Relativismo papal

Relativismo papal

Si Juan Pablo II fue el papa santo de la humanidad y la valentía, y Benedicto XVI el teólogo que hizo inexpugnable la doctrina y espiritualidad cristiana, Francisco puede ser el papa que, más allá de sus muchas virtudes, destaque por el relativismo moral.

Apreciando en lo que vale su innegable vocación de ponerse de parte de los más débiles, hay que señalar que su escora izquierdista le está impidiendo reprochar (¿conscientemente?) a quienes son depositarios de la supuesta superioridad moral. Y así, utilizando el recurso retórico de negar las ideologías, pretende ocultar la suya, no toma partido con quienes debería de acuerdo con la moral y los valores cristianos y se mueve en esa equidistancia tan injusta y tan frecuente en nuestro tiempo.

La ideología o las ideologías solo se pueden condenar genéricamente desde un plano teórico o filosófico; como hace Fernando Savater, que las desacredita por haberse convertido en fuente de enfrentamiento al servir para que todos echemos en cara la del otro. Pero el liderazgo espiritual y social del papa, custodio de los valores cristianos, no le permite comportarse como un observador imparcial y está obligado a decir lo que está bien y lo que está mal, y, todavía más, en señalar indubitadamente a quien actúa y predica el bien y a quien ensalza o propone el mal.

Porque no todas las ideologías son reprobables por el hecho de serlo, sino aquellas que por su radicalidad, intolerancia o extremismo son injustas y/o amorales. Puede que todas las ideologías, y los comportamientos que promueven, sean perfectibles, pero no se puede utilizar esa excusa para no condenar activa y fehacientemente aquellas que, por atacar derechos fundamentales de la persona, son malas y reprochables en el 99% de sus postulados.

Bajemos al barro santo padre con todas las consecuencias: no basta con decir que la vida es el primer derecho y que el aborto o la eutanasia no son solución de nada, no es suficiente con defender en un plano teórico la libertad de enseñanza, no podemos quedarnos en decir que los derechos fundamentales (incluidos los civiles) individualmente considerados deben ser inviolables; es necesario señalar a las personas o entidades que los atacan o proponen su sacrificio, ya sean partidos políticos, regímenes radicales o personas concretas, manifestando sin ambages que el apoyo a los mismos es, por lo tanto, moralmente inaceptable. Eso es lo que hizo con valentía sobrehumana san Juan Pablo II, señalando y enfrentándose a pecho descubierto al comunismo, que entonces sí que parecía ideológicamente superior y materialmente inexpugnable.

En el anhelo de los católicos españoles, la entrevista con Carlos Herrera era una oportunidad propicia para sentir el apoyo del papa en la ardua tarea de contestar el martilleo del progresismo y el populismo gobernante. Sin embargo, y con la que nos está cayendo con las regulaciones sociales -género, eutanasia, educación-, con la discordia provocada por las leyes de memoria histórica y con las interesadas propuestas supremacistas de los políticos catalanes, el papa llenó la conversación de relativismo buenista y de lugares comunes, culpando paralelamente a atacantes y a agraviados, a polis y a cacos, a Toros y a Mansos

Como locos hermeneutas andan ahora los obispos y voceros de la Iglesia, interpretando sus palabras para parecer que dijo lo que no dijo o que condenó lo que no condenó. Y Herrera, al que tantas vacaciones le tienen desentrenado y con una fe llena de costumbres localistas que no tienen efecto extramuros, buscando una complicidad que, al contrario que Ébole -más cercano ideológicamente-, no consiguió. Recuerdan todos ellos, y si me permiten la referencia cómica, a la marquesona del chiste que iba detrás del convidado montaraz y maleducado intentando quitar piedra a sus impropiedades.

Nunca, y menos ahora, es tiempo para no dar la pelea por la verdad y la vida. Bien sabe el papa Francisco que nadie es perfecto y que todos somos pecadores, pero también sabe que con equilibrismo, relativismo y equidistancia no hay equidad ni hay justicia.

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