A Revilla le avala la libertad de expresión y lo que dijo sobre el emérito es verdad

Podrá discreparse políticamente del ex presidente cántabro Miguel Ángel Revilla, pero desde luego sus críticas al Rey emérito no son expresiones injuriosas, difamantes u oprobiosas, porque calificar al anterior jefe del Estado de «evasor fiscal» o «trincador» es, con independencia del lenguaje empleado, describir la realidad. Por tanto, la demanda presentada por Juan Carlos a Revilla, al que reclama 50.000 euros que asegura donaría a Cáritas, no parece que tenga demasiado recorrido. La mera demanda es un error, porque el Tribunal Supremo ha dejado claro que políticos y autoridades han de entender que su derecho al honor puede verse afectado por las opiniones públicas y más en el caso que nos ocupa.
La libertad de expresión de Revilla, más aún cuando lo expresado, más allá de la literalidad de lo dicho, es verdad, está por encima del parecer que dichas afirmaciones le merezcan al Rey emérito. Podrá discutirse si hubo o no excesos dialécticos en lo aseverado por el ex presidente de Cantabria, pero desde luego es indiscutible que no dijo nada que no sea radicalmente cierto, pues llamar a Juan Carlos «evasor fiscal» no es distorsionar la realidad, sino retratarla.
Por supuesto que el Rey emérito está en su perfecto derecho de reclamarle a Revilla 50.000 euros por entender que ha vulnerado su honor, pero el presidente cántabro también está en su perfecto derecho de expresar su opinión sobre el comportamiento de Juan Carlos, que por cierto es algo que se lleva haciendo de forma constante en ámbitos sociales, políticos y periodísticos.
La figura del emérito no es intocable y lo manifestado por Revilla, con más o menos éxito, no es en absoluto injurioso o calumnioso, por la sencilla razón de que la calumnia implica imputar falsamente la comisión de un delito y la injuria se refiere a expresiones que menoscaban la dignidad o reputación de una persona. No hay calumnia porque no hay falsedad en lo dicho por Revilla y no hay injuria porque la dignidad del que fuera jefe del Estado la menoscabó él mismo.