Rajoy frente al órdago de Rivera
Uno es el músculo sobre el que desde ahora, y durante los próximos dos meses, se articulará Ciudadanos durante la negociación con el Gobierno del Partido Popular y durante el próximo tempus de legislatura: gobernar cuando Rajoy expire. Acatando su aliento sobre el cogote de los populares como único nexo de unión entre los todistas y los conservadores. Sin ministerios. Sin vicepresidencias. Sin matices. Sabe que, de lograr la formación de Gobierno tras ocho meses de bloqueo, la de Mariano será una legislatura corta y extenuante. Y la Cámara parlamentaria será para los de Génova una Zona Cero plagada de trincheras. Rivera sabe que la izquierda le hará el trabajo de agotar a Rajoy mientras él, paralelamente, madura su adolescencia política y se recrea enluciendo su crédito político con reformas prácticas y estéticas convenientemente comandadas por su formación.
De las seis condiciones impuestas por Rivera para formar los equipos negociadores y sentarse a hablar no hay un solo punto demasiado indigesto para Rajoy. Y así lo pareció durante su exposición de este miércoles ante la prensa. Su ansiedad por gobernar seguía hibernando en apariencia. Quizás impostando el aliento ante quien acaba de cortarle el camino. Parte con 137 escaños, y amansó el ímpetu del joven Rivera ante la avidez mediática al no convocar a su ejecutiva hasta el próximo miércoles 17. Casi una semana de tiempo para dar la vuelta al órdago de Rivera implementando los seis puntos para adueñarse del relato de la regeneración. Rajoy también sabe que el debate sobre la reforma electoral será dilatado, ya que su viabilidad no depende de él, sino de la aprobación de las 3/5 partes de una Cámara histérica. Y sabe que la petición de Rivera no resuelve ni abre la lid sobre el gran problema del sistema electoral en los gobiernos municipales que hasta ahora se dirimen no gracias a las urnas, sino a la suma de partidos con apoyo electoral paupérrimo. Ese melón lo abrió el PP el año pasado.
La propuesta sobre la limitación de mandatos asomó por primera vez en 1994, y lo hizo desde el balcón de Génova 13. Pronunciada bajo el bigote benemérito de Aznar. Aquella promesa le retiró voluntariamente en plena bonanza crediticia. Rajoy volvió a prometerlo en 2007, por lo que en su comunicado del próximo día 17 debería reivindicarlo. Con humildad, pero tirando de hemeroteca. Extendiendo y consignando la caducidad de gobierno a ocho años para toda la clase política. Tras ello, debería convertir la comisión de investigación de Bárcenas en una que alcanzara a todos los partidos. A Podemos y Venezuela e Irán. Al PSOE y su implicación en los ERE de Andalucía. Al PP y Bárcenas. Y, a menor escala, a Ciudadanos y los rumores sobre su financiación.
Sobre el punto de la eliminación de imputados de las listas, Rajoy debería recordar que eliminar la pena del telediario antes de entrar en sede judicial también debería ser menester de los regeneradores democráticos. Aquella fue la pena impuesta a políticos apolíneos como Loyola de Palacio, ex ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación y ex vicepresidenta de la Comisión Europea en el Caso Lino, y a Santiago Cervera, ex diputado del PP. Aquella severidad sí tuvo matices cuando Ciudadanos apoyó al PSOE en Andalucía. El único apercibimiento fue retirar a Chaves y Griñán sólo después de abrirse juicio oral respetando los estatutos del partido de Sánchez, cuyo sistema plaquetario ya estaba infestado por Podemos durante la misión de Rivera de salvarle del partido populista al cual ya sólo le queda un último atrevimiento: fenecer.