Quieren acabar con Trump como sea

Quieren acabar con Trump como sea

Si inundas los medios y redes con mensajes de odio político contra un candidato asegurando que pretende acabar con la democracia, instalar un régimen fascista y quitar derechos a mujeres, negros y homosexuales, lo normal es que se produzcan cosas como el segundo atentado contra la vida del ex presidente Donald Trump.

Ha vuelto a pasar. Trump, que sobrevivió a una herida de bala en Butler, Pensilvania, durante un mitin a mediados de julio, estaba jugando al golf en su campo de West Palm Beach el domingo cuando agentes de policía detuvieron tras un tiroteo a un hombre armado con un Kalashnikov que había intentado asesinar al expresidente desde unos 300 metros.

El detenido es Ryan Wesley Routh, un hombre de 58 años, seguidor del marxista Berni Sanders, de extrema izquierda, y obsesionado con la guerra de Ucrania, para la que pretendía reclutar soldados afganos contra la invasión rusa. A diferencia de lo que sucedió con el perpetrador del anterior atentado, que debía de ser el único veinteañero norteamericano sin huella alguna en redes sociales, en el caso de Routh contamos con abundantes comentarios en Twitter.

Desde su inesperada victoria en las presidenciales de 2016, la consigna del establishment parece meridianamente clara: Trump no puede gobernar. Desde el intento de subvertir el colegio electoral en aquel año, pasando por la ridícula y desmontada ‘trama rusa’ y la infiltración de antitrumpistas en su propio gobierno hasta este segundo intento y la ristra de frívolas acusaciones judiciales, las maniobras para impedir que el neoyorquino vuelva a la Casa Blanca y aplique su anunciada “retribución” son demasiado numerosas para ser ignoradas.

Pero lo más estridente sigue siendo un lenguaje en la prensa nacional e internacional inusitadamente estridente e irresponsable que pone a Trump en la diana de cualquier ‘lobo solitario’ más o menos desequilibrado, de los que abundan en un país donde hay muchas más armas de fuego que habitantes.

Lo que se está viviendo en Estados Unidos desde que Trump apareció en el panorama político recuerda menos a una comprensible rivalidad ideológica entre partidos y más a la Radio de las Mil Colinas ruandesa, la cadena que animaba a acabar con los tutsi como si fueran cucarachas, propiciando un genocidio con un millón de muertos a machetazos.

“Nada me parará, nunca me rendiré», ha declarado el ex presidente en una nota hecha pública inmediatamente después de la detención de este nuevo (imaginamos) lobo solitario.

La demonización del contrario lleva exactamente a estos extremos, a la violencia pura y dura y perfectamente justificada. ¿No está justificado matar a Hitler? ¿No es sic semper tyrannis (así hay que hacer con los tiranos) uno de los lemas de la democracia?

Trump no es un perfecto desconocido del que pueda esperarse cualquier cosa, incluyendo un pronunciamiento o un recorte de libertades. Lo que parecen pasar por alto los mensajes criminales de la Norteamérica demócrata es que Trump ha gobernado durante cuatro años, y podemos juzgar lo que ha hecho y cómo, y si algo hemos visto ha sido un Trump pacífico en el panorama internacionales, y exquisitamente constitucional y democrático en el panorama interior.

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