Ser de derechas es pecado y está mal visto
Xavier Rius, uno de los periodistas más inteligentes e intuitivos que me he encontrado en décadas, gran muro ante el leviatán secesionista catalán, plantea la gran pregunta de la actual coyuntura: «¿Qué tiene que hacer la derecha para derrotar a las izquierdas en España?». Y, además, ¿qué tiene que hacer el PP para administrar una hipotética victoria para que, al menos, dure algunos lustros en el poder?
La respuesta que permite otear siquiera algún argumento para dar con la clave de lo que actualmente ocurre en España no es baladí. La nación tiene hoy y desde hace siete años y medio a una persona tan dislocada como Pedro Sánchez, que no distingue entre el mal personal y el bien colectivo. Ha conseguido, eso sí, brillantemente, trastocar y envilecer la socialdemocracia española persiguiendo exclusivamente un interés con nombre y apellidos en una cadencia enloquecida que sitúa de paso a la derecha tradicional en un callejón sin salida.
El Partido Popular fundado por Manuel Fraga urgido por la reconquista del poder a toda costa, manifiesta una más que evidente incapacidad para penetrar en amplias capas de la sociedad porque, entre otras razones, su suelo cultural se tambalea ante cualquier ofensiva de la izquierda. Tanto socialistas radicales como comunistas de toda la vida sacan a pasear el dóberman que llevan dentro cuando peligra su poder en las instituciones (única manera de llenar la cesta económica personal y colectiva) y trituran cualquier atisbo de alternancia invocando los valores democráticos. No es cosa de ahora. No.
La esencia de lo que ocurre hoy hay que encontrarla principalmente en el inicio de la Transición, cuando inconscientemente la derecha no compareció en la batalla cultural. Casi medio siglo después, especialmente tras el septenato de Mariano Rajoy (pasó olímpicamente de las cosas políticas) el PP dejó a las izquierdas cabalgar en solitario a lomos de su pretendida superioridad moral, asunto que bien estudiado no existe. Aquello fue pan para hoy y hambre para el resto de los días.
Sea como fuere aquello, la conclusión que puede extraerse al día de hoy es que tras medio siglo de andadura democrática, ser de derechas es pecado y, además, está mal visto. Ello tiene un corolario electoral extraordinariamente importante , si se me apura, decisivo a la hora de votar. Con miedo y complejos difícilmente se puede ganar, mucho más, si enfrente se encuentra con un enemigo dispuesto a todo para seguir comiendo a dos carrillos.
Es lo que tiene intentar dar agua cuando las cañerías están corroídas…