¿Qué hará Sánchez sin barra libre?

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¿Qué hará Sánchez sin barra libre?

¡Este tipo es un fenómeno! De la naturaleza inanimada. Sólo a un primer ministro que no piensa volver a presentarse a las elecciones se le ocurre culpar de un «acto ejecutivo» gubernamental (espionaje) a la máxima autoridad responsable en la cadena ejecutiva de los Servicios de Inteligencia, en primer lugar al magistrado del Tribunal Supremo que controla la legalidad de las actuaciones y, en segundo lugar, a los mandos profesionales del CNI que no mueven un micrófono sin la autorización expresa del Gobierno.

Ello, unos días después, de insultar gravemente a los Policías que mantuvieron al Estado en los días de aquel golpe de Estado frustrado en Cataluña e inmediatamente después de hacer un poco el panolis en el Foro Mundial de Davos donde ha vendido el gas (literal) que no tiene. Todo el detritus producido durante tanto tiempo se le acumula inmisericorde a su alrededor. Los excesos autoritarios en el ejercicio del poder le empiezan a pasar una seria factura entre sus propios socios (que no romperán por la cuenta que les trae), pero, sobre todo, entre la ciudadanía que tabula atónita la morterada de mentiras presidenciales, una tras otra. Hasta los más proclives voceros sanchistas vienen a reconocer que sus actuaciones parlamentarias -arremetiendo contra la oposición cada que esta ejerce como tal- no tienen un pase en códigos democráticos.

Se ha conducido -se conduce- con ínfulas impropias de un primer ministro en un régimen parlamentario mientras acusa al resto de lo que él practica: oscurantismo, amiguismo, nepotismo. El primer ministro de la cuarta potencia europea que convierte en secreto de Estado la lista de amiguetes a los que invita por cuenta del contribuyente; se niega a informar de las subvenciones públicas que concede a sus familiares directos, que gasta como si fuera el emir de Qatar. El mismo que no ha dado un solo ejemplo de austeridad al frente del Gobierno de un Estado que está en la más que evidente bancarrota.

Suma y sigue. Lleva ya muchas semanas en un estado de nerviosismo latente. Se le hunde la economía por todos los lados; no puede salir a la calle sin que le abucheen y sus socios le atizan cachetes por doquier y le tratan con una superioridad manifiesta porque saben que su presente está en sus manos. Debe ser consciente –en el supuesto de que fuera una persona «normal», no el genio incomprendido que se considera- de que le peor está por venir. Con la Unión Europea hurgando en la herida del déficit, la deuda, el bajo crecimiento económico y el desempleo, sabe que los 250 millones diarios que el Estado tiene de desequilibro entre lo que gasta y lo que ingresa, son una losa demasiado pesada. Ya no habrá más compra de deuda soberana por parte del BCE; los alemanes y los países «austeros» vuelven a la carga con el desmadre de las cuentas públicas de Sánchez y sus promesas ante Bruselas –repetidamente incumplidas- no le dejan margen de maniobra. ¡Hasta ahí llegó el crédito!

¿Qué hará Sánchez, repito, cuando la barra libre eche la persiana? Pocas salidas le quedan. Los expertos dudan de que en el mercado de capitales -suponiendo que acuda a ellos- le den alguna credibilidad. A partir de ahí, será difícil distinguir entre aquella cara bobalicona que se le quedó a Zapatero en el 2010 y la re-lista y dura como el cemento de Pedro Sánchez. Serán la misma cosa.

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