El riesgo de retorcer las estadísticas

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La estadística es una ciencia esencial para poder tomar decisiones en el día a día y ver los efectos que estos producen, sus posibles desviaciones y correcciones a realizar. Especialmente importantes son todas las estadísticas oficiales que miden la actividad económica y el mercado de trabajo.

Por eso, es vital que los organismos estadísticos sean completamente pulcros e independientes en su trabajo, de manera que no se produzcan filtraciones, en primer lugar, y, en segundo lugar, que los datos obedezcan al máximo rigor técnico. Es decir, puede haber equivocaciones, pero no manipulación si lo que se quiere es contar con una estadística confiable y comparable en el contexto nacional e internacional.

Las revisiones de algunos de sus indicadores son normales y habituales, conforme se va contando con una información más fina que permite ajustar dichos indicadores, para que estos últimos den la imagen más real de la evolución de la magnitud medida. De esta manera, en la contabilidad nacional la revisión es un hecho normal que sucede durante un período de alrededor de cuatro años, que comienza con el avance del PIB en contabilidad nacional trimestral, continúa con los principales resultados, le sigue la publicación de los principales agregados de la contabilidad nacional, y así sucesivamente hasta que el dato se asienta y se pueden construir de manera perfecta el marco input-output del ejercicio en cuestión, al cabo, como digo, de alrededor de cuatro años.

Por tanto, nada que objetar a que se produzcan revisiones al respecto, que es normal. Ahora bien, esas revisiones buscan mejorar el dato conforme se cuenta con un mayor número de indicadores para poder ajustarlo, pero la revisión es una mejora del dato, hacia arriba o hacia abajo, en términos de exactitud, pero sobre la base de un dato inicial calculado de manera muy escrupulosa y técnica y que, por tanto, estará siempre bastante cerca del dato definitivo. Es decir, es normal que, por ejemplo, en el dato del PIB que arroja la contabilidad nacional, pueda producirse una modificación al alza o a la baja, de unas décimas, difícilmente más allá del medio punto, muy complicado que llegue al punto, pero, desde luego, de esa magnitud máxima. Una revisión mayor supondría o que el dato inicial estaba pésimamente calculado o que la revisión puede adolecer de criterios técnicos. En ambos casos, el problema sería grave: en el primero, de pericia técnica; en el segundo, de independencia.

Pues bien, desde la dimisión -o, más bien, destitución- del anterior presidente del INE, esas revisiones han comenzado a ser especialmente elevadas en magnitud y hemos llegado hasta el extremo de que rúbricas que bajaban en la revisión eran compensadas con rúbricas que subían exactamente lo mismo que las anteriores bajaban, como ha sucedido con el gasto y la inversión, respectivamente, en la revisión de la CNTR del IVTR-2024.

Por otra parte, una revisión, como digo, es normal que pueda producirse, pero en magnitudes pequeñas.

Por eso, si realmente se produce una subida de una magnitud importante, debe explicarse muy bien el motivo. Y si se debe a un cambio metodológico, debe explicarse y publicarse la serie transformada, para poder comparar los datos con datos homogéneos anteriores, para no perder la trazabilidad de la serie. Todo ello debería estar técnicamente muy detallado, para justificar un cambio de tal magnitud.

El INE es un organismo muy serio y no puede dejar que haya ni una sombra de duda sobre los datos que ofrece. Nos jugamos el prestigio estadístico de casi dos siglos -desde el primer antecedente del INE, la Comisión de Estadística del Reino, creada bajo el reinado de Isabel II, el tres de noviembre de 1856- y el rigor de las cifras, y el Gobierno debe comprender que la independencia estadística es sagrada y que no se debe producir ni intromisión ni pérdida de comparación -como por ejemplo ha sucedido en el paro registrado con los fijos discontinuos. El INE debe mantener su sagrada y esencial independencia y el Gobierno no puede tener la tentación de tratar de convertirlo en «su» CIS estadístico. Estoy seguro de que el INE, sus directivos y profesionales velarán por el mantenimiento de esa independencia, pero no está de más advertir de los riesgos que cambios abruptos y no explicados en los indicadores que pueden tener para el prestigio, la credibilidad y la confianza en los organismos estadísticos.

Confío en que la independencia estadística de estos casi dos siglos se mantiene y que cualquier cambio que se produzca se explique detalladamente, con toda base técnica y que permita la comparación homogénea de las series. Seguro que así será, porque lo contrario sería gravísimo, pero lo cierto es que con cada nueva revisión desproporcionada, surgen más y más dudas al respecto.

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