sí, en cambio, entiendo que los heteros –especialmente masculinos- serán agentes de acoso en función del buen o mal rollo del momento. El acoso es una cualidad solo aplicable a la victimización de ellas o de elles, incluso ello para variar. Y que se joda el hetero, porque no está contemplado en la Agenda 2030. Esto es de locos.

Me voy entonces al cine a observar cómo se besan los heterosexuales, que los demás subgéneros recientemente clasificados se besan por cuota y son impuestos por decreto Me Too, Te Moo, Do-Re-Mi-Fa-Sol-La-Si-Do o lo que sea menester, en función de la corrección política a erradicar una vez la extrema izquierda y el socialismo chévere sean enviados a casa por una simple cuestión de salvaguardar la salud mental de la población.

Históricamente el beso en la pantalla goza de multitud de anécdotas que en buena parte tienen que ver con lo bien o lo mal que se llevasen los actores y las actrices cuando la corriente LGTBIQ+ todavía estaba en bragas o tanga.

Hoy, la situación es radicalmente distinta. El beso puede ser apasionado si la pareja es homosexual. En cambio, la heterosexualidad se limita a juntar los labios superficialmente, sin convencimiento alguno por muy romántica que sea la historia. Hay excepciones únicamente imputables al cine indie, que la gran industria cinematográfica y televisiva se rige por la corrección política, no vaya a ser. Asistimos a situaciones de acoso que incluso afectan a clásicos de la pantalla. Por ejemplo, La bella durmiente besada dormida y en consecuencia punible por decreto al no haber consentimiento probado.

La censura está cebándose en multitud de clásicos que no son del agrado de comisariados de la corrección política. Se obliga incluso a que Ana Bolena sea una actriz de color o que Cyrano sea un enano. El arte es transgresor ya lo sabemos, pero en estos supuestos es imperativo del pensamiento woke. Aparece la práctica del catecismo sí es sí; se enjuician clásicos en función de un presente, que elige el absurdo, ese hijo natural de la comedia woke. Es el sinsentido como preferente vara de medir en el presente.

Hace como veinte años que tengo en mi biblioteca un maravilloso libro que lleva por título Perfect Pairs, de Hulton Getty, colección de clásicos de la época dorada de Hollywood, antes de que apareciera la gilipollez presente.

Galería de momentos previos al sí es sí, hoy considerados anómalos. Y no me pienso desprender de él. Son fotografías que reflejan la amabilidad de escenas inolvidables, entre ellas sin ir más lejos una alusión a Lo que el viento se llevó (1939), ambientada en el incendio de Atlanta y el encuentro de Clark Gable con Vivien Leigh, dominando la intensidad del momento la leyenda de un dicho francés: «En el amor, siempre hay uno que besa y otro que ofrece la mejilla» o aquella cita de Mark Twain para ilustrar entrañable fotograma de Mujer o demonio, también del 1939, con James Stewart y Marlene Dietrich de protagonistas: «Las palabras solo son fuego pintado, la mirada es el fuego real». Añadiré incluso La ley del silencio (1954), donde vemos a Marlon Brando y Eva Marie Saint en situación cariñosa, mientras la cita de Oscar Wilde nos dice que «en el arte como en el amor, la ternura es lo que da la fuerza». ¿Eso es contrario al sí es sí?

Una ley inevitablemente sarasa y aunque el uso sea obsoleto parece lógico recuperarlo. Sarasa: «Cebo envenenado que se usa para matar alimañas», o sea heterosexuales. Elles y ello quieren desnaturalizar nuestra identidad. Lo mismo pasa con el feminismo radical de última hora. Desolador.

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