Puerta del Sol: la utopía roja de Mónica García

Puerta del Sol: la utopía roja de Mónica García
Diego Buenosvinos
  • Diego Buenosvinos
  • Especialista en periodismo de Salud en OKDIARIO; responsable de Comunicación y Prensa en el Colegio de Enfermería de León. Antes, redactor jefe en la Crónica el Mundo de León y colaborador en Onda Cero. Distinguido con la medalla de oro de la Diputación de León por la información y dedicación a la provincia y autor de libros como 'El arte de cuidar'.

Mónica García no quiere ser ministra de Sanidad. Lo suyo no es el BOE, ni la letra pequeña del Estatuto Marco, ni la fiebre del sistema MIR, el cannabis o el tabaco en las playas. Mónica García quiere ser presidenta. No de la comunidad de vecinos, claro está, que eso ya lo fue en tiempos gloriosos del activismo posmoderno, sino de la Comunidad de Madrid. Porque Mónica quiere la Cibeles y la Puerta del Sol y el balcón con cortinillas. Lo demás, es papel mojado. El Ministerio, una sala de espera.

Mónica —permítame la cercanía, porque lo de doctora y madre García suena más a consulta privada que a cartera pública— llegó al Ministerio entre vítores progres, el aplauso de la bata blanca cultivada y un ramillete de esperanzas muy bien empaquetadas por la prensa amiga. Pero ay, llegó al cargo y olvidó el juramento hipocrático para abrazar el catecismo ideológico, sí, desde el ministerio. En vez de fonendoscopio, a la pancarta. En vez de bisturí, tuit. En vez de gestión, postureo y palabrería rápida. Y, en eso, estamos.

Dijo, por ejemplo, que los médicos cobran como ministros. Lo dijo sin rubor, como quien confunde el MIR con el marisco. Y se quedó tan ancha, como si no supiera lo que vale una guardia de 24 horas a golpe de café y suero fisiológico. Lo soltó con esa displicencia de quien pisa moqueta desde hace poco y ya sueña con alfombra roja. Los sanitarios, mientras, se reían por no llorar, porque claro, venía de una compañera anestesista, aunque el puesto lo cubriera poco y poco en pandemia -ocho meses de baja, hay que recordar-. Pero ella, impasible. Con la misma solvencia con la que un estudiante de primero de Medicina se atreve a operar un corazón.

Su mandato no está siendo una gestión, sino un tránsito. Y no uno de mística comunista, no se confundan, sino uno electoral. Cada decisión parece pensada no para mejorar la sanidad, sino para alimentar titulares que la catapulten a la carrera autonómica. Todo es Madrid, pero menos Más Madrid, porque el sorpaso del PSOE ya está cantado a pesar de un Óscar López, ex jefe de Paradores, al que le persigue el establecimiento de Teruel y quizá Ábalos y Alegría, esa mujer que no defendió del hostigamiento machista a Ayuso y ahora recibe medicina cuántica.

Y es que, lo de Mónica García es especial. No hay más que verla en las entrevistas, lanzando frases como inyecciones de moralina, cortitas y con mensaje autonómico, porque al resto de España que le den. Como si los quirófanos se arreglaran con aforismos; como si la falta de enfermeras en oncología se solucionara con una rueda de prensa y una coleta bien peinada.

Y es que Mónica, ay Mónica, se equivoca de sitio. No quiere ser ministra, quiere ser mártir. No le gusta gobernar, le gusta resistir. Y eso está bien en la oposición, pero en Sanidad, ministra, se gobierna. Se ficha, se presupuesta, se reorganiza. Se escucha a los sindicatos y a los médicos y a las enfermeras que no dan abasto, a pesar de su inútil Estatuto Marco. No se vive en un plató, se vive en urgencias.

Pero ella sigue. Mira a Ayuso de reojo, la sueña, la envidia, la combate con esa mezcla de sororidad fingida y rivalidad auténtica. Sueña con las llaves de Madrid como quien sueña con un ático en Malasaña. Mientras tanto, el Ministerio le queda grande, como una bata prestada. Y los errores se acumulan: declaraciones imprudentes, reformas polémicas, promesas huecas o Interterritoriales con las comunidades para la foto. Y todo con sonrisa de Instagram.

Mónica García no será recordada por su paso por el Ministerio de Sanidad. Quizá sí por sus aspiraciones, por su tránsito, por esa manera tan contemporánea de usar el cargo como trampolín. Pero no por mejorar el sistema sanitario que gracias a las comunidades va caminando a duras penas. Porque para eso, señora ministra, hay que bajarse del púlpito y arremangarse la bata.

Y eso, Mónica, cansa mucho. Más que dar una rueda de prensa y pensar en Madrid.

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