La postverdad y la dictadura del relativismo en Occidente

La postverdad y la dictadura del relativismo en Occidente

«Lo que está mal, está mal aunque lo haga todo el mundo. Lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie». Es este un principio inapelable, ético y moral y una guía muy adecuada para no caminar  por la vida  en dirección equivocada; toda una lección para nuestra civilización occidental. En una primera aproximación podría ser considerada erróneamente como una enmienda de totalidad al sistema democrático, y ejemplos no escasean en la Historia, con Hitler como referencia suprema y obligada para estos casos, ya que es sabido que accedió al poder por elección democrática -es decir, que fueron muchos ciudadanos los que le apoyaron- lo cual se  puede  afirmar que no estuvo bien, pero la cuestión de hoy no es abrir ese debate aquí y ahora, ni la intención.

La clave para poder actuar correctamente conforme a ese principio estriba en tener una idea clara de cuál es y dónde se sitúa el bien, y cuál es y dónde se encuentra el mal, lo que no resulta fácil en unos tiempos como los actuales, donde en Occidente impera lo que Benedicto XVI definió como «la dictadura del relativismo». Son tiempos en los que la verdad absoluta ya no tiene cabida porque sencillamente no se acepta que exista. En la actualidad, esa dictadura se proyecta en el ámbito de lo público como lo «políticamente correcto», donde el bien y el mal, la verdad y la mentira del sustrato de nuestra civilización, ya no son conceptos y valores  aceptados como absolutos e indiscutibles, sino que lo son otros valores preestablecidos cual auténticos dogmas laicos impuestos por un presunto y  «desconocido» supremo legislador.

Así, ahora la era en la que nos encontramos es la ya conocida como la de la «postverdad», donde la verdad y el bien absolutos sencillamente no existen, para pasar a ser conceptos subjetivos, dependientes del sentimiento o la percepción personal de cada cual, (o cada cuala), siempre dentro de ese perímetro de debate impuesto por la «corrección política». La  ideología de género es ejemplo paradigmático de esta era, y lo estamos viendo ante nuestros ojos ya con mandato legal y obligatorio, llegando al extremo de considerar el sexo establecido biológicamente como inexistente, para ser la mera percepción o sentimiento individual de la persona el que lo establece, contrariando la evidencia que aporta la misma naturaleza, con la ley natural. Es un ejemplo de las graves  consecuencias  derivadas de ese abandono de los valores éticos y morales que a lo largo de la Historia de la humanidad se han ido aceptando como muestra de civilización y han transformado las distintas tribus y pueblos como antecedentes remotos en los actuales países y naciones, que organizan  jurídica y políticamente su convivencia social en un Estado democrático y de Derecho, con una Constitución como su norma suprema y garante de la misma.

Hoy la UE como organización política de la Europa occidental, de cultura y valores  asentados sobre el derecho de Roma, la Filosofía griega y el Cristianismo, ha perdido su identidad originaria que le permitió transformar gran parte del mundo en pueblos civilizados de acuerdo a esos principios. Una consecuencia lacerante de todo ese proceso lo estamos viendo en Ucrania, nación europea que está siendo convertida en la víctima y escenario donde se dirime por las armas un nuevo modelo geopolítico mundial, con la UE como sujeto político representativo de la Europa occidental, convertida hoy en un mero actor secundario e irrelevante. Ese mundo que un día fue eurocéntrico, pasó a ser bipolar tras las dos Guerras  Mundiales del pasado siglo y la desaparición de los imperios otrora cristianos precedidos del español en el siglo XIX. Ahora se combate en territorio europeo para definir un mundo multipolar sin que Europa sea nada más que un apéndice del mundo anglosajón liderado por EEUU en su nombre. Sus anclajes ya no son Roma, Atenas y Jerusalén. Ahora son Washington DC y un poco Londres.

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