Sánchez cava su tumba, Rajoy resucita, Rivera despunta e Iglesias habla desde la caverna

Sánchez
Pedro Sánchez junto a los diputados socialistas en el Congreso. (Foto: EFE)

El debate de investidura ha contenido en un mismo acto distintas realidades. Si lo analizamos desde un punto de vista ideológico, la brillantez expositiva del centro derecha español, amparada por los dirigentes de Partido Popular y Ciudadanos, ha contrastado con la incapacidad argumental del actual PSOE y el radicalismo delirante de Podemos. En cuanto a los líderes, excepción hecha de Albert Rivera, que ha sido el único que se ha puesto el traje de estadista, todos han llegado a la Carrera de San Jerónimo con objetivos muy particulares. Pedro Sánchez ha cavado su tumba política este miércoles tras repetir los mismos errores que en su alocución del martes. De nuevo, plano y sin propuestas concretas, al habitual zarandeo casi neandertal de Pablo Iglesias se ha sumado la versión más brillante y cáustica de Mariano Rajoy.

El líder del Partido Popular ha recuperado para la causa al tenaz parlamentario que fue y, haciendo de cada frase casi una reivindicación personal, ha destrozado dialécticamente a un Pedro Sánchez que volvía resignado a la tribuna ante el zafarrancho del todavía presidente del Gobierno en funciones y, visto lo visto en el Congreso, quién sabe si hasta junio. Un Mariano Rajoy que, junto con Rivera, ha sido el gran triunfador del día, no tanto porque haya hecho un debate de investidura ortodoxo, sino por reivindicarse ante su partido como el candidato posible —y eterno— de cara a unas nuevas y más que probables elecciones generales.

El discurso, que había sido intenso desde el inicio, ha tornado en histeria con el turno de palabra de Pablo Iglesias, que ha decidido convertir su intervención en una escalada de insultos, descalificaciones y referencias guerracivilistas que nos han retrotraído por momentos al radicalismo visceral de Largo Caballero en 1933, al que llamaban ‘El Lenin Español’. Escuchar al secretario general de Podemos siempre supone retroceder un siglo. Da pena, y miedo, comprobar cómo un chico tan joven está tan anclado en un pasado que no vivió en vez de mirar al futuro que le espera. Sobre todo porque tras su hábil verborrea se esconde la más absoluta vacuidad. Esta vez tampoco ha sido una excepción y después de los fuegos artificiales tan sólo han permanecido «las manos manchadas de cal viva» y la propaganda más folclórica auspiciada por un beso. Escasísimo y decepcionante bagaje para los que olvidaron ‘el cambio’ en el 15M y dejan cada día más claro que la nueva política es aún más vieja que la de antes.

Un debate de investidura que ha honrado realmente su nombre cuando ha entrado en escena Albert Rivera. Especialmente porque su intervención se ha producido justo después de que Iglesias tratara de incendiar dialécticamente el hemiciclo. El presidente de Ciudadanos ha convertido la excepción en ejemplo y, sin mirar ni una sola vez las notas, ha hablado por y para la nación. Una demostración palmaria de que educación, mensaje y cercanía pueden ser una terna compatible. Ante la amenaza radical de Podemos, resulta imposible no preguntarse qué pasaría si los responsables de las principales fuerzas constitucionalistas recapacitaran y decidieran finalmente pensar en España más que en sus meras fronteras partidistas y acordaran un gran pacto de Estado. Un paso hacia delante que sería esencial para que el crecimiento al 3,2% de la economía española durante 2015 no se perdiera en el letargo que impera en nuestras instituciones desde el ya lejano 20 de diciembre.

Lo último en Opinión

Últimas noticias