Si el separatismo toma Galicia…

separatismo Galicia
  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

Los 2.200.000 gallegos con derecho a voto tienen una grave responsabilidad este domingo ante las urnas. En sus democráticas manos tienen dos opciones: la primera, mantener en el poder a la formación que ha liderado los últimos años (PP) o bien optar por un rumbo a lo desconocido abriendo la puerta a un gobierno separatista comunista.

No hay más opciones. Se acabaron las terceras vías y los experimentos con gaseosa.

Hace unos meses el etarra Otegi hizo una afirmación que en términos generales ha pasado desapercibida pero que contiene las claves de lo que en su día se llamó Galeuska, es decir, la entente política entre el secesionismo vasco, catalán y gallego. «Antes de que España sea roja –subrayó el terrorista– España debe estar rota».

Ese es el viejo sueño de todos los enemigos no sólo de España como nación sino también del Estado como Estado. Pedro Sánchez es el que ha permitido y quiere seguir permitiendo la destrucción de la España constitucional y en su deriva abracadabrante ha hecho campaña por un partido (BNG) cuyos dirigentes mantuvieron y mantienen fuertes vínculos con Bildu y ERC. Si ese sueño rompedor se produjera (no ocultan los independentistas galaicos que su objetivo final es ir a un referéndum de autodeterminación al igual que vascos y catalanes) ya saben los gallegos y el resto del país lo que nos espera.

Cierto es que el PP ha cometido errores de bulto impropios de unos dirigentes ya muy baqueteados en política durante la campaña electoral muy similares a los perpetrados durante la refriega durante las generales del 23 de julio del año pasado. Pero, sinceramente, no es el futuro del centro derecha y de su líder lo que importa. Importa el mantenimiento del Estado y la preservación de unos cuantos valores democráticos y constitucionales. Los votantes cabreados con la formación popular no pueden caer en la trampa de en esta ocasión al menos no optar por el voto últil.

Se corre el riesgo de pagar muy caro un ejercicio poco práctico en términos electorales.

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