Y resulta que sólo era un fantoche, mentiroso y maleducado
Había una casi unánime coincidencia en que este debate era una oportunidad, tal vez la última, para Pedro Sánchez. Sabiendo que la diferencia en la intención de voto era grande, no se consideraba que fuera definitiva porque se reconocía en Sánchez tablas para no contestar ninguna pregunta, amoralidad para inventar o datos y argumentar con ellos, o cinismo para mentir sin rubor o acusar de hacerlo a Núñez Feijóo; y que con esa performance efectista los opinadores podrían entender que había salido airoso, o que incluso había ganado el debate.
¿Pero es eso lo que pensaban la mayoría de los españoles? Lamentablemente (para Sánchez), muchos ya saben quién es el actor debajo de la máscara, y, a diferencia de lo que les pasa a muchos periodistas y comunicadores, no se arroban con el maniquí. Justo lo contrario: para muchos ya su sola visión es contraproducente, y su exhibición resulta tan impúdica como aquellas novelas de Tom Sharpe que costaba terminar de leer por el alipori que te producían la zafiedad y cutrez de los personajes.
Por eso la gran mayoría no se ha creído nada de lo que dijo, o incluso de lo que podría haber dicho. Es el mismo rechazo que hace que no pueda salir a la calle, o que aconseja no hacer mítines abiertos, el que reduce al mínimo la capacidad de convencer en un debate y de orientar a su favor el voto perdido o indeciso.
Pero es que además Sánchez se ha sublimado en el comportamiento mal educado y arrabalero. Ni los más críticos, y lo son mucho, podían llegar a anticipar una actuación tan patética como la ofrecida por el presidente desde el primer minuto del debate; y ni los más incondicionales, y cuidado que lo son, podían observarla sin sonrojarse. En un momento dado, el propio Feijóo no se podía creer lo que estaba viendo y se vio arrastrado en esa actitud bronca e interruptora. Le faltó al popular el gen matador o le sobró el prurito de no querer irse a casa con mala conciencia por haber sido demasiado duro con el presidente.
Pero, aunque el desempeño de Sánchez ha sido una vergüenza en la forma, hay que echar un vistazo al fondo, y la evidencia es que el fondo del presidente está muy profundo. En cada uno de los temas tratados no fue capaz de rescatarse a sí mismo y a su Gobierno de los naufragios y zozobras a los que con eficacia, y a veces incluso con brillantez, le ha enfrentado el candidato popular. Sánchez renunció a argumentar de manera inteligente y no dejó de embarrar el debate con referencias a veces histriónicas y a veces infantiles. En realidad, igual que en la forma optó por la interrupción y la gesticulación, en el contenido el único argumento al que recurrió desde el principio hasta el final ha sido la coletilla de «PP y Vox son lo mismo».
Entonces, para determinar quién ha ganado el debate, no hay necesidad de evaluar la actuación de Feijóo, que, por otra parte, ha estado sólido, experimentado y convincente, sin dejar de mostrar sensibilidad, empatía y hasta sentido del humor; se puede afirmar sin más que, para mal, el único protagonista ha sido el propio Sánchez. Ayer el presidente hubiera perdido el debate con cualquiera, y su actuación ha sido tan desafortunada y trascendente que es muy posible que Feijóo le gane el resto de debates que se puedan celebrar sin necesidad de comparecer.
En definitiva, las esperanzas, más nominales que reales, que tenía el socialismo de recuperar el voto perdido y reorientar las tendencias, se han truncado de raíz. Estaba muy difícil porque las personas que, como consecuencia del sanchismo mentiroso y desleal, decidieron abandonar el voto socialista, ya han sufrido una catarsis y un reconocimiento del error que cometieron cuando otorgaron la confianza a Pedro Sánchez. El voto perdido por su desfachatez y sus mentiras no se recupera con más desfachatez y más mentiras. Y eso es lo único que mostró ayer, porque seguramente es lo único que tiene.