RTVE o el No-Do sanchista
La vida es una constante elección. Elegimos hasta cuando decidimos no elegir y a veces, ya ni siquiera eso es un recurso. Ahora entramos en año de elecciones, que en España viene a ser nuestro día de la marmota recurrente. Hemos perdido la cuenta de las veces que hemos acudido a votar en los últimos años. Ya hay ciudadanos que te dicen que cada vez que visitan la urna se acuerdan de Bill Murray. Nos tocará elegir si queremos seguir con el rumbo actual, de decadencia institucional y democracia involucionada, o pasar a una etapa de alternativa política. Un año por delante, donde el binomio España o sanchismo estará en la mesa de dudas del votante español, que aún no percibe, bajo la anestesia mediática y la capa costrosa de la subvención, cuánto están mermando sus libertades. Es ingenuo creer que a Sánchez le detendrá el revés del Constitucional. Un tipo que falsificó su tesis e intentó amañar las primarias de su propio partido tras la cortina de una mesa es capaz de cualquier locura con el país que dirige. Hablábamos de elecciones personales. Pocas cosas pueden frustrar tanto una elección consciente como la decepción consiguiente a la misma. Me sucedió el pasado 26 de diciembre cuando, poco antes de dormir, decidí visionar un documental que emitían en ese momento en La 2 de Televisión Española. La serie se llama España, el siglo XX en color. La primera parte de la misma hacía referencia a los fatídicos y convulsos años treinta. La expectativa no era alta y mi permanencia ante la pantalla se debía más a la novedad de representar en color las imágenes de la época que al cuento de ficción que iban a relatar a continuación.
En su narración, el documento reescribe la historia de España de manera vergonzante, omitiendo ciertos episodios a sabiendas y recalcando otros por encima de su real importancia. Así, se presenta constantemente a los partidos liberales, centristas y conservadores de aquellos años como autoritarios, incluido a un católico moderado como Gil Robles, quien lideró y ganó, en buena lid, las elecciones de 1933, algo que motivó no sólo el desprecio de la izquierda, sino también su posterior rechazo en el Parlamento nacional, mediante soflamas de advertencia, y en la calle, azuzada junto a los medios afines al PSOE, colaboradores, como hoy, de la involución democrática de entonces. El agit-prop del régimen proseguía su manipulación ya casi de madrugada, omitiendo los sucesos golpistas de la izquierda radical de 1934, cuando, al grito de «dictadura socialista», aspiración de ese trasunto de Lenin patrio llamado Francisco Largo Caballero, se amenazaba de nuevo con el golpe a la democracia si el Frente Popular no ganaba las elecciones de 1936. Mientras presentaban a Companys como víctima de un gobierno que defendió el orden constitucional republicano y no como el golpista que fue, olvidaron por el camino manipulador que el asesinato de Calvo Sotelo por Luis Cuenca, escolta del socialista Indalecio Prieto, aceleró los trágicos sucesos de julio del 36, soslayando entre medias el clima bélico creado por el propio Frente Popular con la parte más totalitaria del PSOE al frente: los citados Largo Caballero y Prieto y el infausto Negrín.
En fin, un completo de oda a la izquierda (sus pistoleros eran catalogados de milicianos resistentes). Justo ahí, apagué la televisión, sin esperar a ver si en los créditos aparecía Leni Riefenstahl. Suficiente propaganda. El bochorno inaceptable es aceptar que la televisión de ¿todos? ejerza como aparato principal, que no único, de agitación de masas. El sanchismo, ya sabemos, desea una España de focas que aplaudan y ovejas que sigan al pastor, y para ello requiere de un Aló Presidente desde que suena el despertador. Hace tiempo que RTVE no cumple sus funciones de imparcialidad y objetividad, con el comisario político Fortes a la cabeza y un Consejo de Dirección que haría las delicias de la Komintern soviética. Pero haríamos mal en dejar que la denuncia y el castigo caigan solo en manos de las audiencias.
Sánchez anunció a sus conmilitones (¡oh, capitán, mi capitán!), que su modelo a imitar en todos los sentidos era, precisamente, el que representó Largo Caballero. Pero no llamemos autocracia a la autocracia, que se ofenden el Pravda de Oughourlian y el folleto de Escolar. En su circular colapso, la democracia se agota en manos de quien usurpa funciones que no le competen y considera el poder el mejor medio para todos los fines. Y todos los fines que anuncia y enuncia el sanchismo conducen a la destrucción total del actual sistema de libertades.
A diferencia de aquel serial que emitió TVE en 1987, dirigido por Pascual Cervera y supervisado y revisado por un equipo de once historiadores, el documento coloreado al que aludo en este artículo solo pasaría el filtro de tipos como Bolaños y Tezanos, que dieron el plácet a sus colocados correligionarios de carné. Siguen empeñados en el Gobierno en reproducir hasta el final el episodio más siniestro de nuestra historia. Replican pactos, discurso y propaganda, acuerdos y prebendas, porque en su cavernícola manera de ostentar la poltrona, la mentira es el mejor ministerio. La República, ni fue luminosa, ni fue democrática, como nos venden Pedro y sus corifeos. El futuro, con este gobierno y esta izquierda, será orwelliano o no será. Quieren conflicto, deterioro social, erosión institucional y mentes adoctrinadas Sobre todo esto último. Y los medios de comunicación son el instrumento básico para ello. Nuestros impuestos no deben financiar el No-Do del PSOE. RTVE no está para eso, aunque el dictador que concibió así la tele pública acaba de ser exhumado por su homólogo. Para ejercer de altavoz servil de Moncloa ya está El País. Sólo nos faltaba ya propaganda redundante.